Solo queda la unidad

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Luydomin Atencia

El poder de Estados Unidos en el mundo se ha aceitado con la guerra. En la posguerra, lanzó una ofensiva mundial bajo la doctrina de la contención al comunismo que causó estragos en toda América Latina. Los Golpes de Estado contra Jacobo Árbenz, Joao Goulart, Juan Bosch y Salvador Allende, entre otros, así como el apoyo a los regímenes militares que cometieron los peores vejámenes, son fiel testimonio.

En los años 70, Richard Nixon declaró el consumo de drogas como enemigo público. Al igual que la doctrina anticomunista, esta política tuvo efectos nefastos en toda la región andina, cambió su geografía económica y nos convirtió en los principales responsables del narcotráfico. Mientras tanto, los llamados países consumidores siempre hicieron el quite a asumir una responsabilidad proporcional a la oferta que estimulaba la demanda.

En los años 90 y en el 2000, Bush ─padre e hijo─, Clinton y Obama hicieron de la guerra global contra el terrorismo la excusa perfecta para mantener lo que Samir Amin denominó “el Imperio del Caos”, una unipolaridad sin contrapesos que alteró buena parte de los equilibrios geopolíticos en América Latina, Medio Oriente, el Norte de África y Asia Central.

Sin excepción, estas aventuras fueron un fracaso, terminaron en excesos y abusos en detrimento de los derechos humanos. Apareció el macartismo, el narcotráfico extendió sus tentáculos y se fortaleció el integrismo religioso.

Esta ofensiva migratoria es muy inquietante porque sugiere el comienzo de una era de xenofobia como ya ha ocurrido en algunos países de Europa, donde la extrema derecha ha logrado imponer la idea de que la migración comporta riesgos y se reduce a un antivalor. Expulsiones en situaciones calamitosas, redadas en escuelas y afirmaciones cargadas de odio nos muestran un cuadro sin antecedentes en Estados Unidos.

Si bien gobiernos demócratas y republicanos han adelantado acciones contra la migración, no había ocurrido en un ambiente de tanta apología al odio. Estados Unidos está gobernado por quien afirma que los latinos se alimentan con sus mascotas, que los migrantes en situación irregular son criminales y quien de forma maratónica firma decretos para el despojo de derechos frente a una sociedad que parece perpleja y sobrepasada.

A América Latina y el Caribe sólo les queda la unidad. Aunque la imposibilidad de convocar una cumbre de urgencia de la CELAC sea una mala noticia, hay razones para el optimismo. La respuesta de Brasil, Colombia, Honduras y México confirma una firme voluntad por contrarrestar la ofensiva antimigratoria.

Así como la unidad permitió rechazar el Jacobo Árbenz, Joao Goulart en los años 90, cuando EE. UU. ejercía su poder sin rivales de peso, es el momento de convertir la migración en tal vez el asunto más relevante de la integración y el diálogo político regional.

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