martes, abril 23, 2024
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Quien lo sufre es quien lo goza

No solo el dios Momo fue excluido por la reina sino que el mismísimo Baco a quien se dedican las fiestas se le impedía el disfrute colectivo.

Carnaval de Barranquilla.
Carnaval de Barranquilla.

Federico Santodomingo Zárate

Después de haber participado de un exquisito ágape brindado por un selecto grupo de amigos, el día 12, martes de Carnaval, en la ciudad de Barranquilla, me dirigí a la Plaza de la Paz, cuestionada en su horrorosa construcción.

Iba como espectador a disfrutar de las danzas de tradición y el festival de letanías, obras poéticas rudas, las cuales representan un tipo de verso arcaico pero que se preservan en los carnavales con cierto humor mordaz y crítico no solo de la ciudad sino de los acontecimientos globales.

La plaza estaba vacía, eso sí, con las barandas que ahora en la soledad parecían alambres de púas en los antiguos potreros, como efectivamente, durante los eventos del norte no permiten que la gente se revuelva, esencia de estas fiestas. No así en los actos del carnaval del suroccidente, donde la ausencia de la policía era notoria, y sin embargo se nota, se saborea el disfrute.

Efectivamente, al frente de la catedral, al fondo una gentecita martillando, al frente una sala VIP, sola sin funcionarios importantes. Claro, si ya ellos dos días antes habían celebrado pomposamente en la Casa del Carnaval.

Mientras aquí participa la plebe, la que suda el carnaval. Sin embargo, las exigencias como siempre, descaradas, los operadores como ahora llaman a los contratistas, con cara de puños, interioranos agresivos, una policía que no contribuye para nada con el espíritu civilista que debe tener, al contrario siempre con la mano en el arma desafiantes con quienes quieren gozar estas festividades.

Mientras los participantes del Encuentro de Letanías hacían gala de todo tipo de críticas, los operadores del 911, jefes de los policías, no permitían que a la sala desocupada entraran a sentarse niños ni ancianos con los más inverosímiles argumentos.

Las vainas de la vida

Al intentar ingresar, me exigen mi tarjeta de periodista, les explico que me la robaron en la guacherna del Country. Uno de los funcionarios de la Secretaría de Cultura, William Guerrero, les explica que soy miembro del Consejo Distrital de Literatura. Toño Pérez, director de Son de Negro, intenta decir de que soy poeta, verseador; Carmen Alvarado, jurada, les dice que soy profesor universitario. No me dejaron entrar porque tenía una botella de ron en mi mochila Tayrona.

Que vainas tiene la vida, mientras los jurados a quienes unos jovencillos que fungen de periodistas intentaban hacerles cambiar las reglas del concurso y lucían los frascos de la imperial Cocacola yo no podía degustar mi vodka brasileño. No solo el dios Momo fue excluido por la reina sino que el mismísimo Baco a quien se dedican las fiestas se le impedía el disfrute colectivo. Ahora comprendía el por qué los pastores de muchas iglesias en sus muelles refugios huyéndole al carnaval, si no es que no estaban disfrazados, se adelantaron a las letanías con sus monsergas sobre la dedicación de estas fiestas a las deidades africanas.

Como si los afros no fueran el corazón alegre de este jolgorio colectivo. Para los organizadores del carnaval lo importante son las fotos de la prensa, por eso permanecen sordos a los cantos de los Turpiales que gritaban en su cantaleta versos de confraternidad como estos: “Que todos los actores/ de la guerra fratricida/ se decidan sin rencores/ por el respeto a la vida”. Yo si los oí con delectación y me disfrutaba mi vodka, bailando, jodiendo sabroso con el lema del pueblo acostumbrado de quien lo sufre es quien lo goza.

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