Jorge Enrique Botero
@botasbotero
Una de las cosas que más disfrutaba cuando trabajé en Voz, entre 1978 y 1983, era el tiempo que pasaba sumergido en sus archivos. Abrir aquellos libros enormes y bellamente empastados que guardaban cada edición del periódico, era emprender un viaje sinigual a la historia política y social de Colombia desde la óptica de los comunistas. Como órgano del Partido que era, Voz Proletaria (así se llamaba y también se llamó Voz de la Democracia) exigía desde sus enormes páginas verdadera democracia, denunciando el sistema político excluyente montado por las oligarquías.
Recuerdo aquellas ediciones levantando la voz contra el envío de tropas colombianas a Corea o contra los bombardeos y el feroz ataque militar a los campesinos de Riochiquito y Marquetalia, señalados por el entonces senador Álvaro Gómez Hurtado de haber fundado repúblicas independientes de corte comunista. Como ninguno otro periódico, Voz Proletaria le hacía honor a su nombre tomándole el pulso, semana tras semana, al movimiento sindical y a las luchas de los trabajadores. También era el único que daba cuenta de las luchas agrarias, las recuperaciones de tierra de los sin techo, las reivindicaciones de las mujeres y los estudiantes.
Además, el semanario de los comunistas les dedicaba generosos espacios a los temas internacionales. Estábamos claramente alineados al lado de la Unión Soviética y los países socialistas de Europa del Este durante los largos años de la guerra fría, también criticábamos a la China de Mao, pero -por sobre todo- éramos los más solidarios con la revolución cubana y con la resistencia heroica de los vietnamitas.
Todavía estudiaba en la universidad cuando comencé a trabajar como reportero en Voz Proletaria y no dudo que el periódico fue mi gran escuela. Tenía como director ni más ni menos que a Manuel Cepeda, un hombre recio y cálido, como pocos, que llegaba por las mañanas saludando con su risa franca -buenos días, camaradas- enfundado en su ruana de lana virgen, ataviado con una boina vasca y cargado de libros, periódicos y revistas de todo el mundo que después de algunos días rodaban de mano en mano por nuestra sala de redacción. En esta -que tenía vista a la imprenta, con su magnífica y prehistórica rotativa soviética- trabajaban nuestro Jefe de Redacción, Edgar Caicedo y el gran periodista Carlos Arango Z., ambos fallecidos; Roberto Romero, encargado de los temas internacionales, Alberto Acevedo, que hacía las sindicales, Hugo Ávila, pluma fina que escribía de deportes y yo, a cargo de los temas estudiantiles y juveniles.
Haber sido parte de la epopeya de Voz y sus tres mil ediciones es un privilegio que le agradezco al periodismo y a la vida. ¡Salud, y que vengan otras miles!