Superpoderosas, empoderadas y radicalizadas

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Selección femenina de fútbol de Colombia.

Las deportistas han desnudado el aparato patriarcal que representa la institucionalidad del balompié nacional. Al romper el silencio, agrietan las formas que se construyen alrededor de un deporte que pertenece al dominio excluyente de lo masculino

Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos

En el marco del campeonato Sudamericano sub-17 de 2008 celebrado en Chile, los medios masivos de comunicación bautizaron “cariñosamente” a la selección colombiana de mujeres, como las “Chicas superpoderosas”. Las razones para que el estrecho periodismo del país pusiera el lente al balompié femenino, se daban gracias a una generación dorada que se perfilaba en conquistar canchas internacionales con buen fútbol y dignos resultados deportivos.

El título en dicho campeonato, como el subcampeonato en el Sudamericano Femenino sub-20 de 2010, y las notables participaciones en la Copa Mundial Femenina de Fútbol de 2011 y 2015, entre otros merecidos pergaminos, llamaban la atención del universo futbolístico nacional. Mientras tanto, la prensa las enunciaba en una estrategia mediática que incorporaba el deporte femenino a la poderosa máquina de identidad nacional que representa la selección masculina de mayores.

Casi cuatro años después de esta luna de miel, 16 futbolistas de esa selección nacional lideradas por Isabella Echeverry y Melissa Ortiz, junto a la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales, Acolfutpro, denunciaron serias anomalías en la orientación deportiva y laboral de la selección que se dieron en el contexto de estos campeonatos, constituyendo profundas injusticias en pleno auge del fútbol femenino en el país.

Las denuncias

En resumen, el memorial de agravios que presentaron las deportistas, dado a conocer por el diario El Espectador, denuncia falta de garantías para ejercer su profesión y exigen respeto hacia las mujeres futbolistas. La lista de irregularidades dibuja un escenario macabro.

Desde el 2016 la Federación Colombiana de Fútbol, FCF, les dejó de pagar viáticos en las concentraciones; el cuerpo médico nunca contó con equipos apropiados para atender lesiones; el gimnasio habilitado para la selección femenina no estaba dotado de las máquinas que sí tenía la selección masculina; el plan de seguros médicos en los viajes internacionales era profundamente limitado; se tenían que devolver uniformes; existían un régimen de multas injustificadas como convocatorias paralelas organizadas por el seleccionador, Felipe Taborda.

Lo que han expuesto las máximas representantes del fútbol femenino del país, demuestra que al interior se irrespetaron los derechos mínimos de las deportistas, además de conductas intolerables como la extorsión hacia las jugadoras o indicios de acoso sexual al interior de la selección nacional. La FCF permitió este estado aberrante de cosas y su responsabilidad es inevitable. Dichas denuncias se presentaron ante la FCF, a la Defensoría del Pueblo y a la Comisión Ética de la FIFA.

Sin embargo, el escenario de denuncia nos lleva a un estadio estructural del problema. “Las Superpoderosas” con sus imputaciones, desnudan el vigoroso aparato patriarcal que representa la institucionalidad del fútbol nacional. Al romper el silencio, agrietan las formas dominantes que se construyen alrededor de un deporte, hermoso y sublime, pero cuyo poderío por excelencia pertenece al dominio excluyente de lo masculino.

Fútbol en clave de género

Al rastrear la historia del fútbol moderno, es decir su institucionalización, esparcimiento y su profesionalización desde el siglo XIX hasta el día de hoy, se concluye por sentido común, que en la ecuación histórica las mujeres quedaron por fuera. Se constituyó alrededor de este deporte, reglas objetivas y valores simbólicos de un mundo donde el protagonista siempre fue, es y será el hombre.

Tal y como referencia el trabajo investigativo de Gabriela Binello, Mariana Conde, Analía Martínez y Graciela Rodríguez, el proceso de incorporación de las mujeres al mundo del fútbol como espectadoras, animadoras o deportistas, estuvo mediado por un sometimiento al poder externo del universo futbolístico donde no existió una amenaza de modificar el estado actual de cosas, pues “el fútbol no es un territorio a conquistar: es un territorio conquistado”.

Las representaciones massmediáticas fueron fundamentales para este propósito. La industria cultural de la comunicación, consensuó nuevos valores diseñando una estrategia donde las mujeres se convirtieron en un objeto preciado del mercado, aumentado por el valor de la espectacularidad del fútbol que circula hegemónicamente en los medios.

En ese sentido, no es gratuito el despliegue mediático, el falso acompañamiento al deporte femenino y la intención de incorporar nuevos elementos al artificial sentimiento de identidad nacional que gira alrededor del fútbol. Dirigencias, medios de comunicación y empresas privadas, instrumentalizaron el momento de las «Superpoderosas» a sus intereses de mercado.

Empoderamiento

No obstante, lo ocurrido no solo con el extraordinario momento deportivo en lo femenino sino también con las valerosas denuncias, permite pensar que se fisura dos espacios del universo patriarcal del fútbol.

El primero, el saber restringido, que hasta el momento ha tenido un mecanismo de exclusión condensado en la prototípica frase “las mujeres no saben de fútbol”. El segundo, la práctica deportiva, donde existe un imaginario patriarcal que identifica la práctica femenina como lenta, aburrida y carente de talento.

Es decir, lo que antes era imposible de ser pensado y representado, hoy es una realidad: una generación talentosa con un futuro prominente y una maltratada pero firme liga femenina profesional, cuyos frutos por ejemplo le dan al equipo Atlético Huila una asombrosa Copa Libertadores de América. Las mujeres no solo saben de fútbol, sino que lo practican, lo dignifican con excelso talento y lo hacen respetar ante las injusticias.

Radicalidad

El esbozo denigrante e infame que denuncian las futbolistas colombianas, convierten la arena simbólica del ethos masculino alrededor del fútbol, en un escenario en disputa. El carácter colectivo de la acusación y los efectos que se han desencadenado en un movimiento de mujeres cada día más empoderado, convierten la acción en un ejercicio profundamente radical que desea cambios estructurales y no cosméticos.

Mientras la vicepresidenta de la República, Martha Lucia Ramírez, firma acuerdos irrelevantes con las nomenclaturas de la poderosa Federación, y los excéntricos jugadores de la selección masculina de fútbol firman un comunicado tibio y superficial donde apoyan paradójicamente a sus colegas pero también a las dirigencias denunciadas, la grieta abierta gracias al poder de la denuncia, perfila un porvenir distinto y transgresor.

Es probable que se asista a un momento transitorio de histórica subordinación, a un escenario de liberación femenina en el campo del fútbol colombiano. Para ello, el movimiento de mujeres como todo el movimiento social, deben acompañar y respaldar decididamente con acciones que trasciendan las denuncias de las “Superpoderosas”. De igual forma, es un imperativo apoyar el fútbol femenino profesional y darle la cara al debate que se abre. No hay excusas.

Bibliografía

Binello, Gabriela; Conde, Mariana; Martínez, Analía; Rodríguez, Graciela (2000); Mujeres y fútbol ¿territorio conquistado o a conquistar?; En, Peligro de Gol: Estudios sobre deporte y sociedad en América Latina; Clacso; Buenos Aires, Argentina.