El mes de la afrocolombianidad

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Ancízar Narváez M.

Ha pasado el mes de mayo y no tengo mayor información sobre cómo se han celebrado los 169 años de la aprobación de la ley que estableció la libertad de los esclavos en Colombia, el 21 de mayo de 1851.

El 21 de mayo debería ser una de las cuatro grandes efemérides de nuestra República, junto con el 12 de octubre (por nefasta para los aborígenes), el 20 de julio y el 7 de agosto, por razones obvias. Sin embargo, estas últimas hacen referencia a la historia de los vencedores, mientras que la interpretación del 12 de octubre está en fuerte disputa entre los vencedores y los vencidos; en cambio la de la manumisión de los esclavos, siendo una victoria, sigue siendo parte de la historia de los vencidos por el capitalismo.

La fecha es propicia para no olvidar que la historia de las negritudes en América como pueblos que han sido sometidos a las más crueles acciones de explotación, de opresión y de humillación está ligada con exactitud cronológica y geográfica a la historia del capitalismo. Desde el siglo XVI los africanos fueron víctimas de la conversión del capitalismo en Economía-mundo (Wallerstein) y de la acumulación originaria de capital (Marx).

En efecto, la historia de la relación del capitalismo con los afrodescendientes podría resumirse en unos cuantos cuadros:

En el primero, desde el siglo XVI hasta principios de sigo XIX, el capitalismo obtuvo beneficios económicos de dos procesos de sometimiento de las negritudes: por un lado, el comercio de esclavos de África a América, a través del cual se obtenían grandes ganancias comerciales; y por otro lado, el uso de trabajo esclavo en las minas y en las plantaciones de lo cual se obtenían grandes ganancias por la operación productiva a bajo costo, aunque no para los negros, quienes lo perdían todo.

El segundo está constituido por lo que podríamos llamar la larga lucha durante todo el siglo XIX por la abolición de la esclavitud. Aunque durante el siglo XVIII hubo levantamientos esclavos a lo largo del Caribe, como lo relata Juan Bosh en su Historia doble del Caribe, no fue sino hasta 1804 cuando, junto con la independencia de Haití, se produjo también una Revolución social que consistió en la abolición de la esclavitud, un acto de soberanía y de justicia por el cual todavía hoy les están cobrando a los haitianos.

Parece increíble que desde la primera liberación en 1804 hasta 1889, cuando es abolida la esclavitud en Brasil y 1890, cuando es abolida en Cuba, haya tenido que pasar prácticamente un siglo entero de luchas que incluyen la prohibición del comercio de esclavos por el Parlamento inglés en 1807, las leyes de manumisión en América latina, entre ellas la Ley 2 de 1851 en Colombia y la guerra civil de los Estados Unidos.

También es increíble que la lucha por la libertad de los esclavos se viera antagonizada por argumentos que parecen imperecederos como el de que dicha libertad era un atentado contra el derecho a la propiedad, era nociva para el progreso económico y para la civilización.

Por eso los esclavistas mataron y organizaron guerras civiles. En nombre de ello, los ilustres Julio y Sergio Arboleda (por algo la universidad del subpresidente lleva ese nombre) combatieron al gobierno que había hecho tal osadía, al tiempo que se convirtieron en unos empresarios contrabandistas de esclavos que comenzaron a sacarlos por el Pacífico para venderlos en el Perú y no perder la inversión, dado que allí no se había prohibido todavía la esclavitud.

El tercer cuadro sería el del siglo XX hasta la actualidad. Es la lucha por los derechos más elementales en un país que se llame civilizado: exactamente, los derechos civiles (reconocidos desde el siglo XVII en la revolución inglesa), para no hablar de los  derechos humanos (1790)  o los derechos económicos, sociales y culturales (década de 1940).

Aunque los afrodescendientes participaron como fuerza militar en todas las guerras de los Estados Unidos, desde la Independencia hasta la Guerra de Vietnam, pasando por la Guerra de secesión, la primera y segunda Guerras Mundiales y la guerra de Korea, sus luchas solo se hicieron visibles a partir de los años 50s y especialmente durante los 60s.

Como dijo Mohamed Alí, cuando se negó a alistarse en el ejército para ir a Vietnam, «a mí ningún vietnamita me ha llamado negro sucio».

Y es que entre la libertad de los Esclavos y la aceptación del primer afrodescendiente en una universidad del Sur de los Estados Unidos transcurrieron casi exactamente 100 años, es decir, de 1865 a 1963, cuando el gobernador Wallace de Alabama, que no permitía la entrada a la universidad de dos estudiantes negros, Vivian Malone Jones y James Hood, tuvo que ser obligado por un delegado personal del presidente Kennedy. Es también en 1964 que se celebra la gran manifestación por los derechos civiles. La muerte de un afroamericano (George Floyd) esta semana, a manos de policías blancos en Minneapolis, Estados Unidos, es solo una muestra de la difícil ciudadanía para esta población en la ‘gran democracia’ del mundo.

A pesar del tiempo y los acontecimientos, todavía hoy, “siendo negros el 12,6% de estadounidenses, son negros también el 39% de los reclusos. Son tasas incluso peores que en los años de segregación racial”, como si esto no lo fuera (Cfr. https://revistalacomuna.com/internacional/eeuu-prisiones/). Y todavía hoy pasa que buena parte de los líderes asesinados en Colombia por reclamación de tierras y defensa de los Derechos Humanos son afrodescendientes; todavía hoy pasa que las zonas específicamente de habitación de afrodescendientes, como el Pacífico, son las más pobres y, en este momento, las más sometidas a la violencia del capitalismo de despojo, como hace 500 años.

Pero el problema racial en los Estados Unidos, en Colombia, en el mundo no es sólo un problema de razas o de color de piel, sino un problema de quién es el dueño del poder. Si la esclavitud no hubiera sido funcional al capitalismo no habría existido 400 años en América; si no hubiera dejado de ser funcional, no se habría abolido, incluso al costo de una guerra civil. Si el racismo no fuera hoy funcional al extractivismo y al negocio del narcotráfico, no existiría.

Entonces aquí vienen las alternativas contra la discriminación: o las luchas son por volver al África, como alguna vez se propuso, o las luchas son por los derechos dentro de cada país de residencia. Los racistas desearían que los negros no existieran en sus países, y mucho menos quieren que luchen y que obtengan derechos. No es el regreso a África lo que va a redimir a la población afro de los países de América y aún de Europa, sino su lucha por los derechos dentro de las mismas naciones que ellos, con su sudor y su sangre, pero también con su cultura, han ayudado a formar y a construir; por tanto, hay que  reivindica su derecho de ciudadanía en igualdad de condiciones en cada uno de los estados nación en que se encuentran en este momento.

Adenda 1. Solo falta que una señora con alma de negrera y hábitos de capataz decida que si los negros reclaman derechos son unos ‘atenidos’.

Adenda 2. En todos los tiempos ha habido también negros negreros que hasta participan en el gobierno de la señora anterior.