Federico García Naranjo
@garcianaranjo
El neoliberalismo no es solo un modelo económico, es también y, sobre todo, un paradigma ético. Es decir, es una forma de organizar al capitalismo y además de concebir al ser humano y su relación con los demás. Así, desde este paradigma se nos vende un modelo ideal de persona neoliberal que suele ser alguien emprendedor, optimista y que no espera nada del Estado ni de la sociedad porque confía plenamente en su talento individual para triunfar y alcanzar sus objetivos.
Sin embargo, en el neoliberalismo son pocos los ganadores, los winners, y los demás, los loosers, somos la inmensa mayoría. De modo que el funcionamiento del sistema depende de que se mantenga la fe de estos últimos en la promesa, es decir, la ilusión en su capacidad individual para obtener el éxito sin quejarse ni protestar por sus derrotas. En ese propósito, el catecismo neoliberal nos ofrece una serie de conceptos que han servido para construir el relato de la persona triunfadora –o en pos de serlo– y que se han vuelto parte del ‘sentido común’. Por eso no está de más señalarlas y advertir su verdadero significado.
Nuestro “echar pa’lante” de toda la vida se ha convertido en resiliencia. Es la capacidad de superar las dificultades. Es un concepto que inspira corrientes que propugnan por el perdón y la reconciliación, en particular en casos de genocidio y búsqueda de la paz como en África. En nuestro contexto se traduce como la responsabilidad que tiene cada individuo –sobre todo las víctimas, de cualquier clase– de admitir su condición, superar su dolor y dejar de esperar ayuda y solidaridad para convertirse en alguien “que aporta”, es decir, alguien productivo y funcional al capitalismo. En otras palabras, “deje de quejarse y produzca”.
En el proceso de convencernos de que como individuos somos los únicos culpables de nuestro fracaso –porque el éxito total nunca se alcanza–, el catecismo nos dice entonces que no somos la mejor versión de nosotros mismos, no hemos desarrollado todo nuestro potencial y no hemos deseado el éxito lo suficiente para atraerlo. Por eso, el “cambiar el chip” de toda la vida ahora es reinventarse. Debemos ser disruptivos, tener actitud, pensamiento positivos y cambiar lo que somos por otra cosa, algo más productivo, más consumista, más feliz, más funcional.
Si hemos sido resilientes y nos hemos reinventado, quiere decir que estamos cerca de empoderarnos. Aunque claro, “estamos” es un decir porque el empoderamiento es algo individual. Cada persona, individualmente, es resiliente, se reinventa y se empodera. Nada nos dice este catecismo de la cooperación, la solidaridad o la lucha colectiva. Estas palabras neoliberales solo tienen sentido en el universo de Thatcher donde “no hay tal cosa llamada la sociedad, solo hay hombres, mujeres y familias”. De modo que, si no hay sociedad, estructura ni historia, cada individuo es el único culpable de su fracaso.
Ahí está la trampa, nadie puede por sí solo. Hay que madrugar y trabajar duro pero no todo depende de la voluntad o del empeño. Únicamente en colectivo se sanan de verdad las heridas, se transforman las personas y se ejerce el poder. Hay que seguir “echando pa’lante”, “cambiando el chip” y “teniendo berraquera”, pero entre todas, no cada persona por separado; aislados, solo seremos presa fácil de la incertidumbre y la derrota.