Los enfrentamientos con Alemania y Francia en las reuniones de la OTAN y el G-7 y los acercamientos a Israel y las monarquías del Golfo Pérsico, muestran una errónea y contradictoria diplomacia norteamericana, que alienta un ambiente de guerra en el mundo
Alberto Acevedo
La primera gira que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, realizó hace dos semanas por países de Europa, el Medio Oriente y el Vaticano, es el reflejo de las cada vez más profundas contradicciones interimerperialistas, que están conduciendo rápidamente a un proceso de aislamiento de la primera potencia en el mundo, y al florecimiento de un eje multipolar de gobernanza, en el que China juega un papel protagónico, con iniciativas económicas audaces como la denominada ‘nueva ruta de la seda’.
La imagen del mandatario norteamericano, propinándole un empujón a su colega de Montenegro, durante la reunión del G7, porque el inquilino de la Casa Blanca quería quedar en primer plano en la foto, y que se convirtió en viral en las redes sociales, es indicativo de la impronta del señor Trump en el manejo de la diplomacia internacional, que responde más a las reacciones temperamentales del gobernante, que a una sosegada estrategia de relaciones con sus socios en el mundo.
En sus encuentros y desencuentros con los mandatarios del mundo, Trump puso mayor énfasis en lo que divide, en lugar de fortalecer los aspectos que unen a las grandes potencias del mundo, marcando por primera vez, desde la segunda guerra mundial una diplomacia contraproducente en manos de un mandatario norteamericano.
Regaños
Las reuniones con los socios de la OTAN, del Grupo de los 7 y de la Unión Europea, fueron atropelladas; los empujones no fueron solo al representante de Montenegro. Como el antecesor de Trump, el señor Obama, esta vez el representante de Estados Unidos reclamó a los socios de la OTAN cumplir con la promesa de destinar el dos por ciento del producto interno bruto de cada país al gasto militar, vale decir, incrementar el presupuesto para la guerra.
Lo diferente en esta ocasión, fue el tono altanero, de regaño, con el que Trump se dirigió a sus socios europeos, exigiéndoles destinar una elevada suma de recursos, que se sustraen a la inversión social de sus pueblos, y que no es obligatorio hacerlo, mientras Washington anuncia reducción de sus gastos en el exterior y le corta los recursos a las Naciones Unidas, a los programas para combatir el cambio climático y a otros programas sociales.
Ni siquiera renovó Trump el compromiso de la política exterior norteamericana del principio de solidaridad con sus socios de la OTAN en el sentido de concurrir todos a una, como mosqueteros, en caso de agresión militar a uno de ellos. Especialmente esto, molestó a la canciller alemana, Ángela Merckel, que consideró que Europa y su país ya no tenían amigos confiables y correspondería al viejo continente valerse por sí mismo en las tareas del desarrollo y de la seguridad regional.
Alemania decepcionada
Más tarde, la representante alemana dijo, que al menos en lo que compete a las relaciones comerciales de su país, preferirá mirar a China y Rusia, antes que a Estados Unidos.
En las discusiones del Grupo de los 7, el conglomerado más representativo de las grandes potencias occidentales, las contradicciones afloraron con Alemania y Francia, en temas como el cambio climático, el comercio internacional y las relaciones con Rusia, a quienes algunos consideran el mayor peligro para Europa, y otros como a un socio comercial respetable al que hay que tomar en cuenta.
Sorprendió la actitud de Trump en el viejo continente, de no ratificar los acuerdos de Paris cobre cambio climático. Dijo en su visita que necesitaba más tiempo para adoptar una posición, pero ya la semana pasada voceros de la Casa Blanca indicaron que Washington se aparta definitivamente de cualquier compromiso en esta materia. Analistas explican esta posición, no solo en los intereses de la gran industria norteamericana, sino en la presión de un grupo de 22 senadores republicanos que conminaron al gobernante a asumir esta posición, paran activar la industria extractiva petrolera norteamericana; de no hacerlo impulsarían un impeachment en el congreso, para cobrarle los escándalos que ha protagonizado Trump en las últimas semanas.
La imagen del Papa
No menos insidiosos fueron los resultados de la visita del inquilino de la Casa Blanca por territorios del Medio Oriente. Trató de vender la idea de una “alianza de las religiones” contra el “terrorismo islámico”. Pero se reunió con líderes islámicos de las llamadas monarquías del Golfo Pérsico. El mensaje es que si los fieles islámicos tienen dinero y recursos naturales y se alinean en las corrientes conservadores que encarna Trump, son bienvenidos. Los sectores populares del islam, no son de sus afectos.
En cambio fue recibido con los brazos abiertos por los gobernantes de Arabia Saudita, quienes de manera no disimulada, como lo refirió VOZ la semana pasada, alientan a grupos terroristas como Al Qaeda y el Estado Islámico, los mismos que han puesto explosivos en aviones, centros comerciales y estadios de Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero como Arabia Saudita tiene petróleo, recursos naturales y armas, la Casa Blanca le perdona estos deslices. Por cierto, Trump firmó acuerdos comerciales con este país, por mil millones de dólares, para estimular la industria armamentista norteamericana.
Diferentes fueron las cosas en el Vaticano. El pontífice de la iglesia católica recibió con frialdad al gobernante que, consciente de que hoy es más popular el papa de la iglesia católica que un presidente norteamericano, quiso aprovechar la visita para relanzar su imagen en momentos en que crecen los escándalos domésticos en los Estados Unidos.