Un merecido recuerdo

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Otro sueño era el de hacer una película en silla de ruedas, como Perry Mason. Esto habría puesto de relieve mi pereza. En silla de ruedas y, además, sordomudo. M. M.

 Juan Guillermo Ramírez

Seductor, ladrón, intelectual, obrero, aristócrata, taxista, fraile, homosexual, “padre embarazado” … Marcello Mastroianni (Fontana Liri, 28 de septiembre de 1924 – París, 19 de diciembre de 1996) tenía el físico de un camaleón y fue identificado, en todo el mundo, como la expresión de una época, como el símbolo de un hombre ambiguo, confuso, egoísta, inmaduro. Es decir, un hombre normal.

Al comienzo de su ya variada existencia, trabajó como diseñador industrial y simultáneamente estudiaba arquitectura, abandonando los estudios universitarios para trasladarse a los estudios cinematográficos. Sus primeros trabajos, como actor, fueron en diferentes compañías de teatro universitario, recibiendo de allí, la benéfica influencia de la tradicional Comedia del Arte. Sin hacer ninguna distinción crítica frente al teatro y el cine, Mastroianni afirma: son dos actividades muy divertidas. Es como si me preguntaran por qué me gusta más, si las rubias o las morenas. Son bellas las dos: una vez una rubia, otra vez una morena. Quiero decir, son dos cosas bellas y un poco diferentes. Lo mismo pasa con el teatro y con el cine, son dos emociones diversas y por eso mismo muy excitantes.

¿Cómo es posible vivir una y otra vez los sufrimientos, los dramas y luego cargar con ellos?

Desde hacía más de dos décadas, Mastroianni venía resultando el actor italiano más universal. Italia, es cierto, contó con muchos otros de gran actuación -Nino Manfredi, Ugo Tognazzi, Vittori Gassman, Lino Ventura- y junto con él mantuvieron su vigencia en el Séptimo Arte. Filmó cerca de ciento cincuenta películas, sin contar con sus incursiones en el teatro, donde debutó precisamente con el maestro Luchino Visconti. Presentó todos los síntomas de quien pueda triunfar para quien encadenar una película a otra es el medio más seguro, de no reflexionar sobre sí mismo. Sin embargo, su carrera, por tan largo tiempo identificada con el cine italiano en todas sus formas, no ha sido arrastrada por la aguda crisis por la que atraviesa la cinematografía italiana en la actualidad. Existe un enigma en ese camino parcelado en tantas películas que saltan del neorrealismo a la comedia popular y que a pesar de sus altibajos ha sido marcado por el sello de la cotidianidad.

Envejecer, es un principio en Mastroianni, poder ironizar sobre esa incapacidad y esa inmadurez crónica que han construido una generación de actores-personajes. Es también refinar hasta el murmullo o el silencio, para expresar la derrota y la incomprensión del hombre maduro frente a los cambios de mundo. Por eso siempre jugará al gato y al ratón consigo mismo, ese rehusarse a evocar el sufrimiento y la angustia, como una cortina púdica del hombre que envejece. Envejecer no es tener más sabiduría. No se llega a ser un viejo sabio, sino un viejo fatigado. Cuando un anciano mira tres veces antes de cruzar la calle, eso no es sabiduría, es miedo. Llega un desinterés, es otro género de pasión. Hay un placer en querer expresar los sentimientos con lo mínimo. Igualmente será necesario ser sordomudo. Solamente los ojos. Eso sería mágico. Envejecer es el reto primordial para quien no ha simbolizado el ‘latín lover’, sino ese ‘hommo latinus’, cuyos arcaísmos han sido minuciosamente analizados por los autores latinos -quizás desde Dante hasta Leonardo Sciascia, pasando por Cesare Pavese, Alberto Moravia, Vasco Pratolini o Carlo Levi-. ¿Inteligencia? ¿Instinto? Sin duda, ambos estrechamente unidos, han permitido la indispensable y necesaria metamorfosis del actor.

Porque para Mastroianni actuar era un placer, una gran alegría, un gran desafío, no solamente psicológico, sino también carnal, sensual. Es necesario ser inocente, trabajar en un estado de gracia que no lleve en sí el sufrimiento. Mastroianni actor era ridículo y soberbio animal que tuvo una naturaleza que le permitió cambiar de piel. Era su propio límite en la vida. Ser actor significa hacer un oficio para el que uno está dotado y para el que tiene aptitudes naturales. Como un médico o un ingeniero: uno es médico porque se interesa por el cuerpo humano; o ingeniero porque le gusta construir. Uno es actor porque siente la necesidad, igual que ellos, de serlo; porque está siempre en busca del personaje que puede enriquecerlo. El actor es básicamente un personaje un poco gris, es un hombre casi inmaduro, que necesita añadir a su personalidad, un tanto opaca, añadirle el peso de los caracteres de los personajes que está buscando. Creo que uno está siempre en la búsqueda y con el ansia de encontrar el personaje que pueda completarlo. El actor es un hombre incompleto. Además, y eso la supo perfectamente Mastroianni, el actor es como un niño lleno de cualidades, pero que no llega a madurar, por eso busca el personaje, porque metiéndose en la piel de otro personaje se siente maduro, se siente hombre, no en el sentido físico y sexual de la palabra, sino maduro en su psiquis, en su racionalidad.

Trabajando al lado de grandes director -Lattuada, Visconti, De Sica, Antonioni, Fellini, Tornatore, Scola, Monicelli, Ferreri, Mijalkov, Rissi, entre otros- siempre pudo dar libre curso a su creatividad como actor. Sin lugar a dudas, prefirió interpretar personajes irónicos, porque la ironía es la única arma que tienen los latinos. Tratamos de resolver, incluso los problemas nacionales, las situaciones más dramáticas y en otras épocas hasta el hambre, siempre con la ironía, siempre con la salida humorística, siempre tomándonos un poco en broma.

En algo más de cuarenta años de vida actoral, Mastroianni construyó su propia y particular manera de observar la vida, sin llegar nunca a dramatizarla. Mastroianni fue un producto del sistema patriarcal contra el cual luchan las mujeres de hoy: era incapaz de considerar la relación afectiva sobre un plano de igualdad. No tengo nada en común con Casanova excepto la incapacidad de amar completamente. La mujer que más le gustó fue Marilyn Monroe por vulnerable, indefensa y tierna. No le interesaron las mujeres estilo Greta Garbo, las imponentes, serias y frías. Hubiera podido hacer un viaje con Greta, pero no con Marilyn. No hubiera podido escapar ni esperar. No hubiera podido ser su amigo. Mis amigas las escojo entre las mujeres con las que me acuesto. A un amigo, a una amiga, hay que decirle la verdad, a una mujer con la que te acuestas no puedes decirle sino mentiras.

A medida que pasaron los años y las cintas, los personajes que encarnó se volvieron mejor tratados, más complejos, más ricos. Además, no pudieron contar con la seducción física y se hizo necesario más bien, buscar en el interior de sí mismo. Nunca en sus películas fue capaz de conquistar. Fue cornudo, inocente y simpático, intelectualmente frágil y sensible. Para Mastroianni hacer cine era como ir de camping. Era un poco ir a la aventura donde todo es efímero y pasajero. Era un trabajo en el cual se improvisa, se adaptan los materiales a las circunstancias. El cine me gusta como género de vida, el circo, la confusión. El teatro en cambio, es más religioso, más severo, es otro placer.

El cine italiano ha sido un cine social desde la posguerra. Siempre ha sido un cine que dirige su carga temática al sector social: Ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica y algunas comedias ‘a la italiana’: Venga a tomar café con nosotros, o la misma Dulce Vita. El cine adquiere importancia cuando se vincula a los problemas de la vida, a la supervivencia y cuenta con la posibilidad de cambiar las costumbres y las leyes; por eso es un cine válido y Marcello Mastroianni fue un válido actor.