Jaime Cedano Roldán
@Cedano85
La muerte de Julio Anguita ha provocado gran conmoción dentro y fuera de España. Son incontables los escritos publicados sobre su vida, ideario, carisma, pedagógica oratoria y su ejemplo como hombre probo y político honesto. Se destaca que saliera de la política institucional con lo que llegó, y que renunciara a la pensión que le correspondía por el tiempo que fue parlamentario por la pensión de maestro. La mayoría de las apreciaciones escritas en artículos y en las redes giran en torno a estas cualidades del exalcalde de Córdoba.
Hay una faceta que no pasa desapercibida, la de profundo pensador, que lo llevara a cuestionar radicalmente procesos que se adelantaban en la Europa de los ochenta como Maastricht, la Unión Europea y el euro. Anguita se levanta como figura en esta etapa de profundos cambios y cuando con la creación de Izquierda Unida pareciera parar la debacle de la izquierda representada en el PCE y su entorno a la democracia.
A pesar de haber logrado dos millones de votos y una importante presencia parlamentaria, su discurso contra los monstruos que nacían tienen el sinsabor de la soledad y los medios lo apalean sin piedad. Los debates internos sobre el manejo de la relación entre partido y movimiento amplio parece que tampoco fueron muy fáciles. Unidad, el valor del programa, la profundidad del debate y la necesidad de un amplio y transversal proyecto transformador son parte del ideario que Julio Anguita deja como legado, y más que para la posteridad, para estos tiempos convulsos y difíciles.
Y es que precisamente el momento que vivimos en el mundo está planteando la necesidad de salidas y alternativas de fondo. Objetivamente el discurso antineoliberal y anticapitalista adquiere una nueva dimensión, y parte del mismo hace parte de los análisis y los discursos en espacios diferentes, desde el Encuentro de Puebla a los debates organizados en los entornos de los partidos y movimientos del Foro de Sao Paulo y otros distintos escenarios de los movimientos sociales.
Aquí vale la pena una comparación, superficial por lo que esta columna puede dimensionar y con específica referencia al caso español. Se trata de la fuerza que el discurso anticapitalista y radicalmente transformador adquirió como reacción a la crisis de la burbuja inmobiliaria de 2008. Tras la derrota del llamado socialismo real y las pretensiones de instituir el discurso del “fin de la historia”, la Europa social enmudeció, al contrario de América Latina donde se levantan Chiapas, los movimientos sociales y posteriormente los gobiernos alternativos.
Es la crisis del 2008 la que produce un sacudón político y se empieza a ver movimiento en las calles, que desemboca en las movilizaciones de los indignados del 15M. De estas turbulencias surge Podemos con una extraordinaria fuerza, pero muy rápidamente el discurso anticapitalista se va diluyendo en la institucionalidad, en el marketing político y el rechazo abierto, despectivo incluso, a las supuestas dogmáticas radicalidades.
Las tesis del 23 congreso del PCC, escritas antes del estallido de la actual crisis nos llama a una clara “ruptura radical y absoluta con las teorías del capitalismo social, la supuesta redistribución de la riqueza … y la buena voluntad de la clase política”. La salida a la crisis del capitalismo en el marco de la pandemia le da especial resonancia a estos postulados y a un debate de grandes expectativas.
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