jueves, marzo 28, 2024
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Operación ‘Unitas’ en el mar Caribe. ¿Qué doctrina militar defendemos?

Se realizaron ejercicios militares navales en costas colombianas, bajo la orientación de la OTAN y la Marina de Guerra de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, Colombia preside Consejo de Seguridad de Unasur. Dos concepciones militares contrapuestas

Alberto Acevedo

El pasado lunes 16 de septiembre, concluyeron los ejercicios navales de la denominada Operación Unitas, sobre la costa caribe colombiana, entre Cartagena y Coveñas, con participación de fuerzas navales de 16 países, y la coordinación de la Organización del Tratado Atlántico Norte, OTAN y de la Marina de Guerra de los Estados Unidos de América.

En los ejercicios navales, en su versión 54, tomaron parte 1.800 marinos, a bordo de 17 buques de guerra, 16 aeronaves y varios submarinos. Es la segunda vez en que la Armada Colombiana sirve de anfitrión a estos operativos, tendientes a realizar entrenamientos defensivos/ofensivos que le permiten a Centro y Sur América convertirse en una sola fuerza, en eventuales operaciones para combatir el ‘terrorismo’, la proliferación de armas de destrucción masiva, el narcotráfico, para atender desastres o enfrentar manifestaciones de piratería y contrabando. Que en todo caso llevan al concepto de la ciberdefensa.

Este es el aspecto formal de la operación Unitas, o al menos, la versión que entregan las oficinas de prensa de las respectivas armadas. La verdad es que tales prácticas militares tienen, además, otros objetivos no confesados.

No se dice mucho de que en los ejercicios de este año, participan al menos tres países miembros de la OTAN (Estados Unidos, Alemania y Reino Unido) y se pone en movimiento una doctrina militar cuidadosamente diseñada por el Pentágono y el Departamento de Estado de los Estados Unidos.

Matices

Aunque se trata de unas maniobras que se realizan anualmente desde hace más de medio siglo, a partir de los tiempos de la ‘guerra fría’ y de las campañas antisoviéticas y anticomunistas para contrarrestar la influencia del campo socialista mundial y de su expresión militar, el Tratado de Varsovia, los ejercicios de este año se realizan en un contexto particular que vale la pena examinar.

El primero y más importante y que causa no poca preocupación entre las naciones miembros de Unasur, del Mercosur, de la Celac y de otras expresiones de cooperación regional en América Latina, es que son los primeros ejercicios navales que se realizan después de que Colombia anunciara su intención de vincularse como cooperante, a la OTAN.

Y esta cooperación se produce después de que en una cumbre de la alianza militar atlántica, en Lisboa, en el año 2010, se aprueban una serie de documentos de trabajo denominados “concepto estratégico 2010”, en los que se consigna que en su nueva línea de acción “la OTAN busca ampliar su círculo de amigos” para poder afrontar los retos globales. Ya sabemos, por denuncias anteriores, que esos retos han sido la posibilidad de mantener su intervención militar en Irak, Afganistán y otros países y ahora prepararse para invadir a Siria y apoderarse de sus riquísimos recursos naturales, para beneficio de las grandes transnacionales occidentales.

En Afganistán, en estos momentos, la OTAN mantiene una fuerza de cuatro mil soldados pertenecientes a fuerzas militares de 22 países no miembros de esa organización, lo que representa para la alianza noratlántica mayor aceptación, legitimidad y efectividad de operaciones en una estrategia que en últimas está diseñada por Washington para mantener su área de influencia en la región. Y es precisamente esa política intervencionista, la que ahora defiende Colombia con sus acuerdos de cooperación con la OTAN.

Riesgo para la paz

Es este nuevo nivel de cooperación militar el que preocupa a los gobiernos progresistas y democráticos de la región. Precisamente, el ministro de Defensa boliviano, Rubén Saavedra, declaró hace poco: “Cualquier forma de presencia de la OTAN en Sudamérica o en Latinoamérica, ya implica un riesgo para la paz de la región. Esta presencia también implica desestabilización de la misma región, un riesgo inminente de la paz que gozamos”.

Para ser francos, no se trata sólo de las operaciones por cuenta de la OTAN las que amenazan el continente. Hay de por medio además el remozamiento de la estrategia intervencionista norteamericana en forma más desenfadada, la proliferación de bases militares y en general, el rearme de la región, política que ambienta una nueva escalada intervencionista, ya comentada por este semanario.

Este panorama ha sido objeto de discusión por los jefes de estado y comandantes de las fuerzas armadas de los países democráticos de la zona, que han comenzado a hablar de que llegó la hora de rediseñar una nueva doctrina militar, patriótica, independiente y no hegemónica, para latinoamérica.

En la primera semana de septiembre, delegados militares de Argentina, Brasil y Ecuador, todos miembros de Unasur, decidieron avanzar en el diseño de la primera Escuela Sudamericana de Defensa, Esude, un centro de formación en seguridad, concebida con el objetivo de “convertir a la región en una zona de paz”.

Visiones caducas

Otros miembros de Unasur coinciden además en la necesidad de contar con “un organismo de educación superior y de postgrado, para preparar en doctrina e identidad regional a civiles y militares, y así evitar injerencias de otros países o zonas geopolíticas”, tal como ha ocurrido en épocas anteriores.

Así lo desatacó la Agencia de Noticias del Ecuador y Suramérica, Andes, quien precisó que en la reunión de septiembre se elaboró ya un primer documento de trabajo para constituir la Esude.

El ministerio de Defensa del Ecuador declaró, según la agencia noticiosa, que la idea del proyecto es “eliminar las visiones caducas con que se formaban nuestros militares, con manuales y programas impuestos desde países hegemónicos. El objetivo es iniciar desde cero y plantearse una doctrina de defensa, sin partir de la premisa de países enfrentados. De ahí que es importante definir el rol del militar, al asumir competencias de prevención, control fronterizo o atención de emergencias.

Se ve, pues, claramente, que en América Latina hay preocupación generalizada en cuanto a la necesidad de buscar sinergias para la integración económica y regional y que este asunto planeta diversos interrogantes. Uno de ellos es el uso de las fuerzas militares para el siglo XXI, en una América Latina cada vez más unida y que esgrime una vocación de paz.

Disyuntiva

En este escenario de discusión se dan al menos dos grandes vertientes de pensamiento. Una mayoritaria, liderada por los países del Alba y Unasur, que plantean la necesidad de una nueva doctrina militar para la paz, y otra, que responde al viejo modelo intervencionista norteamericano, interesado en alentar conflictos regionales y profundizar el proceso de militarización en la región.

En este escenario, resulta por cierto paradójico, como lo informó el matutino El Tiempo, en edición del pasado 6 de septiembre, que Colombia presidirá por un año el Consejo de Suramericano de Defensa de Unasur. Aquí vemos a la Casa de Nariño prendiéndole una vela a Dios y otra al diablo.

¿Qué diablos hace Colombia presidiendo el consejo de seguridad de Unasur? Un país que ha reconocido sus simpatías con la OTAN y la política intervencionista de los Estados Unidos. También es hora de que Colombia, en época de postconflicto, como lo anuncia el presidente Santos, defina el tipo de doctrina militar que habrá de asumir para el milenio. Si la política de paz y cooperación pacífica, de respeto a los derechos fundamentales de los nacionales, o la política de la confrontación y de la guerra.

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