Subvertir el orden

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María Eugenia Londoño (*)

Hoy la sociedad colombiana está sumida en la miseria, la desigualdad, la concentración de riqueza, la agudización de la represión y de múltiples formas de opresión y explotación, condiciones objetivas establecidas, naturalizadas y afianzadas con la percepción de ser inamovibles, argumentándose en expresiones como “así es la vida…”, o también como condiciones inexistentes, bajo la premisa de “si a mí no me pasa eso, es porque eso no existe”; por lo que actuar en función de su exterminio, resulta “desadaptado”, “vándalo”, “destructor”, “subversivo”, entre otros tantos apelativos empleados por la ultraderecha del país, muchas veces engrosada por miles de trabajadores, que desconociendo las posibilidades de un mundo diferente, se suman a la fuerza del explotador.

En ello, resultan indignantes las declaraciones de un gobierno fascista, que reduce a tal punto la capacidad crítica y de indignación del pueblo colombiano, que emplea argucias como el mandato de grupos al margen de la ley que, según éste, orientaron las acciones espontáneas de indignación, que sin otra más, emplearon su fuerza destructora contra un Estado indolente y guerrerista que de manera torpe y asesina, respondió con balas al pueblo.

Fueron 14 vidas, 15 si contamos con el motivo inicial de la indignación, y más de 300 por excesos de la fuerza pública, toda una masacre, cabe preguntarse entonces, ¿Tiene más valor un CAI que estas vidas?, Y si no fuera cualquier vida, sino la de su madre, padre, hijo, hija, o cualquier ser amado ¿Usted reaccionaría igual?, seguramente no, su indignación sería mayor y su respuesta, tal vez más o menos pacífica, también tendría consigo algo de violenta.

Y es que para aquellos que deseamos subvertir el orden de lo establecido, resulta nauseabundo e indignante pensar en una sociedad donde se decide a qué muerto sufrir, si es un “muerto bueno o un muerto malo”; por cuál asesinato indignarse, si “lo merecía o no”; cuál uso de la fuerza violenta, represiva, desmedida y asesina “es legítima”; cuál hurto no se cuestiona, si fue “apenas” unos billoncitos o un “descomunal” hurto de alimentos;  si se le da más valor a los monumentos o construcciones, que a la vida misma.

Si, resulta tan indignante y nauseabundo, como imperativo actuar para expresarlo, revelarnos ante lo establecido, ante lo aberrantemente naturalizado, no sólo como mecanismo de denuncia que busca cesar tales acciones, sino para evidenciar el ejercicio normalizador que el poder hegemónico de una dominación de tipo cultural comporta, valiéndose de los medios de comunicación al servicio del Estado, sus estructuras y aparatos.

La invitación entonces es a subvertir el orden, acercarnos a lo que Gramsci llamara el sujeto colectivo y sumar todas las expresiones de la sociedad civil, territorios y sus movimientos, en función de cesar las condiciones de explotación, represión y exterminio; avanzamos hacia esto y muestra de ello fueron las múltiples, variadas y creativas formas de expresión y denuncia vividas en jornadas como la del pasado lunes, donde acciones, algunas veces conscientes y otras tantas veces intuitivas, llevan a la población colombiana a actuar de forma contrahegemónica, contrapoder contra establecimiento, para confrontar a la clase dominante y ello demuestra la bella indignación hecha movimiento de masas en las calles, construyendo solidaridades, sororidades, alternativas, resistencias y nuevas posibilidades de construcción colectiva que implican la consolidación de un movimiento con conciencia de clase.

(*) Secretaria de Género, Inclusión e Igualdad – FECODE

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