
La voluntad de los hombres, por más grande que sea su capacidad avizora, jamás será suficiente para conseguir lo que las condiciones objetivas niegan
Gabriel Ángel
@GabAngel_FARC
Francisco de Goya y Lucientes, el gran maestro español de la pintura, ubicado históricamente en una época de inmensas convulsiones europeas y americanas, plasmó en sus cuadros acontecimientos verdaderamente extraordinarios, de una trascendencia tal que quizás ni él mismo alcanzó a imaginar. Además imprimió en ellos un agudo sentido crítico, cargado de ironía, sin ocultar su rechazo al absolutismo y sus simpatías por las ideas liberales.
Destinado a la inmortalidad, Goya condenó en sus pinturas y grabados la guerra y sus atrocidades, en una actitud que lo elevó moralmente sobre sus contemporáneos. Es cierto que dio testimonio del heroísmo del pueblo español frente a la invasión napoleónica de 1808, destacando incluso el papel de la mujer en la resistencia. Pero por encima de ello, al poner de presente los desastres de la guerra, lanzó un juicio de condena a la humanidad por las miserias que es capaz de generar.
Nadie más apropiado que Goya para introducir una visión universal sobre la independencia americana, medianamente destacada, aunque con notorias reservas, con ocasión del bicentenario. Recuerdo haber escuchado y leído que este proceso no podría ser considerado nunca como una verdadera revolución, por cuanto no produjo un cambio en las relaciones económicas coloniales. Esta me parece una visión parcial, que peca por examinar las cosas de modo aislado.
Goya y los testimonios de la guerra
Uno de los primeros postulados de la dialéctica materialista enseña que absolutamente todas las cosas se relacionan entre sí. Un caricaturista se burlaría de este axioma, preguntando por la relación entre el aleteo de una mariposa en el trópico y la erupción de un volcán en la Tierra de Fuego. Sin embargo, es la historia la que nos suministra los ejemplos más fehacientes de la veracidad de este aserto. Simplemente todo debe ser situado en su contexto.
Hacia 1814 se conocieron dos pinturas de Francisco de Goya que nos enseñan a observar las cosas de conjunto. La primera se conoce como La carga de los mamelucos o El levantamiento del 2 de mayo de 1808, y representa la embestida de las tropas francesas, con sus mercenarios egipcios, contra el pueblo de Madrid, que estalló furioso contra la ocupación de la ciudad y la captura de la familia real, ordenadas por Napoleón Bonaparte.
A la segunda se la conoce como Los fusilamientos del 3 de mayo o Los fusilamientos de la Montaña del Príncipe Pío. Los dos cuadros dan testimonio de la llamada guerra de independencia de España contra los franceses, que comenzó precisamente con ocasión de esos hechos. Cualquier persona interesada en el bicentenario debe tener presente que sin esa guerra de los españoles contra Napoleón Bonaparte, los acontecimientos aquí hubieran sido muy distintos.
Es que ninguna revolución madura y triunfa sin la concatenación asombrosa de numerosos factores que se juntan para producirla. La relación que hago aquí es apenas con uno de ellos, que a su vez está entrelazado con otros muchos. Veámoslo un poco más despacio. Napoleón había conseguido la gloria en los campos de batalla y se había hecho coronar emperador por el papa. Era visto por los demás reyes de Europa como el heredero de la revolución francesa de 1789.
Los acontecimientos en Europa
Una revolución que había expandido de manera incontenible las ideas liberales sobre el origen popular del poder, las libertades y derechos de los ciudadanos, la sujeción de los gobiernos a la voluntad de los pueblos y la tridivisión del poder político, en otras palabras las ideas que condenaban al absolutismo monárquico tan enraizado en la tradición europea. Ideas que fueron estudiadas y asimiladas a profundidad por buena parte de los criollos americanos.
La vieja Inglaterra, que ya había conocido en 1649 la ejecución del rey como consecuencia de la revuelta del Parlamento contra Carlos I, desconfiaba abiertamente de Francia y sus ideas de revolución. Después de todo, esas mismas ideas habían inspirado la revuelta de sus colonias americanas, y originado la guerra de independencia de la que nacieron los Estados Unidos. Por esa misma actitud, Napoleón quería someterla para garantizar su hegemonía en Europa.
Para conseguirlo concibió la idea de bloquearla económicamente, al fin y al cabo era una isla, requería del comercio con Europa para poder subsistir. En ese empeño concluyó que el bloqueo no sería efectivo sin la ocupación de Portugal, cuyos puertos eran empleados por los ingleses para mantener su comercio. Y para someter a Portugal, necesitaba cruzar con sus ejércitos el territorio español. Mediante intrigas y diplomacia consiguió la autorización de Carlos IV.
Pero al final decidió quedarse en España, obligar a Carlos IV a abdicar a favor de su hijo Fernando VII, detener luego a la familia real en Bayona, y notificar a los españoles el cambio de dinastía. En adelante el rey de España sería su propio hermano, José. Apenas unos días después del levantamiento popular en Madrid, del que Goya dio testimonio con sus pinturas, ordenó comunicar a las autoridades de las colonias americanas los cambios en el gobierno de España.
Los factores de la revuelta
Fueron tales decisiones las que condujeron a la conformación de las Juntas de Gobierno en España, que defendían los derechos del monarca prisionero Fernando VII, conducta que comenzó a replicarse en América, cuando la Junta Suprema de Sevilla mandó sus enviados a explicar la situación y a solicitar juramento de fidelidad al auténtico rey. Hubo juntas que asumieron el gobierno mientras regresaba al poder el rey Fernando.
Pero algunas, a medida que se desarrollaban los acontecimientos, decidieron proclamar su independencia absoluta y convertirse en nuevas naciones. Así que paralelamente a la guerra de independencia de España contra Francia, comenzó a librarse en América la guerra de independencia contra España. Como se ve, queda perfectamente claro que para que se produjera la revolución de independencia, se requirieron muchos más factores que los internos.
Los criollos podían ser discriminados y los impuestos alcanzar niveles insoportables, así como la situación de los esclavos negros, los indígenas y los campesinos ser verdaderamente opresiva. Pese a ello la revolución no se hubiera producido, o de haberse producido hubiese carecido de éxito. Los levantamientos inmensos de Túpac Amaru II en el Perú, o la insurrección de los comuneros en la Nueva Granada, fracasaron por eso, por la ausencia de factores externos determinantes.
Las guerras en Europa, que produjeron hondas repercusiones en América, se encargaron de configurar un panorama de transformaciones impensables treinta años atrás. A ello habría que añadir necesariamente la poderosa influencia de las ideas liberales de la ilustración. El marco era claro, el ascenso al poder de una nueva clase, la burguesía, que se consolidaba con su nuevo marco institucional. El capitalismo se configuró definitivamente en esta etapa.