¿Neonazismo?

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Alejandro Cifuentes

En febrero de 2021, Madrid fue escenario de un homenaje a la División Azul, un destacamento militar de voluntarios españoles formado por Franco que combatió con los alemanes en la Unión Soviética. El acto causó especial estupor por el discurso antisemita de una joven de 18 años. Ante estos hechos, muchos analistas se preguntaron por qué “regresaba” el fascismo, señalando incluso que la izquierda, al elitizarse, posibilitó a la retórica “neonazi” parecer atractiva a los jóvenes precarizados.

Sin embargo, erran la pregunta; y esto en buena medida por la forma en que entendemos el fascismo hoy. El prefijo “neo”, de origen griego, se utiliza para indicar novedad. Así pues, con la palabra “neonazi” se denominan grupos de personas que buscan implementar el fascismo en la actualidad, como si esta ideología hubiera sido enterrada tras la Segunda Guerra Mundial. Pero lo cierto es que el fascismo no fue sepultado bajo los escombros del Reichstag en 1945. Los medios omiten el hecho de que el fascismo no solo sobrevivió a la guerra, sino que floreció bajo los auspicios de las democracias occidentales.

Para las potencias liberales la verdadera amenaza a su hegemonía era la Unión Soviética y el proyecto revolucionario proletario que esta representaba. El fascismo se presentó como un potencial aliado contra ese enemigo. Por eso apoyaron el levantamiento de Franco en España, y evitaron toda confrontación con Hitler hasta donde les fue posible. Las pugnas imperialistas los llevaron a la confrontación militar con el fascismo, pero una vez terminada la guerra, el verdadero enemigo seguía en pie.

Aunque algunos de los jerarcas nazis fueron enjuiciados, Estados Unidos, la nueva superpotencia capitalista, se valió de estructuras de las SS y la Gestapo para conformar una línea de defensa contra el comunismo en Europa. Muchos viejos nazis fueron integrados a la estructura estatal en la Alemania Federal, mientras que criminales de guerra y colaboracionistas de Ucrania, los Balcanes y de las repúblicas bálticas, fueron asilados en occidente y organizados en el Bloque Antibolchevique de Naciones. Además, con la ayuda de la iglesia católica, fascistas de diversas nacionalidades fueron trasladados a América Latina, donde jugarían un rol fundamental en el desarrollo del Plan Cóndor.

De igual forma, en Oriente, los estadounidenses convirtieron en sus agentes a viejos criminales de guerra japoneses para reconstruir la isla, y conformaron la Liga Anticomunista de los Pueblos de Asia, presidida por Chiang Kai-Shek, para hacerle contrapeso a la URSS y a la China socialista.

En 1967, fascistas orientales y occidentales -que colaboraban desde la década de 1950 en el entrenamiento de torturadores- se fusionaron en la Liga Anticomunista Mundial, la cual agrupó a dictadores del sudeste asiático y Latinoamérica, y apoyó a grupos reaccionarios desde Afganistán hasta Nicaragua. Esta organización sigue existiendo bajo el nombre de Liga Mundial por la Libertad y la Democracia, y trabaja de la mano con la Fundación Heritage, conocida por su relación con la administración Trump.

En pleno siglo XXI, el fascismo no solo lo encarnan grupos aislados de xenófobos y racistas, sino que es gobierno en Ucrania, Polonia, los Balcanes y el Báltico, y fue protagonista en el golpe contra Evo. Los nazis, a secas, siguen siendo herramienta geoestratégica fundamental del imperialismo. Por eso la pregunta que debemos hacernos no es por qué regresa el fascismo, sino más bien por qué occidente lo mantiene vivo.