Roberto Romero Ospina, un periodista en busca de los liderazgos populares

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Roberto Romero Ospina.

Dedico este texto a Marina Córdoba

José del Río

Alguien escribiendo una nota en relación con la desaparición del Che, dijo tu eres de los que se mueren, pero vuelven. Pienso y siento que Roberto Romero no es de los que al fallecer se van. Se eternizan en los gratos recuerdos de su personalidad, de sus acciones y de ese permanente festejar la vida con su sonrisa, por lo cual se graban en nuestra memoria y viven en ella y permanentemente ese deseo de vivir esa vida hecha solo optimismo, nos asalta y nos ayuda a seguir proyectando su recuerdo como un permanente habitante de nuestras vidas.

Conocí a Roberto en Barranquilla en nuestra adolescencia, dirigiendo una huelga de estudiantes orientada por los jóvenes comunistas Alejandro Eljach, Antonio Vallejo, Roberto Romero, Fernando Dejanón, Ramón Mercado, eran los años 60. No era la época de la salsa sino la del merecumbé y la guaracha. Después de las movilizaciones en las calles de Barranquilla seguíamos moviéndonos en las noches al ritmo de Pacho Galán y de Lucho Bermúdez.

Porque logré conocer la real personalidad de Roberto Romero creo que habría que definirlo con el poema de Carlos Castro Saavedra Plegaria Desde América: Me llamo Carlos, soy nuevo, soy de América, /vivo en el sur de América con un hijo reciente, /mis pies son claros y anchos como la madrugada, /mi rostro es matinal, /todo mi cuerpo es verde, /sobre mi pecho pastan búfalos y caballos /y el sol abre amapolas con su mano caliente./

Creo en el pescador, en sus pescados y en sus redes,/me gusta ver un pueblo estrenando palomas,/siempre espero una carta con noticias del mundo,/espero el pan, la paz, el amor, los manteles,/espero con mi hijo junto a las estaciones/y pienso que el futuro va a llegar en los trenes;/defiendo mi esperanza, amo mi juventud,/pongo un beso en la puerta de mi casa,/lo pongo con amor de centinela,/después me voy, me voy de bala en bala,/de granada en granada deshojando la guerra./¿Quién que tenga mi edad no me acompaña?

Esos años juveniles vividos a mil, alimentados con el combustible del futuro comunista, en medio de tantas dificultades y carencias, la esperanza política nos hacía vivir felices y permanentemente enriquecíamos el colorido lenguaje costeño con neologismos. Y nos saludábamos ¿cómo estás? Estoy en todo o estoy en nada y cuando alguien nos negaba un favor le decíamos te tengo curtido y después desapareció la palabra curtido y decíamos te tengo curtis y luego te tengo Nardaway, todo este lenguaje medio cifrado porque al equipo de béisbol Filta le había llegado un jonronero que se llamaba Curtis Hardaway. El entusiasmo y la certeza en la revolución nos hacía vivir felices.

Roberto Romero comunista íntegro, militante difícil, sincero, tenía la ventaja-desventaja de reflexionar y rumiar conceptualmente todo, por eso no aceptaba nada de primera mano, ni mecánicamente. Tenía una gran capacidad argumental, era apasionado, defendiendo sus puntos de vista. Toda apología de algún concepto la terminaba con contundencia y finalizaba su argumentación con apunte sarcástico, orlado con su sonrisa o con una risa estentórea. Y siempre amortiguaba el golpe con un “viejo man, no olvides somos amigos”.

Sin embargo, no hay que engañarse, su cheveridad no permitía de primera mano descubrir la disciplina y la profundidad de los logros de sus investigaciones. Usaba, permítame la expresión, una prosa depurada de hallazgos sorprendentes, por ejemplo: “se completa la lista con los datos CPDH para tener este voluminoso expediente de 1.598 víctimas. 1.598 razones para no olvidar”, “se publican aquí también veintitrés semblanzas de otras tantas víctimas de la UP a través de crónicas periodísticas de lo que fueron sus vidas de lucha y entrega a una causa que consideraron el norte de su esencia.”

Aunque dotado de excelente inteligencia empleada óptimamente en su ejercicio profesional de periodista y de investigador, no era posudo, no simulaba, se presentaba como lo que era: un hombre que hizo del optimismo el canon fundamental de su vida. Por eso vivirá en nosotros y será un punto de referencia obligado de quienes aspiren a ser buenos periodistas y mejores revolucionarios.

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