Fernando Henríquez
El Gobierno nacional ha definido la Paz Total como una de sus principales banderas, no como una frase que invoca la desaparición del conflicto armado, sino que representa una política integral que necesita contenido; no puede permanecer como una consigna de cita discursiva, debe potencializarse en un sentido altamente transformador de la sociedad colombiana, que permita transitar a una real democratización por medio de derechos que aseguren y garanticen el buen vivir de mujeres y hombres en los campos y ciudades.
Las vicisitudes por las que ha transitado la paz han sido de orden histórico, hemos corrido más de medio siglo en constante confrontación y múltiples diálogos entre insurgencias y Estado sin llegar a un acuerdo común. La segunda década del siglo XXI pasará a la historia del país como la década en la que nos dimos cuenta que en Colombia existen arrestos para hacerle frente a las problemáticas del país y generar la formulación de soluciones viables y salidas políticas a través de un diálogo civilizado, eso representó el Acuerdo de Paz de La Habana y también la posibilidad de encontrar alternativas de carácter progresista para la conducción política del país. Pero esa paz es aún inacabada, falta lograr su totalidad.
Hoy nos centramos en un nuevo proceso. El Ejército de Liberación Nacional, ELN, retomó el diálogo iniciado con Santos y suspendido por el gobierno de Duque. Ahora, en el gobierno de Gustavo Petro, la mesa de conversaciones presenta mayores avances, pero tiene que superar escenarios de crisis para que esa acumulación de fracasos termine ya.
El proceso de paz con el ELN debe entenderse desde al menos dos escenarios; en lo nacional, un clima adverso por la narrativa de la oposición y también por ambigüedades del grupo insurgente; en lo regional, la favorabilidad a iniciativas de paz en donde las comunidades juegan un papel determinante.
En el corazón de millones de colombianos se guarnece la esperanza de la paz y se pueden encontrar interlocutores con pasión de patria para superar las vicisitudes, el olvido, el miedo y los odios que ha causado el conflicto armado. Las comunidades han sabido entender que este proceso entre ELN y Gobierno nacional abrió una puerta para la participación ciudadana y que esa oportunidad de ser un dialogante más no la van dejar pasar.
Samaniego, un territorio estigmatizado por la guerra, es un fortín para la germinación de la reconciliación y la paz. No es un territorio que pide guerra, así lo dejó claro al ser el municipio que acogió a liderazgos sociales, comunidades, etnias, jóvenes, mujeres, representantes religiosos, para hacer una declaración de paz y decir que la guerra no puede ni debe ser una opción para la superación de los problemas del país.
En el marco del Comité Nacional de Participación de la sociedad, instancia acogida en la agenda del ELN y Gobierno, se convocó a un preencuentro departamental para que los sectores convocados dialoguen y sean escuchadas sus propuestas para un Gran Acuerdo Nacional. Sus voces fueron críticas frente a las trasformaciones del régimen político, las medidas económicas y las acciones de orden ambiental.
El quinto ciclo de negociaciones en México debe tener una disposición de ambas partes para alcanzar una solución definitiva y duradera al conflicto. En las regiones hay un pueblo que ya hizo lo que le corresponde, declararle la paz a la guerra.