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Sacco y Vanzetti, el linchamiento político

Muchas cosas no han cambiado hoy para los inmigrantes dentro de los Estados Unidos. Sacco y Vanzetti son, entre muchos otros, cientos de ellos anónimos, los que caminaron hacia el martirio con la frente en alto.

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Sacco y Vanzetti

 

Libardo Muñoz

El 23 de agosto de 1927, fueron ejecutados en la silla eléctrica, en el Estado de Massachussetts (Estados Unidos), los inmigrantes italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. La población mundial de aquellos días habría de estremecerse ante el episodio que tuvo todas las trazas de un linchamiento político, ejecutado por el poder de una derecha prevenida por los recientes acontecimientos de la Revolución de Octubre en Rusia.

Sacco y Vanzetti llegaron a Estados Unidos en medio de la enorme marejada humana de millones de italianos, detrás del sueño americano. Sacco fabricaba zapatos, Vanzetti vendía pescado y ambos participaban en grupos anarquistas, enfrentados a un régimen laboral inhumano, muy parecido a una semiesclavitud. Tuvieron que aceptar oficios menores porque a los inmigrantes no se les tenía en cuenta ninguna preparación.

Sacco, por ejemplo, era mecánico automotriz y le dieron un empleo que consistía en acarrear agua. Vanzetti, antes de poder negociar pescado, debió someterse a 15 horas diarias, sin descanso semanal.

El arresto de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti ocurrió el 5 de mayo de 1920. De inmediato les montaron una acusación de un doble crimen ocurrido veinte días antes. La detención se produjo en Buffalo, Nueva York, acusados del robo de un poco menos de 20 mil dólares y los asesinatos de dos hombres, vigilantes, sucedidos el 15 de abril de 1920.

La escena social de entonces era un hervidero de odio a todo lo que tuviera relación con la inmigración y que pudiera alterar la vida social anglosajona. Una campaña anticomunista era atizada en forma incesante, con epítetos contra “los rojos” desde periódicos que eran propiedad de ultraderechistas ligados al poder político, los bancos y la corrupción que imperaba en el manejo de sindicatos, más parecidos a pandillas de matones. El jurado que condenó a Sacco y Vanzetti era una jauría sedienta de venganza, como lo calificarían destacados pensadores del mundo.

Numerosas publicaciones de Nueva York, Washington y otros centros de poder clamaban sin pudor alguno por la ejecución de Sacco y Vanzetti, publicaban informaciones falsas y tendenciosas manipuladas desde los clubes sociales, con lo que lograron encender una hoguera antiinmigratoria que ardió por todo el territorio de la Unión.

Pero también es cierto que en el mundo entero el caso de Sacco y Vanzetti sacudió la conciencia de obreros, intelectuales y artistas, quienes, indignados por la injusticia que se armaba, pidieron en vano por la vida de los acusados.

Sin los adelantos técnicos de hoy, la clase obrera mundial, con sus mítines internos, periódicos y carteles, logró unir a trabajadores y gentes progresistas que hicieron enormes movilizaciones en las principales capitales. Washington, París, Londres, Roma, Berlín, Rusia, vieron desfilar multitudes con pancartas y declaraciones que exigían la suspensión de la ejecución de Sacco y Vanzetti.

La pena de muerte no pudo ser detenida pero sus impulsadores abiertos y ocultos tampoco pudieron esconderse. Se demostró que el jurado actuó predispuesto por sentimientos antiitalianos, anticomunistas y antiinmigratorios.

En 1977 Estados Unidos accedió a revisar el “caso Sacco y Vanzetti” y por primera vez se reconocieron fallas en el proceso. De manera oficial se ofrecieron disculpas a los descendientes de los dos mártires de la clase obrera. En forma simbólica, el 23 de agosto de 1977, el gobernador de Massachussets, Michael Dukakis, exoneró de culpa a Sacco y Vanzetti.

En 1971, el director de cine italiano Giuliano Montaldo llevó a la pantalla el caso de Sacco y Vanzetti, con música de Enio Morricone y una canción temática con letra de Joan Baez.

Nicola fue interpretado por Ricardo Cucciola y Vanzetti por Gian Maria Volonté, actores que desarrollaron una actividad artística de compromiso con las más sensibles causas sociales y que, con sus papeles en esta cinta, conmovieron al público de diferentes latitudes, por el realismo de la puesta en escena.

Muchas cosas no han cambiado hoy para los inmigrantes dentro de los Estados Unidos. Sacco y Vanzetti son, entre muchos otros, cientos de ellos anónimos, los que caminaron hacia el martirio con la frente en alto. Los dos rechazaron la presencia de un cura católico poco antes de la ejecución y marcharon con dignidad hacia la silla eléctrica.

El verdugo se estremeció cuando Vanzetti, con voz firme que se escuchó en todos los pasillos de la cárcel, dijo: ¡“Perdono a todos los que nos han hecho esto!”.

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