Un roble luchando por la paz

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Movilización social por la paz en Colombia. Foto Carolina Tejada.

Han pasado 90 años del surgimiento del Partido Comunista, que desde siempre, ha planteado la necesidad de un cambio de estructura social y económica, donde la paz con justicia social sea un imperativo

Carolina Tejada
@carolltejada

Esa idea de sociedad se edificó gracias a la constatación de una realidad desigual e inequitativa en donde unos pocos gozan de la riqueza producida por una inmensa mayoría de hombres y mujeres en diferentes ámbitos y oficios de la sociedad, pero que viven sometidos a un mundo de necesidades, exclusión y miseria mientras unos pocos, con engaños y coerción acumulan en beneficio propio.

Las luchas campesinas, obreras y populares, han brindado los cimientos que durante 90 años mantienen vigente los anhelos de un futuro digno para el pueblo colombiano, de justicia social y democracia avanzada y, pese a la persecución, de un trato militarista a sus integrantes producto en los últimos tiempos, de la aplicación de la doctrina de la seguridad nacional, que convierte a cualquier habitante en enemigo interno, persisten en la edificación de una sociedad en paz. Parte de ese horizonte comunista es la denominada terminación de la guerra estatal, y la edificación de democracia, soberanía, equidad, justicia para el pueblo. Imperativos de la paz.

Ante la barbarie: una salida al conflicto

En 1980, se llevó a cabo el 13º congreso nacional del, para ese entonces, Partido Comunista de Colombia, en medio de un momento crucial para la lucha social, política y guerrillera en el país, pero también uno de profundas restricciones a la democracia y en donde el gobierno de Julio César Turbay Ayala, bajo el estatuto de seguridad y el papel diligente de las fuerzas militares, se prestaban a un proceso de fascistización que instaban a la eliminación por el medio que fuera, de cualquier avistamiento de fuerzas progresistas.

En el marco de la violencia política que se estaba intensificando, dejando a su paso miseria y dolor por campos y ciudades, el partido asumiría las banderas que el dirigente Gilberto Vieira presentó ante el Comité Central: la solución política y negociada del conflicto colombiano, entre la insurgencia y el gobierno nacional, y cuya consecución le abriera las puertas a una real apertura democrática, social y política para el país.

Terminar la guerra, implica, acabar con la violencia política tal cual como, a partir de relatos se narró por algunos comunistas ante la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, creada en el marco del acuerdo de paz firmado en La Habana. “…los detenían y les hacían el baño maría” recordaba un militante veterano de Norte de Santander que acudió a la Comisión. El baño maría consistía en que: “los amarraban, les tapaban los ojos y los clavaban de cabeza en el pozo en donde defecaba todo el mundo, así era en el campo, y los volvían a sacar cuando resollaban. Luego los desplumaban, que consistía en colgarlos, les daban golpes en el cuerpo y luego les daban de tomar un puñado de pastillas, les ponían una grabadora para que hablaran, para grabar lo que decían mientras desvariaban”.

La guerra y la tortura no solo era contra militantes, también contra personas de a pie que le apostaron a una sociedad diferente. Sin embargo, esa misma les enseñaría la necesidad de orientar la política de cara al momento, no exponerse cuando no era necesario, conspirar y hasta no hablar si eran retenidos por el enemigo. Así lo narra el veterano comunista: “Nosotros sabíamos que lo fundamental era poner la mente en blanco, para no echar al agua a nadie. Eso nos lo enseño el partido, pase lo que pase no había que decir nada. A veces hasta se me olvida cuándo cumplo años…”, lo fundamental, además de no dejarse coger o amedrantar era no permitir que otras personas cayeran en la misma situación a manos del enemigo.

La paz “no será fácil”

Carlos Lozano Guillén, quien fuera director del semanario VOZ, y un impulsor acérrimo de esta tarea de la solución política al conflicto armado, comentaba en una de sus columnas que, dialogando con Gilberto Vieira, este le aseguró que esa tarea; “no será fácil”, reconoció, porque la oligarquía se resistirá a los cambios de signo positivo en el país, va a exigir la entrega de los insurgentes a cambio de unas dádivas efímeras. Lo repitió varias veces”.

En el pasado 22 Congreso del PCC, celebrado hace tres años en la ciudad de Bogotá, con ahínco en su declaración final, señalaban que el país pasaba por un momento excepcional. La aspiración histórica por una solución política negociada abría la posibilidad de dar inicio a un ciclo de transformaciones para avanzar hacia la democratización de la sociedad colombiana.

Sin embargo, no se equivocaba Vieira. La paz era necesaria, pero no era fácil. Luego del acuerdo de paz firmado en La Habana, entre el gobierno nacional y la otrora guerrilla de las FARC-EP, la oligarquía colombiana se ha negado a cumplir lo acordado, no solo porque ello implica cambios necesarios y mayor inversión en la política social, porque la paz implica justicia ante el estado de desigualdad e inequidad, tal y como lo han planteado los y las comunistas, sino también verdad y justicia ante la barbarie con la que el establecimiento se ensañó por años contra el pueblo en nombre de la “democracia”.

Ante la dejación definitiva de las armas por parte de las FARC, insistía el PCC en la declaración del 22 congreso, “el Estado debe renunciar a la violencia y al uso de las armas contra el pueblo, debe combatir el paramilitarismo y desmontar su andamiaje financiero”.

Un roble persistente en la paz

Mantener en alto la bandera de la solución política para la paz, es parte de la persistencia que, tras estos años, el roble de la historia política del país, pese a la violencia institucional, promueve en el campo social y político. En noviembre del 2019, el PCC tras una declaración pública afirmaba que, la solución política, cuya columna principal es el Acuerdo Final de Paz y la lucha por su implementación, “es un proceso prolongado, caracterizado por la confrontación con los beneficiarios de la guerra, enquistados en el poder del Estado” por ello aboga por su persistencia y porque se restablezcan las conversaciones con el ELN y la posibilidad de iniciarlas con el EPL.

Jorge Gómez, Secretario Nacional de Organización, asegura que, en el partido, “consideramos a la paz con justicia social, como un anhelo del pueblo colombiano, una exigencia popular de hace varios años y, en ese sentido los acuerdos con las FARC, son reivindicados como un logro de las luchas populares y de la solidaridad internacional. Es derrotar la violencia como forma de ejercer el poder en Colombia, es la posibilidad de un nuevo momento, de unas nuevas condiciones para la lucha y un nuevo escenario para el accionar revolucionario”.

La construcción de un bloque histórico y popular de la izquierda y sectores independientes en el país, pasa por reconocer esa tan anhelada paz. Por eso, quienes hoy cumplen 90 años, les ponen frente a los embates de la violencia y llaman a optar por el sentido común, que conlleva a pensarse en una sociedad humana y tras un llamado de dignidad, insisten en no perder el horizonte de la paz.

Tal y como expresa otro integrante del PCC quien también acudió a la CHV, para hablar del asesinato de su padre y hermanos, y la cárcel vivida al ser señalado de ideólogo de la guerrilla, “yo sólo era un campesino político (…) Somos optimistas, hay una luz en el camino y llegará el día en que los colombianos podamos pensar diferente. Por eso, el PCC es nuestra opción de vida”.

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