“¡México feminicida!”

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Entre diez y once mujeres son asesinadas cada día en México.

La violencia social, incluso más que la economía, ha pasado a ser el mayor problema que enfrenta el gobierno de Andrés Manuel López Obrador

Alberto Acevedo

En México, un país conocido por los altos niveles de violencia, la semana pasada sorprendió que un grupo de mujeres encapuchadas, no solo pintara grafitis en los muros de la residencia oficial del presidente de la República, y se enfrentara con diversos elementos a la policía, sino que atacara a las mujeres policías que pretendían hacer acompañamiento a la movilización feminista.

Fue una protesta generalizada contra la violencia hacia las mujeres. Que se repitió una y otra vez durante varios días. Las mujeres, dice la prensa local, arrojaron cocteles molotov, destruyeron locales comerciales, pintaron paredes y monumentos. La gota que rebosó la copa fue la noticia del asesinato, tortura y violación de Fátima Cecilia Aldrighuett una pequeña niña de apenas siete años de edad, desaparecida el 11 de febrero en Ciudad de México y que apareció muerta cuatro días después.

Los medios de prensa mexicanos y las autoridades, en cabeza del presidente de la República, criticaron el exceso de violencia de las mujeres en sus expresiones feministas. La respuesta de las mujeres no fue menos enérgica. “No estamos enojadas, ¡estamos furiosas!, dijo el pasado 14 de febrero una joven muchacha encapuchada a las puertas del palacio presidencial.

Nosotras no somos la pesadilla

A los movimientos feministas mexicanos les indigna la magnitud de los crímenes en ascenso. Cada día en México son asesinadas entre diez y once mujeres, solo por su condición de género. Pero también les molesta la indiferencia de las autoridades. Hace pocos días, el presidente Andrés Manuel López Obrador, en un discurso adelantando las tareas de la Nación, dijo: “que el tema no sea más lo del feminicidio”.

Una de las lideresas de la protesta dijo: “En un país en el que ocurren diez feminicidios al día, es indignante que para los medios, la sociedad y el gobierno, nosotras seamos la pesadilla”.

Las manifestantes portaban pañoletas verdes y moradas en sus cuellos, las muñecas y piernas. Además de consignas colocadas en los muros de edificaciones, portaban cartelones con consignas como: “Ya no nos maten”, “Quiero salir a la calle sin miedo”, “México feminicida”. En Ciudad Juárez, ancianos y madres de las desaparecidas clamaron justicia. El mismo reclamo se escuchó en una veintena de ciudades.

Otras formas de violencia

Como el problema se viene discutiendo con ahínco, algunas antropólogas han terciado en el tema y aseguran que, si bien el feminicidio es la más extrema expresión de esta agresión hacia las mujeres, existen otras a las cuales poca o ninguna atención se les presta, y que en conjunto se les denomina violencia feminicida. Entre ellas, las agresiones de pareja, la desaparición de mujeres, las agresiones sexuales, la trata de personas.

El suicidio es otra forma de muerte violenta, que debería ser investigada mediante protocolos de feminicidio, dice la antropóloga Jahel López Guerrero. La académica Marcela Lagard en un foro reciente sobre ‘la violencia feminicida y el feminicidio’, aseguró que el Estado mexicano es parte de esa violencia en sus dos expresiones, crimen que no es solo el acto de matar. “Es el acto misógino de matar a una mujer, con una enorme tolerancia social”.

No solo se trata de la misoginia de hombres contra mujeres, sino que incluye al Estado como parte de los componentes de esa violencia feminicida, dijo Lagard. Aseguró que esta tesis fue confirmada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el juicio de Campo Algodonero, cuando consideró culpable al Estado mexicano por no haber garantizado la vida de tres mujeres.

Cultura feminicida

Las dos científicas sociales coinciden en la necesidad de que las autoridades mexicanas reactiven líneas de investigación e incluso reclasificar aquellos crímenes que en principio no fueron considerados feminicidios, pero que sí lo fueron. Aquí se catalogan intentos recientes de secuestrar mujeres en el metro de ciudad de México. Además, están muertes evitables y no violentas, al menos no en grado extremo, que se dan contra un grupo específico de mujeres, que están relacionados con problemas de salud pública, como desnutrición, mala atención médica, y en general la imposibilidad de acceso a la salud y a la educación, todos ellos englobados en una cultura feminicida.

La sociedad tiene en mayor o menor medida -dicen las científicas sociales- una carga de responsabilidad en la violencia contra las mujeres, al ser indiferentes ante acciones que afectan su integridad física y emocional. Y no es solo un problema del entorno familiar: las agresiones pueden darse en todo tipo de relaciones sociales, asegura Jahel López Guerrero.

Contra los grupos más vulnerables

En el caso de México, la violencia social, incluso más que la economía, ha pasado a ser el mayor problema que enfrenta el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Una parte importante de ese fenómeno depende, desde luego, de las bandas del crimen organizado. Pero hay lo que analistas denominan una oleada delictiva multifactorial que abarca a casi todos los sectores de la sociedad. Y que se ensaña contra los grupos más vulnerables: niños, adolescentes, mujeres, ancianos, migrantes.

El secuestro, el feminicidio, el infanticidio, la violencia social, la trata de personas, también el abandono de niños y ancianos en las calles, son formas concretas de una violencia más generalizada, incluso contra los hombres.

Preocupa que el fenómeno se extiende por América Latina. En Argentina y Colombia crece de manera exponencial. Y la violencia contra mujeres y niños se consolida como un problema sin solución, como una carga que sacude los cimientos morales de las sociedades latinoamericanas.

Para los sectores democráticos y de izquierda, algunos de ellos muy desinformados sobre la gravedad del tema, abocar esta lucha será un acto de suprema valentía, porque lleva implícita la destrucción de una escala de valores tradicional, patriarcal y deshumanizante, y a cambio de eso, reconstruir un nuevo tejido social.