jueves, marzo 28, 2024
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México, ¿quién de ustedes quiere una Revolución?

Pedir que las cosas cambien sin querer cambiar el modelo es como pedirle clemencia al verdugo. Esto lo entendieron bien Zapata y Villa en el 10 y Gámiz en el 65. La Revolución, para quien en verdad lo quiera, sigue apuntando al origen de la crisis. Revolución es liquidar el capitalismo.

Foto: Protest via photopin (license)
Foto: Protest via photopin (license)

Alberto Buitre
@albertobuitre

Para que las cosas cambien en México hace falta una nueva Revolución. Se dice fácil y se dice mucho.

El ex dirigente del Grupo Popular Guerrillero, Arturo Gámiz, quien dirigiera el frustrado asalto al Cuartel Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965, afirmó que la cuestión revolucionaria en México no se contará por años, sino por décadas. La guerra prolongada de Lenin. De tal modo, podría considerarse al proceso revolucionario de 1910 como una etapa valiosa por demás, pero que en el curso del presente, aún no termina. Pero existen variantes. Quienes hoy quieran la Revolución se enfrentan a condiciones que Zapata, Villa o Gámiz mismo no se enfrentaron en la primera mitad del siglo XX: el viejo Estado burgués, convertido en narcopoder.

El sistema dominante en México es el capitalismo. En su fase de participación mundial, el país aporta sus propias experiencias de capital concentrado a través de los monopolios. Así, cuando se piensa en imperialismo, no sólo se trata de Estados Unidos, sino también de México. Como Estado burgués, este país exporta sus propios monopolios, los cuales explotan a trabajadores de otros países, principalmente en América Latina y hasta en Estados Unidos mismo. Cemex, Grupo Carso, Maseca, Bimbo, Televisa, son algunos ejemplos.

La supervivencia de estos grupos sostenida en el sistema de explotación mediante el trabajo asalariado que es precarizado mediante la liquidación de derechos laborales, necesita de aparatos de represión que sostengan el modelo y protejan la plusvalía. En el Gobierno, los monopolios han encontrado a su coartada perfecta. Ellos son quienes auspician el sistema político y, por tanto, dominan el quehacer del poder público. Su injerencia prevalece en los tres poderes constitucionales y en los cuerpos armados. Sin embargo, las contradicciones entre sobreproducción y poder adquisitivo que generan las crisis, obligan al capitalismo a buscar nuevos mercados. Por supuesto, uno de ellos es la guerra. El otro, el narcotráfico. Y la combinación de ambos.

El narcotráfico es entonces un mercado más. La guerra, aunque inherente a él, también es un mercado más. En abril del 2012, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y la Cámara de Diputados estimaron ganancias por 10 mil millones de dólares derivados de “actividades ilícitas”. Suponiendo que no todas tienen que ver con el trasiego ilegal de drogas, la inmensa mayoría de ellas sí son organizadas por los grupos llamados Cárteles. Estos Cárteles se disputan el mercado del narcotráfico y la guerra. Son, en esencia, un monopolio más. Con una virtud aparte: su poder de fuego, su violencia.

Este es un elemento que los empata con los otros monopolios, los cuales obtienen su poder mediante el dinero. Ello es advertido por éstos últimos. Al menos así lo evidencian diversos reportes periodísticos que cuentan que en los años recientes ambos mercados han tejido alianzas de operación. Uno de los últimos ejemplos de ello se encuentra en la detención en Nicaragua de 18 supuestos trabajadores de Televisa por el ingreso ilegal de 9.2 millones de dólares. Estas personas, entre quienes se encuentra una prima del conductor estelar de noticias de Tv Azteca, Javier Alatorre, fueron injuiciadas por “lavado de dinero y crimen organizado”, según reveló el vocero de la policía nicaragüense, Fernando Borge.

Dinero y violencia: la combinación perfecta para la preservación del modelo capitalista. Así en 1910 como en nuestros días. Con la diferencia que el aparato represor basado en las armas que enfrentaron Villa y Zapata no está dedicado a proteger al Estado, sino a los monopolios; y es el Estado, un protector más, sumado a los propios aparatos armados que el narcotráfico, como un monopolio más que se alía y coopta a otros, ha construido con igual o mayor poder que los constitucionales.

Hay quienes desde una perspectiva capitalista, apuestan a la legalización de las drogas. Dicen que así se eliminaría su costo-beneficio, que se arruinando el negocio, se arruina el problema. Pero el problema es más hondo. La elaboración, comercialización y consumo de drogas son producto de la devaluación laboral, cultural y política del pueblo a consecuencia de la imposición del capitalismo como modelo de Gobierno y administración de los recursos nacionales. Del dominio del dinero sobre lo humano. Y por más que se insista en legalizar, por ejemplo, la marihuana, eso no sucederá pues la legalización de algunas drogas delimitaría un mercado que es inherente al narcotráfico: el de las armas; un negocio aún más redituable que el de las drogas y que apunta a los más alto del poder en Estados Unidos. Ahí está el operativo Rápido y Furioso como ejemplo.

Por tanto, la legalización de algunas substancias significaría menos dinero. Claro, los monopolios jamás se arriesgarían a eso. Por otro lado, la ONU recomienda atacar “el poder financiero” de los cárteles de la droga, sin considerar –ingenua o perversamente-, que otros monopolios, esos que dominan sobre el aparato público mexicano, invierten en dicho poder financiero. Es “la imposición de los poderes fácticos”, como eufemísticamente describen quienes no se atreven a criticar el modelo capitalista que los impone. Y si son fácticos, es porque el Estado les protege y, en algunos, casos, hasta los administra.

El capitalismo es el sistema que soporta el estado de cosas en México desde finales del siglo XIX. La inclusión del narcotráfico como nuevo mercado, no significa que el modelo haya cambiado. Escalado su fase imperialista, las drogas y las armas son productos exportados cuyas corporaciones, sin diferencia esencial con las del cemento o las telecomunicaciones, generan miedo, miseria y explotación tanto en México como en otros países. Pedir que las cosas cambien sin querer cambiar el modelo es como pedirle clemencia al verdugo. Esto lo entendieron bien Zapata y Villa en el 10 y Gámiz en el 65. La Revolución, para quien en verdad lo quiera, sigue apuntando al origen de la crisis. Revolución es liquidar el capitalismo.

buitrepress

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