jueves, abril 18, 2024
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Serranía de San Lucas, diversa y compleja

Un recorrido por la zona central de la Serranía de San Lucas, donde se muestran algunas de sus facetas que agitan su dinámica y las posibilidades para su conservación

Bibiana Ramírez

La serranía de San Lucas es conocida como el “último paisaje forestal intacto en la región Caribe”, porque desde décadas atrás las comunidades han conservado parte de esta riqueza. Sin embargo hay puntos donde la mano del hombre ha intervenido tanto que cada vez se va deteriorando más y a pasos acelerados.

La mayor amenaza son las concesiones mineras que el Estado ha entregado a las multinacionales. A la fecha se tiene registro de 137 títulos mineros otorgados y 114 solicitudes. Los pequeños mineros sólo tienen un título muy reducido.

La Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (ACVC) viene promoviendo el establecimiento de una figura jurídica de protección ambiental para la serranía, sobre todo en el extremo sur que es donde está ubicada la Zona de Reserva Campesina, conocida por las comunidades como la “zona de la línea amarilla”, y que ha sido declarada zona temporal de protección y desarrollo de los recursos naturales, mediante resolución del Ministerio de Medio Ambiente.

Esta resolución ordena a la Agencia Minera Nacional no otorgar nuevas concesiones por dos años, en los cuales deberá definirse de manera concertada con las comunidades qué figura de protección ambiental se crea para estos territorios.

Guamocó, el centro de la serranía

La entrada a Guamocó por El Bagre es una verdadera prueba para caminantes. Nos tomó un día llegar al caserío de Marisoza a la reunión con Parques Naturales Nacionales para socializar su proyecto en la serranía.

En Guamocó, desde hace más de cincuenta años viven los pequeños mineros. Es particular porque la tierra allí está compuesta de muchos minerales, lo que no hace productiva la agricultura. Han alternado la minería con la ganadería y la explotación de madera.

Marisoza es un caserío de unas 400 personas. A la reunión llegaron 500, todas con predisposición, porque “estamos confundidos, no sabemos lo que es Parques Naturales y creemos que nos van a sacar del territorio. El deber de nosotros es defender esta tierra”. Hasta prepararon un derecho de petición para enviar a diferentes entidades.

Dicen los mineros: “Aquí está prohibido enfermarse. El Estado no se va a preocupar por nosotros. Ahí tenemos la escuela pero no hay profesores, nunca llegan. La indiferencia y la apatía conducen a un estado de degradación. Si el gobierno es tan formal y quiere mejorar la vida de nosotros, tiene que empezar a cambiar estas dinámicas de expulsión de los territorios”.

“A los pequeños mineros nunca nos enseñaron a trabajar la minería, por eso lo hacemos a nuestra manera”. Es necesaria una conciencia para conservar el territorio, convivir con las especies que allí habitan, reducir los impactos negativos para el ambiente y cuidar el agua.

El temor que tienen los mineros no es gratis, saben que el Estado en un sinnúmero de ocasiones ha usado las figuras legales para desterrar a la gente del campo. En la misma minería ponen el ejemplo de Segovia, donde “le quitaron la mina de la gente para entregarla a las multinacionales. En Buriticá están matando la gente porque se resiste. En Ituango están sacando a los mineros para construir una represa”.

En esos dos años, con el gobierno se pueden hacer estudios, debates, consensos entre las comunidades. Cómo se puede formalizar el oficio minero. El llamado para las organizaciones que están en el territorio es realizar una socialización constante con las comunidades de otros sectores de la serranía para dejar claro cada acuerdo y propuesta que se da con el gobierno.

Zapata el solitario

Sentado en una silla mecedora está el hombre más viejo en Marisoza. “Hey, Zapata, te pusijte el sombrero nuevo hoy, ese ej para conquijtá muchacha”, le dice a carcajadas un joven que pasa por la calle. Todos alrededor se ríen. Un sombrero negro con una imagen de una herradura adorna su cabeza. Carlos Zapata tiene 87 años y desde la década del cincuenta está allí, entre la selva, donde las distancias son eternas, los caminos pedregosos y el oro abunda por todos los rincones. A todo el que pasa lo saluda con ese acento costeño y alegre. Es como el ícono de la región.

Estamos sentados en una de las tiendas del caserío, la más concurrida y donde algunos se toman el tinto antes de entrar a la reunión. Allí todos se conocen y es el lugar de encuentro. Hasta la calle se vuelve intransitable para algunos, porque está llena de cuerpos saludándose. Zapata recuerda cuando llegó a Guamocó. Solitario por esas selvas que habían sido abandonadas en época de la Violencia. “Aquí ya vivía gente que trabajaba el oro, pero empezaron a matar y a amenazar y todos se fueron. Esto quedó como un desierto”.

Él entró con la intención de una vida tranquila. Hasta ahora lo ha hecho como lo planeó. “Nunca me he enfermado. Cuando estaba joven era igual a como estoy ahora. He tenido accidentes por ahí trabajando unas minas, pero no de gravedad”. Hace tres años dejó de barequiar y ahora tiene un negocio de venta de ACPM en el caserío.

Zapata antes cultivaba y trabajaba la mina, por eso pudo sobrevivir. Siempre será un solitario: ya sus hermanos murieron, no tuvo hijos y las mujeres todas se fueron. En el trabajo también practica esa soledad. “Yo he trabajado solo. No me gusta la compañía, porque no falta la envidia. Cuando recién entré por aquí, un joven mató a un viejito que por quitarle la plata y el oro, y fue a ver y no tenía nada. El remordimiento lo hizo ir”.

Algo que sorprende a Zapata es el elevado precio de las cosas. “Se mueve mucho el comercio, lo que tiene es que es muy caro. De El Bagre hasta aquí traer una carga vale 130 mil pesos. El pasaje hasta Santa Rosa vale 80 mil, pero no puede uno traer mucho viaje”. El Bagre está a un día a pie o en mula por caminos difíciles, y Santa Rosa queda a dos días a pie y a un día en carro, desde que, hace tres meses, abrieron carretera.

“Este hombre es muy peligroso, ¡más enamorado!”, dice la señora de la tienda para gozarse un poco a Zapata. Él se ríe pícaramente. Los demás también se burlan y se vuelve una carcajada común. Finalmente muestra un poco de preocupación porque hay rumores de que los van a sacar del territorio. “Pues será irme para Santa Rosa y buscar qué hacer allí, porque si aquí no dejan, no nos podemos quedar”. Sin embargo eso hace parte de la desinformación que las comunidades tienen sobre el proyecto de parques.

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