Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
Aún conservo el libro de la Perestroika, cuya autoría es del último secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijail Gorvachov, publicado en español por la editorial Oveja Negra en el año 1987. Llegó a casa por allá en el año de 1994, cuando algún profesor de sociales se lo habría pedido a sus estudiantes de bachillerato para intentar explicar los intempestivos cambios del mundo en menos de un lustro. Mi hermano, inquieto de conocimiento, lo compró; mientras yo, con menos de cinco años y sin entender nada de nada sobre lo que me apasionaría el resto de mi vida, leía por primera vez y de manera escueta las palabras socialismo, Lenin, Unión Soviética, reestructuración y revolución.
Cuento la anécdota para describir que mi generación nació con los televisores extasiados por el derrumbe del “socialismo real”. Años después entendí, que aquel librito negro de exhibición que reposaba sin pena ni gloria en nuestra biblioteca sería la partida de defunción del proyecto político inaugurado por la principal revolución de las clases populares en la historia.
En las idas y venidas de la propia vida, donde la influencia del cristianismo salesiano y el pensamiento camilista había formado un adolescente comprometido con las causas sociales, llegó para quedarse el proyecto de la Juventud y el Partido Comunista. Ese aterrizaje abrupto en la política se daba por un sentimiento de conjurar radicalmente el espectro de la revolución social, proceso condenado a muerte una y mil veces por el victorioso mercado. Sin embargo, sería la heróica historia de los comunistas en Colombia, el detonante definitivo para elegir el camino de la militancia política.
La entrevista
Fue en ese proceso en el que un día cualquiera, encontré en una librería de Bogotá el texto “Entrevista con la Nueva Izquierda” publicado en 1989. La chilena Marta Harnecker, quien por ese entonces era acusada en la academia por sus manuales marxistas de los setentas, entrevistaba a Bernardo Jaramillo Ossa, el joven presidente nacional de la Unión Patriótica. Compré el libro y me lo devoré en cuestión de días. Por supuesto, tuve que leer la entrevista que Harnecker le hizo en la misma coyuntura a Gilberto Vieira, secretario general del Partido Comunista Colombiano.
El hecho de no vivir aquella época convulsionada y encontrar un debate inconcluso en el movimiento revolucionario colombiano, incentivaba la discusión en el campus de la Universidad Nacional, espacio donde militaba. Por aquel entonces, nuestra pequeña estructura partidaria enfrentaba el reto de sobrevivir al extremoizquierdismo bolivariano, que en su fetichismo del fúsil nos condenaba a la vulgar socialdemocracia. Ellos eran muchos, nosotros pocos.
La entrevista de Bernardo se fue rotando. El mártir del que solo conocíamos su nombre, un par de intervenciones registradas en video y un poster imponente de la mejor campaña de comunicación en nuestra historia, se desnudaba con política ante nuestro impaciente afán de cualificación ante una coyuntura de incertidumbres. Vivíamos la última etapa del gobierno Uribe y la posibilidad de un proceso de paz que detuviera la guerra, estaba lejana.
Una particular orientación
Bernardo en aquel material dibujaba lo que queríamos y deseábamos para el momento. La importancia decidida por apostarle a la solución política al conflicto social y armado, la necesidad de renovar la política y ampliar el rango de maniobra del Partido Comunista, el papel de la Unión Patriótica en un proyecto de convergencia más allá de la estructuras partidarias, la importancia de leer a Gramsci, y un largo etcétera de reflexiones, serian fundamentales para entender que el momento no era de extremismos maximalistas, sino de flexibilidad en los actos y radicalidad en los principios. Incluso, Bernardo citando a Jaime Batemán, orientaba a construir un socialismo a la colombiana, propuesta que abrazamos con entusiasmo.
En lo personal, creo que acercarme a la corta vida de Bernardo sembró un compromiso con una particular zona del país, que ni siquiera sabía que existía: el Urabá. El exitoso y bohemio paso de Bernardo por las tierras urabaenses, donde asesoró sindicatos bananeros, construyó Partido y aceleró la acción política en un contexto agudo de la lucha de clases, incentivaron una poderosa inquietud que he intentado honrar recuperando la memoria del territorio y estimulando la reconstrucción del Partido Comunista de Urabá.
Comunista diferente
La historia nos dio la razón, no sé si a Bernardo, al Partido o a la JUCO de la Universidad Nacional que con estilo asumía su condena de ser “rosaditos”; pero nos dio la razón. Hoy esos cambios deseados por el joven presidente de la UP se han impuesto a la luz de los acontecimientos: La conquista de un acuerdo de paz cuyo contenido es transformador, la realidad de un Partido Comunista renovado en su política que se sintoniza con la realidad social o el presente de la Unión Patriótica que trabaja todos los días por una verdadera convergencia para ser gobierno, son algunos de los aspectos del triunfo de un pensamiento joven que vivió lo suficiente para estremecer nuestra política.
Como hijo de una particular época, Bernardo era un convencido “perestroiko”, como lo fue el mismo Vieira o Carlos Lozano Guillen. Probablemente yo también lo hubiese sido. Pero a diferencia del best seller de Gorvachov, que como tratado político termino siendo una divertida pieza de literatura, el pensamiento del “perestroiko” Bernardo Jaramillo Ossa se mantiene vigente no solo en los candentes y necesarios debates internos sino especialmente en la política que exige consecuencia a la hora de construir el cambio político.
A treinta años de su asesinato, la historia reivindica a nuestro Bernardo como lo que fue: un comunista diferente, rebelde hasta en su propia estructura.
