Transición y política externa

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Pietro Lora Alarcón

Desde la resistencia al golpe en Bolivia, pasando por el plebiscito chileno y las jornadas en Colombia en el 2019 y 2021, se profundiza en América Latina la resistencia de carácter democrático contra el neoliberalismo, la corrupción y el tratamiento de orden público como respuesta a las demandas sociales.

En Colombia, el resultado electoral deriva de un proceso de unidad y confluencia de diversos sectores del campo popular, que junto a aliados con experiencia parlamentaria y administrativa rechaza la estructura de las relaciones políticas territorializadas de dominación que históricamente han sido impuestas.

La transición, que se inicia con el llamado “empalme”, inspira una etapa renovadora y legitimada, aunque no exenta de contradicciones, hacia un nuevo tipo de conducción del Ejecutivo-gobierno.

Ese bloque de fuerzas victorioso debe instalar una política dominante, con capacidad de imponer, conectado a la movilización popular, un programa concebido para convertir a Colombia en potencia para la vida. El empalme es el periodo previo, representa caminar de la percepción de lo ideal hacia la posibilidad del cambio real, examinando las condiciones para la materialización de las reformas.

Naturalmente, el gobierno derrotado busca imponer límites a las transformaciones, a través del uso de la maquinaria para extender su poder en el tiempo, dejando secuelas con fórmulas que enyesen la capacidad administrativa. Es la lucha de clases en el terreno político franco y abierto, pero de forma inédita en el país, porque se traba en un escenario de acción de gobiernos discontinuos –el que sale sinvergüenza y el que entra legítimamente apoyado por una inmensa masa popular– por la utilización de los recursos materiales del Estado.

La garantía de la ejecución de esa política dominante, como base para desarrollar un proyecto nacional democrático, es mantener viva la unidad del Pacto Histórico en torno a las tareas centrales, en el país y en el exterior, donde hay que resaltar la presencia de algunas de las fuerzas que constituyen su núcleo político, y que en vínculo estrecho con toda una colombianidad, en su inmensa mayoría abandonada a su suerte en otros países, actuaron en una campaña de motivación, aprendizaje y trabajo para estimular el voto obteniéndose al final más de 114 mil y contribuyendo a la derrota de la derecha.

El eje conductor de la acción internacional es el Programa, que entre otras cosas perfila los elementos más determinantes de lo que se podría considerar la búsqueda por redefinir el interés de la nación colombiana en las relaciones exteriores, para una política externa activa conjugada con intereses globales.

Entre ellos se alcanzan a ver: a) la preocupación con la paz y la seguridad regional; b) la soberanía y la autodeterminación como premisas para acuerdos de integración y cooperación; c) el respaldo a la democracia, con deliberación y participación popular; d) el respeto por la diversidad, la pluralidad, la etnicidad y la ancestralidad, ligadas al ejercicio de la ciudadanía; d) el interés por avanzar en la lucha por el medio ambiente equilibrado y la biodiversidad, como condición para una relación que garantice la vida y el bienestar para las presentes y futuras generaciones.

Con fundamento en los ejes del programa, con unidad, sin sectarismos, con cabeza fría y corazón dispuesto a trabajar colectivamente en las iniciativas y proyectos de mayor alcance y profundidad, es posible aportar decisivamente a la democratización de Colombia. Es importante, igualmente, rodear a Karmen Ramírez Boscán, respaldando el trabajo legislativo en perspectiva de conquistar derechos. Son los desafíos de un nuevo tiempo.