Jaime Cedano Roldán
El «asunto venezolano» representa un reto político e ideológico de fondo para las izquierdas y el progresismo latinoamericano, y muy especialmente para la izquierda colombiana, convocada a la tarea de construir un proyecto político unitario en perspectiva de las elecciones del año 2026, proyecto sobre el que existe un amplio consenso en las líneas generales, diferencias en aspectos formales y seguramente que también sobre definiciones programáticas, que vayan más allá de la renuncia o no a las personerías jurídicas. La preparación de la Asamblea Nacional Popular que definitivamente se realizará los días 14 y de 15 de septiembre en la Universidad Nacional de Bogotá, significará un gran paso para avanzar en un proyecto de interés nacional e internacional.
El debate que se está realizando sobre las elecciones en Venezuela requiere de la serenidad, y sobre todo de la suficiente madurez política para saber diferenciar lo que podría ser la defensa, el rechazo o las críticas al gobierno bolivariano de manera particular, con la defensa de principios básicos para la izquierda, como son la soberanía, la autodeterminación, y la no injerencia de terceros países, que pretenden imponer sus postulados a otros, dirimir desde afuera los asuntos internos, o colonialmente controlar los destinos de países periféricos, certificar elecciones, reconocer resultados y hasta designar presidentes. Parecía que la tragicomedia de Guaidó había sido amplia y autocríticamente balanceada, pero hay quienes quieren repetir el fracasado guion.
Al gobierno del presidente venezolano Nicolás Maduro podremos hacerle todas las críticas posibles, compartir o no sus formas y maneras, dudar o no de la calidad de su democracia o de sus políticas económicas, pero defender el derecho de las venezolanas y los venezolanos a resolver, ellas y ellos sus confrontaciones y diferencias, no es defender a Maduro ni a su gobierno. Y reclamar lo mismo para Colombia, no es exigir adhesiones al presidente Gustavo Petro ni a su gobierno.
Decimos esto, que parece tan básico, por cuanto leemos cada día a personajes importantes de la izquierda colombiana que confunden una cosa con la otra. Muchas críticas ha de merecer el gobierno venezolano, o no compartirse nada del proyecto bolivariano, pero el duro momento que se vive y la virulencia de los ataques de las derechas llevan a algunos y a algunas, desde la izquierda, a asumir el relato de las derechas y a pensar que no rechazar rabiosamente a Nicolás Maduro, es ser complaciente con la supuesta dictadura, postrándose ante la matriz dominante.
Afortunadamente los presidentes Gustavo Petro, Lula y López Obrador han marcado claramente el camino correcto de la defensa de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, el respeto a la institucionalidad nacional, y la disposición a ayudar a encontrar los caminos del dialogo y la solución política para evitar el escalamiento de la confrontación. Posturas por la que les caen diatribas, maldiciones, rayos y centellas condenatorias, aunque sorpresivamente han recibido el espaldarazo de Joe Biden. Aunque bien sabemos que de los yanquis no hay que confiarse “ni un tantico así”. Y entendiendo que los llamados a golpes de Estado y a invasiones militares deben merecer el absoluto rechazo de la comunidad internacional.
La confrontación política a nivel internacional sobre la situación venezolana es parte de la gran contradicción que enfrenta hoy la humanidad entre el viejo mundo que no termina de morir y que desesperada y violentamente no quiere morir, y el que va naciendo, que no es perfecto, está en construcción y sometido a críticas y autocríticas, pero que representa el advenimiento de los nuevos tiempos y primaveras.
No es el momento de quedarse solo contemplando las hojas.
Es el momento de avizorar el bosque global y los grandes vientos y tormentas que lo recorren.