¿Por qué la catástrofe de la izquierda en El Salvador?

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El FMLN se encuentra pagando el alto precio de haberse asumido como una maquinaria electoral y haber descuidado su formación como partido político de izquierda. Foto El Faro

La derrota electoral del FMLN en las pasadas elecciones parlamentarias de febrero, deja a la izquierda salvadoreña en su peor momento desde la firma del acuerdo de paz en 1992. Los retos serán regresar a las bases y al territorio, disputar la calle, el sentido común e incluso las redes sociales

Carmenza Mendieta

El triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959 aceleró en la izquierda latinoamericana la maduración política sobre la idea de asumir el camino de la lucha armada y avanzar hacia un horizonte radical para transformar las sociedades.

En Centroamérica estas ideas se instalaron con una fuerza muy particular y tras la victoria sandinista de 1979 en Nicaragua, la consigna guevarista de “Crear, dos, tres, muchos Vietnam” se sintió y vivió con fuerza en los países de la periférica región, uno de ellos sería El Salvador, cuyo conflicto armado no únicamente atrajo las miradas del mundo, sino también cautivó y convocó a la solidaridad con una de las organizaciones insurgentes más emblemáticas que ha conocido la región: el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, el partido que –en los recientes comicios salvadoreños– resultó ser el más castigado por el veredicto de las urnas.

Los periodos del Frente

El FMLN es un partido joven que ha transitado por cuatro períodos. El primero y más conocido fue el inicial, como actor dentro del conflicto armado salvadoreño (1980-1992). En dicho período el Frente se constituyó en el plano militar como un sólido ejército revolucionario y en lo político como una verdadera autoridad en las zonas liberadas, ya que su arraigo popular garantizó su indestructibilidad y el empate militar que obligó al Estado a sentarse y encontrar una salida política negociada a la guerra.

En su siguiente período (1992-2009) tras los Acuerdos de Paz de Chapultepec firmados en 1992, el Frente pasa a ser partido político. La verticalidad heredada de sus orígenes guerrilleros le garantizó la disciplina necesaria para resistir como oposición beligerante a los atentados en contra de los reincorporados, a las discusiones internas y a las políticas neoliberales de los gobiernos derechistas del partido Alianza Republicana Nacionalista, ARENA.

Un tercer período (2009-2018) caracterizó al FMLN por la obtención de importantes victorias electorales, entre ellas la de la Presidencia de la República con Salvador Sánchez Cerén entre el 2014 al 2018. Finalmente, un último período (2018 hasta hoy) el Frente como partido de izquierda regresa a ser oposición, esta vez con una imagen desgastada y seriamente lesionado en su base social.

Una derrota estrepitosa

En las recientes elecciones municipales y legislativas en El Salvador, la estrepitosa derrota del partido de izquierda tomó por sorpresa no tanto por el pronóstico de las encuestas que auguraban una victoria arrolladora a favor del oficialismo, sino por los resultados que -para el FMLN- fueron aún más lapidarios que las proyecciones más optimistas que pudieron haber tenido de sí mismos, que de por sí, no eran nada alentadoras. La combinación de factores endógenos y exógenos dieron como resultado que este movimiento político hoy sea una fuerza irrelevante que no representa una alternativa de poder a corto plazo.

El FMLN se encuentra pagando el alto precio de haberse asumido como una maquinaria electoral y haber descuidado su formación como partido político de izquierda. Las señales de descontento hacia el partido se venían expresando desde antes de las elecciones que los desplazó del poder en 2018. Una serie de errores fueron desencadenando el descontento a lo interno de una base que sistemáticamente fue poniendo fin a su militancia partidaria en términos prácticos.

La trasgresión a la institucionalidad partidaria manifestada en la supresión de espacios de toma de decisión, permitieron la concentración de poder de una cúpula permisiva con el nepotismo, tráfico de influencias y cuadros salpicados por actos de corrupción, son quizás las razones principales por las que paulatinamente potenciales electores y la misma base electoral del FMLN fueron perdiendo confianza en el partido.

Los errores del FMLN

Se caería en la injusticia si no se reconocieran logros importantes en la gestión efemelenista, como la construcción de hospitales, reducción del analfabetismo, aumento al presupuesto de la educación pública, leyes en contra de la violencia a las mujeres, entre otros logros.

Sin embargo, el FMLN actuó como un partido político oficialista más y no como un movimiento revolucionario en función de Gobierno, esto se manifestó en el distanciamiento con el movimiento social, el descuido a la formación político-ideológica de sus nuevos militantes, actitudes sectarias y excluyentes frente a críticas necesarias, la falta de organización y politización para el empoderamiento popular de lo que pudo ser el inicio de un proceso que se dirigiera hacia un horizonte verdaderamente revolucionario, hicieron, en buena parte, que el FMLN no proyectara sus logros, no tomara iniciativa sobre otros procesos y que su Gobierno no llenara las expectativas.

Por otro lado, pese a que el FMLN es el mayor responsable de los costos políticos que hoy está pagando, no se puede apartar a los actores interesados en poner fin a un proyecto de izquierda en El Salvador. En esa idea, el partido Nuevas Ideas del presidente Nayib Bukele, no dista mucho de lo que se ha vendido como un “partido tradicional” si consideramos que dicha organización se ha nutrido de muchos partidos tradicionales, además que no ha estado divorciado de la lógica política que ha venido llevando el país por décadas.

Bukele y el Frente

No obstante, la abrumadora mayoría obtenida por el oficialismo de Bukele obedece en parte a políticas acertadas, la más reconocida podría ser el descenso de los homicidios en un país subsumido en la violencia. El anterior logro, es capitalizado por el Presidente como un logro que tiene como antecedente su gestión como alcalde del FMLN en San Salvador entre 2015 y 2018.

Este sería otro punto. Bukele es hijo del FMLN y representa un fenómeno que se ha nutrido de la antipolítica y el “politing”. Por el lado de la antipolítica conocemos que el discurso, “ni derecha, ni izquierda” es una falacia. Sin embargo, crea sentido sobre todo en un sector poblacional joven que no vivió el conflicto armado y se deja seducir por un presidente que llama “farsa” a los acuerdos de paz, aunque sin aquellos acuerdos difícilmente este hubiera llegado a ser Presidente.

Por otro lado, está el fenómeno del “politing” donde el candidato es un producto, el votante es cliente, su voto es dinero y la transacción se da en las urnas en dependencia de una buena publicidad y en eso Bukele ha sabido manejarse con la utilización de las herramientas tecnológicas y el mercadeo de su imagen.

La izquierda salvadoreña, tanto partidaria como social, tienen ante sí un desafío histórico importante frente a un mandatario que ya ha demostrado rasgos supremamente autoritarios y docilidad con Washington. La preservación y fortalecimiento del instrumento político o la construcción de uno nuevo, estará en dependencia de la discusión y la complementariedad de las revolucionarias en un escenario de resistencia.

Regresar a las bases, al territorio, disputar la calle, el sentido común e incluso las redes sociales, será el reto. La izquierda salvadoreña no ha muerto, sigue viva. Le tocará reestructurarse, reorganizarse y reinventarse para volver a impregnar fuerza en una sociedad apabullada y suspendida en este escenario de su historia.

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