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Plan Colombia, ¿algo que celebrar?

El brindis de Santos por los quince años del Plan Colombia es un desaire al proceso de paz y una afrenta a las víctimas de la guerra y la violencia.

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Jaime Cedano Roldán

El presidente colombiano Juan Manuel Santos y Barack Obama, junto a una espléndida lista de invitados, se sentarán a manteles y chocarán las bacarat para conmemorar este jueves los 15 años del Plan Colombia. Dirán en los brindis y en los discursos formales que gracias al Plan Colombia hoy día está cerca la paz y Colombia se enruta por los senderos del progreso y la prosperidad. Con patriótica emoción dirá Santos que no encuentra palabras para agradecer a los norteamericanos su inmensa y desprendida generosidad. Paralelamente los ex presidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana organizarán sus propios convites y se proclamarán padres legítimos de la criatura homenajeada. Uribe acusa a Santos de haber abandonado el plan.

En las regiones agrarias la gente tiene otra visión. El Plan Colombia contribuyó a la extensión, profundización y degradación del conflicto armado y la violencia. Fue presentado como una estrategia para combatir al narcotráfico pero era evidente su objetivo contrainsurgente, a pesar de que se preparara en medio de las negociaciones de paz de El Caguán desarrolladas con las FARC por el presidente Andrés Pastrana entre los años 1998 y 2002.

Eran una distracción mientras se culminaba el proceso de reingeniería de las Fuerzas Militares que incluían el aumento de combatientes de élite, extensión de los batallones de alta montaña, adquisición de armamento moderno especialmente para el combate aéreo, modernización de la inteligencia y la vinculación de tecnología de punta a la guerra, aportada por Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel. Aunque no estaba escrito en los documentos, la extensión del paramilitarismo, esencia de la estrategia contrainsurgente norteamericana, fue una parte fundamental del plan. De esta manera buscaban enfrentar la creciente ofensiva guerrillera y las derrotas que día a día venían sufriendo las Fuerzas Armadas por aquellos días de la década de los noventa.

Las alarmas estaban prendidas y crecía el temor de que las FARC-EP pudieran hacer exitoso su plan estratégico, que en términos militares y políticos llevaría al copamiento de las cordilleras, el cerco a Bogotá, el alzamiento popular y la toma del poder. Las negociaciones de paz se adelantaban mientras las partes trabajaban apresuradamente en función de sus planes estratégicos de guerra, por si fracasaban las negociaciones de paz o sabiendo ciertamente que iban a fracasar. Cuando el Plan Colombia estuvo listo Pastrana rompió las negociaciones. El pretexto fue el secuestro de un avión por parte de la guerrilla. Pudo haber sido cualquier otro. El país entró en una nueva etapa y en un nuevo espiral de la guerra.

Es incalculable el costo económico real del Plan Colombia. Ya en el 2009 algunos investigadores calcularon gastos anuales de 1.200 millones de dólares. La Comisión Latinoamericana sobre Drogas, en un informe firmado por varios ex presidentes latinoamericanos, decía que “estamos más lejos que nunca del objetivo de la erradicación de las drogas”. Estaba claro que los objetivos del Plan eran otros. Entre ellos los recursos de la Cuenca Amazónica, la regionalización del conflicto y convertir a Colombia en una inmensa base militar norteamericana para enfrentar a los gobiernos progresistas que empezaban a surgir en la región. Colombia, como en los tiempos de Las Malvinas, volvería a ser el Caín de América.

El Plan Colombia le dio un vuelco a la guerra y le permitió al Estado colombiano pasar a la ofensiva militar, propinándole serios golpes a las FARC, llegando hasta sus más recónditas retaguardias, dar de baja a integrantes de un Secretariado hasta entonces intocable, a muchos mandos de gran peso en las regiones y llevar a la cárcel a centenares de guerrilleros. La guerrilla duró algún tiempo para asimilar la nueva situación pero logró adecuarse a los nuevos tiempos incrementando los niveles de la confrontación y recuperando la iniciativa. Medio siglo de existencia son una larga escuela y en su génesis está aquella dialéctica de ser un día guerrilla, otro día movimiento agrario o de autodefensa y luego volver a cambiar.

El Plan Colombia no acabó con el narcotráfico. Tampoco con la guerrilla. Pero dentro de sus logros pueden señalarse seis millones de campesinos desplazados a quienes arrebataron siete millones de hectáreas de tierra. El país se paramilitarizó y la violencia adquirió características inimaginables. Fueron los años del “todo vale”, las masacres, desapariciones y falsos positivos. Los años del uribismo desatado. Más de 200 mil nuevas víctimas del terror y la violencia.

Las negociaciones de paz de La Habana son un escenario completamente diferente al del Caguán así los objetivos de la oligarquía sean similares y explican las contradicciones que enfrentan a Santos y a las FARC en la mesa de diálogos, y a Santos con las movilizaciones campesinas, indígenas y populares. La idea es que se puedan dirimir sin necesidad de la guerra, la violencia y la criminalización. El brindis de Santos por los quince años del Plan Colombia es un desaire al proceso de paz y una afrenta a las víctimas de la guerra y la violencia.

Sevilla, febrero 3 de 2016

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