Mauricio Jaramillo Jassir (*)
Ha hecho carrera la tesis en Colombia de que nos gobierna un radical. Sin embargo, aquello tiene un triple defecto: desconoce los matices de las izquierdas ─cada vez más variopintas─; desconoce la moderación que incluso ha caído mal en las bases que demandan por menos concesiones respecto del centro; y se ha planteado que toda radicalización supone violencia e intransigencia.
Lo anterior conspira en contra de los sectores progresistas y hace parte de la estigmatización histórica que empaña las reivindicaciones de la izquierda. Estas terminan reducidas a una supuesta incompatibilidad con la democracia, algo suficientemente desmentido en la propia historia reciente y en la actualidad, no sólo en Colombia sino en otras latitudes.
Por definición, es difícil pensar en una radicalización del progresismo, pues se trata de una corriente liberal que aboga por la ampliación del catálogo de derechos. Como se ha visto en las últimas décadas en América Latina, es tal la diversidad del progresismo que parece no haber cabida para la ortodoxia propia de las ideologías tradicionales. Sin embargo, la correlación de fuerzas actuales en Colombia exige una radicalización entendida como la priorización de los objetivos de las bases progresistas por encima de las exigencias de un centro, que hoy es aliado incomodo del progresismo, pero que se ha caracterizado por su intransigencia y la condescendencia con la derecha, incluso con las versiones más antidemocráticas.
Radicalizar el progresismo es un deber ineluctable pues el país se encamina hacia lo que Antonio Gramsci denominó “empate catastrófico de fuerzas” en el que ni la derecha conservadora ─cada vez más radical─ ni este progresismo moderado consiguen imponer condiciones para avanzar de manera significativa en la defensa, a ultranza, del establecimiento (a no confundir con el Estado) o en su transformación respectivamente.
Para la superación de este empate es indispensable avanzar en la radicalización del progresismo que, en las actuales circunstancias, consiste en; primero, defender la agenda social sin concesiones ideológicas de peso respecto del centro; segundo, reivindicar un movimiento social de izquierda sin complejos y sin tantas aclaraciones sobre desvinculaciones con el socialismo o comunismo, como si fueran corrientes incompatibles con la democracia; tercero, concretar una movilización popular permanente y, por último, desconcentrar y descentralizar la izquierda, tal como se ha propuesto bajo la idea de materializar el partido unificado (no único).
La izquierda en Colombia debe desacomplejarse y no hacerle el juego a la derecha de presumir un “pecado original” por las experiencias autoritarias del pasado que en nada se aproximan a los excesos y los efectos catastróficos del capitalismo autoritario en la historia. Es hora de que el progresismo se radicalice y avance en un frente unido, incluyente y reformista sin depender de un centro acomplejado, clientelar y condescendiente con la extrema derecha.
(*) Profesor de la Universidad del Rosario