jueves, marzo 28, 2024
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Una lectura non sancta: Un sacerdote ateo

“El Testamento de Meslier fue casi un libro de cabecera de los ilustrados –que en él veían escrita la parte ‘más revolucionaria y atea’ de su pensamiento”

José Ramón Llanos

Debo advertir a los lectores de este texto que, dada su temática, para poder identificar la naturaleza del pensamiento del sujeto a que nos referimos, es necesario citar párrafos de su extensa obra.

La Semana Mayor desde siempre ha sido consagrada por la Iglesia Católica como un momento de reflexión, moderación y oración. He considerado adecuado someter a consideración de los colombianos creyentes y no creyentes las ideas insólitas de un sacerdote que ejerció su sacerdocio muchos años en una provincia francesa, Etrepigny, Jean Meslier. Julio Seoane Pinilla lo caracteriza así: “Aquel sumiso servidor de Dios es ahora un redomado, un libertino, un revolucionario y un librepensador”.

Características de la época

Jean Meslier nació el 15 de enero de 1664 en Mazerny, en las Ardenas; el 7 de enero de 1689 fue nombrado cura en la aldea de Etrepigny, que entonces contaba con 175 habitantes. Allí vivió hasta el día de su muerte.

Para entender las motivaciones del sacerdote Meslier para ocultar su condición de ateo y de ciudadano convencido de que la organización política de la sociedad que le tocó vivir era injusta y que debía ser reformada profundamente, debemos recordar que era la época de la llamada Santa Inquisición. Esta institución representaba la más despiadada, bárbara y cruenta represión, mediante la cual la Iglesia Católica, Apostólica y Romana pretendía imponer su ideología religiosa a todas las personas del occidente y parcialmente del oriente del mundo.

El riesgo de ser eliminado por esa máquina de muerte le impuso el silencio: “Pero puesto que en este momento la razón me obliga a callarme, haré intenciones al menos de hablaros tras mi muerte”[1. Julio Seoane Pinilla. La ilustración olvidada. Fondo de Cultura Económica. México. 1999, p.116.]. Si Meslier hubiera hecho público su pensamiento, sencillamente hubiera quedado registrado en la historia como un nombre más en la larga lista de víctimas del sectarismo y dogmatismo de las autoridades eclesiásticas. Los ilustrados no se hubieran podido beneficiar de las enseñanzas del cura sedicioso.

La obra

El Testamento recoge el fruto de un disciplinado trabajo intelectual, de lecturas críticas de los clásicos: Séneca, Tácito, Tito Livio y Flavio Josefo. Por supuesto, Montaigne, La Bruyere y La Boètie. Dado su pensamiento ateo, realizó lecturas polémicas de Fènelon, Pascal y Malebranche. Escribió el libro clandestinamente entre 1719 y 1729, fecha en que murió a los 65 años. Escribió mil hojas e hizo cuatro ejemplares para evitar que su gran esfuerzo terminara fácilmente en la hoguera de los inquisidores. Allí encontramos la primera propuesta realmente atea de la cultura occidental[2. Michel Onfray. Los ultras de las Luces. Editorial Anagrama. Barcelona, p. 52.].

La contribución de los escritos de Meslier para la consolidación de un pensamiento progresista y cuestionador de la ideología unanimista de su época, la podemos valorar con base en los conceptos del ya mencionado Julio Seoane Pinilla, quien afirma: “El Testamento de Meslier fue casi un libro de cabecera de los ilustrados –que en él veían escrita la parte ‘más revolucionaria y atea’ de su pensamiento”[3. Ibid.,p. 118.].

Efectivamente, cuando abrieron póstumamente su testamento, que él tituló Memoria de los pensamientos y sentimientos de Jean Meslier, resultó ser un documento muy extenso, donde el sacerdote consignaba sus reflexiones de naturaleza social, abiertamente subversivas, condenatorias de la nobleza y sus prácticas políticas. Es necesario consignar que quien primero difundió el Testamento fue Voltaire, si bien hay que destacar que no publicó el texto íntegro, sino un resumen.

Una bomba filosófica

Onfray considera que el Testamento “es una bomba de efecto retardada. Está calculada para que produzca el máximo estrago en blancos bien definidos: Dios, la religión católica, los profetas, la Iglesia, la gente de poder, reyes y príncipes; emperadores y papas; los tiranos, los nobles, la gente de la justicia y los poderosos de este mundo”[4. Onfray. P.52.].

Pero lo más sorprendente del Testamento es su contenido anticlerical, su ateísmo y su descarnada denuncia de la corrupción de la Iglesia. Además, en su crítica a Dios, incluyó finalmente a todas las religiones, las cuales calificaba como idólatras, incluso la católica. Leamos lo que escribió sobre este tema: “Hace mucho tiempo que se abusa miserablemente de los pobres pueblos con toda suerte de idolatrías y supersticiones, hace mucho tiempo que los ricos y los grandes de la tierra roban y oprimen a los pobres pueblos; pues bien, ya es hora de liberarlos de esa miserable esclavitud en que están, ya es hora de desengañarlos totalmente y de hacerlos conocer, en todo, la verdad de las cosas”[5. Ibidem., p.119.].

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