miércoles, abril 24, 2024
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Plutón y Kepler 452b: Nuevos planetas, nuevos desafíos

Los recientes hallazgos sobre el planeta Plutón y el descubrimiento de otros astros plantean audaces retos para la ciencia, en la perspectiva de aclarar el origen de la vida. Por desgracia, la mayoría de estos programas espaciales están ligados a la carrera armamentista de las grandes potencias

El cosmos y la paz son inseparables.
El cosmos y la paz son inseparables.

Alberto Acevedo

El mes de julio estuvo cargado de noticias sobre nuevos, audaces e insospechados descubrimientos sobre la existencia de nuevos planetas, más allá de nuestro sistema solar, situados a distancias descomunales, que la literatura científica empieza a denominar exoplanetas y algunos de los cuales tienen asombrosas semejanzas con las condiciones de vida en la tierra.

Una de las primeras noticias que sorprendió a la opinión pública tiene relación con Plutón, ahora denominado el ‘planeta enano’, que a pesar de ser mucho más pequeño que la tierra, tiene cinco satélites naturales que lo orbitan, formando un miniuniverso.

Gracias a la sonda espacial New Horizons, ahora se sabe que su superficie está recubierta de una delgada capa de hielos de nitrógeno, metano y dióxido de carbono. Pero llama la atención de las agencias espaciales, que a pesar de ser constantemente impactado por otros cuerpos celestes, conserva una superficie lisa, lo que supone una actividad geológica interior, que va regenerando su ‘piel’.

Después sorprendió el hallazgo que la misión Klepler hizo de una serie de planetas, más allá de nuestro sistema solar, ubicados en una zona conocida como ‘Ricitos de oro’, que orbitan a una distancia donde el agua líquida puede existir en la superficie del planeta.

En realidad son ocho nuevos planetas, ubicados en una región del cosmos donde los científicos suponen que pudiera haber vida. Dos de ellos, el Kepler 438b y el Kepler 442b, son muy semejantes a la tierra. Una especie de primos hermanos de nuestro planeta. El segundo de estos dos, tiene un 97 por ciento de probabilidades de estar en una zona habitable de su estrella porque recibe alrededor de dos terceras partes de la luz solar que llega a la tierra, lo que evita que el agua se evapore o se congele.

Avalancha de datos

La cantidad de información que estos programas espaciales está suministrando a las agencias de investigación norteamericanas, francesas y de otros países, es de tales dimensiones, que se calcula que en los próximos seis u ocho meses estarán llegando datos de manera profusa y a duras penas habrá tiempo de procesarlos y analizarlos.

Pero no es solamente eso. Desde que el telescopio Kepler comenzó a ser usado por primera vez, en 2009, ha descubierto al menos mil nuevos planetas. Varios de ellos con formaciones rocosas que los asimilan a la tierra. En algunos se insinúa la existencia de tipos de microorganismos capaces de habitar ambientes inhóspitos, especialmente en un tipo de planetas llamados extrasolares.

Esta información confirma que en el universo existen muchas subestructuras. Se investiga la existencia de materia oscura, los denominados agujeros negros. Se sabe que el universo está en expansión, como lo confirma el descubrimiento de supernovas cósmicas. Pero también en nuestro entorno hay nuevos hallazgos. Por ejemplo, se investiga por qué el sol, el planeta más observado por nuestros científicos, presenta en la corona solar una temperatura cercana al millón de grados centígrados, muchísimo mayor que la de la superficie de la estrella.

Hoy en día se están invirtiendo colosales sumas de dinero en estos programas, no sólo para entender posibles formas de vida de organismos extremófilos. Para las grandes potencias resulta tentadora la idea de encontrar reservas infinitas de agua, minerales estratégicos, recursos energéticos, elementos que podrían contribuir a que la ciencia médica encuentre la manera de desterrar definitivamente las enfermedades que aquejan al ser humano.

A espaldas de la ONU

Y esto plantea un primer problema ético: ¿Quiénes y con qué autoridad se irán a apropiar, como en efecto lo están haciendo de estos adelantos? ¿Con qué intereses? Lo cierto es que no es la comunidad de naciones, a través de la ONU, la que asuma estas investigaciones, sino las grandes potencias industriales, y tras de ellas los consorcios que representan al complejo militar industrial, sobre todo de los Estados Unidos.

La NASA, que lidera estas investigaciones, presentada por alguna analista como ‘la mejor marca-país que tienen los Estados Unidos’, coopera estrechamente con la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en la creación de nuevos sistemas de ataque de largo alcance, compuestos por una red de armas nucleares y medios de transporte de estas armas, algunos de los cuales tienen que ver con el espacio sideral. Pero además, absolutamente todos los programas de la NASA, en su control y financiación, tienen como a uno de sus patrocinadores y evaluadores, al ejército de los Estados Unidos y alberga por ende, un componente militar.

Washington siempre soñó con la posibilidad de disponer de un programa de defensa satelital y en aras de ese sueño ha comenzado a llenar el cosmos de armas ofensivas, con poder nuclear, de las cuales la humanidad no conoce sus alcances y dimensiones.

Desmilitarizar el espacio

Ya desde el verano del año 2006, Estados Unidos dio a conocer lo que denominó nueva doctrina para el espacio sideral, que prevé el estacionamiento de armas nucleares en el cosmos. Para esa época, el coronel Anthony Russo, jefe de la división espacial del Comando Estratégico de los Estados Unidos, consideró que era necesario determinar con más precisión la responsabilidad del Departamento de Defensa en la seguridad de los grupos de satélites nacionales en el cosmos, y con esto justificaba un programa militar de tales dimensiones.

Hoy en día, los programas espaciales norteamericanos obedecen a una política militarista de agresión al resto del mundo. Expresión de ello son de alguna manera la construcción de ‘escudos antimisiles’, que apuntan a los países del antiguo bloque socialista, particularmente contra Rusia, Irán, Corea del Norte y China. Pero además, la Casa Blanca sigue construyendo cohetes militares.

Lo grave es que el actual equilibrio estratégico no garantiza el mantenimiento de la paz en el mundo, y las armas que se instalan en el cosmos, bajo el pretexto de un programa defensivo, tienen una delgada línea de diferencia entre lo que se considera defensivo y lo ofensivo.

Para los sectores democráticos y progresistas en el mundo es claro que el cosmos y la paz son inseparables. Es hora de plantear con fuerza la desmilitarización del cosmos, ante la perspectiva de nuevos descubrimientos y avances científico técnicos, que no pueden estar supeditados a la industria militar y a los intereses colonialistas y de dominación de los Estados Unidos y sus aliados. El programa espacial de Estados Unidos es un programa de militarización acelerada del espacio, y este asunto deberá ser abordado en foros internacionales que se ocupen del destino de los actuales arsenales nucleares.

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