jueves, abril 18, 2024
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Magnicidio de Rafael Uribe Uribe: crimen de Estado

Un complot hábilmente planeado en las alturas del poder, tanto en sus detalles operativos como en el deliberado ocultamiento de la realidad, por la hegemonía conservadora (1886-1930) y su aliada estratégica la Iglesia Católica, con apoyo de los terratenientes liberales

Rafael Uribe Uribe.
Rafael Uribe Uribe.

Alpher Rojas C*
Especial para VOZ

El asesinato de la más grande y prestigiosa figura pública en la historia de Colombia, después del libertador Simón Bolívar, no fue producto de la acción “impremeditada” e insular de Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal, oscuros instrumentos del odio, como sugiere la fabricada leyenda, sino un crimen de Estado. Un complot hábilmente planeado en las alturas del poder, tanto en sus detalles operativos como en el deliberado ocultamiento de la realidad, por la hegemonía conservadora (1886-1930) y su aliada estratégica la Iglesia Católica, con apoyo de los terratenientes liberales, que constituían las formas prevalecientes de dominación en la electrizada atmósfera de la primera década del siglo XX.

Uribe Uribe había participado en las guerras civiles decimonónicas y a los 17 años de edad recibió su bautizo de fuego en la batalla de los Chancos, herido de un balazo en una rodilla. A sus 20 años, el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario le expidió el título de doctor en jurisprudencia. Entonces el país experimentó la presencia tribunicia del pensador, del ideólogo, del equilibrado estadista, gran orador y brillante polemista.

Rafael Uribe Uribe tenía la cabeza profética de Federico Nietzsche y la complexión esbelta de un atleta olímpico. Fue miembro del Congreso de la República en los períodos de paz. Escribió libros sobre ciencias naturales y geopolítica y –mientras estuvo preso- construyó el Diccionario Abreviado de Galicismos, Provincialismos y Correcciones del Lenguaje (1883). Ejerció el periodismo y desempeñó transitoriamente cargos diplomáticos –siempre en búsqueda de la paz y en defensa de la integridad y soberanía nacionales- ante los gobiernos de Argentina, Brasil y Chile, y asistió a la Conferencia Panamericana de 1906.

En el discurso de 1904, lanza la idea de fundar la Universidad Libre, que se concreta unos años después, en la Convención de Ibagué con el apoyo de Benjamín Herrera. Las ideas implícitas en este discurso sobre los derechos laborales abren el camino para las futuras reformas en este campo. Aunque las más radicales sobre el derecho herencial se hundieron sin remedio.

Sus biógrafos

Sus biógrafos Eduardo Santa, Fernando Galvis Salazar y, particularmente, Carlos Eduardo Jaramillo -en Guerrilleros del Novecientos- examinaron su actuación militar, y coinciden en afirmar que la guerra se perdió no por fallas estratégicas del comandante Uribe Uribe, sino por las omisiones del “incompetente” general liberal Gabriel Vargas Santos. Veamos:

La guerrilla liberal tenía a su haber los éxitos parciales del puente de Peralonso, Gramalote y Teherán, y la calma del posconflicto parecía una especie de tregua no declarada. Sorpresivamente llegaron los rumores del reagrupamiento del ejército conservador. Entonces, los oficiales de tropa Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera le propusieron a Vargas Santos anticipar la ofensiva, pero éste respondió: “Si están triunfantes, ¿para qué quieren refuerzos? Es como decir: Mándeme plata que estoy ganando”. Mientras llegaba la respuesta, el ejército conservador se presenta reagrupado y obtiene la victoria en la batalla de Palonegro (entre el 11 y el 25 de mayo de 1900) origen de la derrota de la guerrilla liberal en la guerra de los Mil Días y su proyecto político.

De la investigación historiográfica queda claro que las dinámicas de perturbación social y política que condujeron al magnicidio del general Rafael Uribe Uribe tuvieron su más decisivo pivote bajo los gobiernos del abogado cartagenero Rafael Núñez (entre 1880-1882, 1884-1886 y 1886-1888), quien, habiendo llegado por el voto mayoritario del liberalismo, incorporó al sector más recalcitrante del conservatismo a la alta burocracia estatal e implantó una antidemocrática centralización con la consigna de “Regeneración administrativa fundamental o catástrofe”, orientada a “enterrar” la revolución modernista y modernizadora del liberalismo radical -1848-1885- que había decretado la abolición de la esclavitud y puesto en vigencia la educación laica, la separación de la Iglesia y el Estado, las libertades de palabra, de conciencia, de prensa y de cultos; creó la Expedición Botánica, promovió la mapificación del territorio nacional a cargo de la Misión Corográfica encabezada por Agustín Codazzi y Manuel Ancízar, instituyó el régimen federal y creó la Universidad Nacional, entre otros muchos logros tendientes a democratizar la sociedad.

El papel de Núñez

Sin embargo, Núñez, un inteligente “seductor de mujeres, políticos e intelectuales” frenó esas conquistas, retornó los privilegios a las élites plutocráticas y restableció e indemnizó al latifundismo confesional los bienes confiscados por los gobiernos radicales. Suscribió la Constitución de 1886 bajo el influjo neoescolástico de Miguel Antonio Caro –el más pujante y peligroso enemigo de las libertades públicas, según el investigador Eduardo Santa- y proclamó la muerte de la Constitución liberal de (1863) Rionegro, con lo cual –según López Michelsen- “restauró el sistema político centralista y autocrático de la Colonia” (El Estado fuerte, 1968).

Superadas las confrontaciones militares en las que el general Uribe Uribe intervino en defensa de su partido y de la paz, suscribió el Pacto de Neerlandia (24-10-1902). Este tratado fue decoroso para los liberales, pues les reconoció su categoría de beligerantes y se acordaron garantías plenas para los comprometidos con la revolución. Al desmovilizar sus tropas Uribe Uribe proclamó ante el país: “Despidámonos como soldados y preparémonos para saludarnos como ciudadanos”. Entonces su breve y brillante carrera, pletórica de cultura humanista y de conocimiento científico, llega al Congreso de la República donde despliega la gran energía de su voz solitaria para proclamar su ideario socialista.

Tenía la virtud de dignificar el debate y de elevar el nivel de la controversia, pero súbitamente se ve enfrentado, sin garantías, a la vocinglería estrepitosa de una bancada conservadora de 60 miembros enardecidos. Entonces se impone su enorme autoridad y su erudición: “la política del liberalismo es la revolución sin sangre (…) Yo he podido renunciar, como en efecto he renunciado a ser un revolucionario con las armas, pero no he renunciado a ser un revolucionario y un agitador en el campo de las ideas (…) Si el país se pierde es por pereza. ¡Trabajemos!”. No obstante, una pérfida campaña de desprestigio calumnioso contra su honor reventó en la prensa y en los púlpitos.

La versión oficial

Dos años después el héroe de la guerrilla liberal, que encabezó el levantamiento civilizado de los radicales contra la regeneración nuñista y la opresión teocrática, caía sobre la acera oriental del Capitolio Nacional con su cara bañada en sangre y el cerebro destrozado. “Allí cayó como un soberbio felino hermoso y pujante”, dijo en histórico panegírico el poeta Guillermo Valencia. La versión oficial sobre la autoría única de Galarza y Carvajal, mil veces repetida y machacada en todo el país por cuanto medio de divulgación encontró el gobierno a su alcance, terminó por imponerse hasta nuestros días.

Sin embargo, en noviembre de 1917, el abogado y periodista Marco Tulio Anzola Samper publicó el resumen de sus investigaciones en un libro (maliciosamente desaparecido y amenazado su autor) titulado “Asesinato del General Rafael Uribe Uribe, ¿Quiénes son?”. De acuerdo con la reseña del boletín del Banco de la República:

“Acosta Samper va develando la farsa que se montó desde el primer día por parte del Gobierno (de José Vicente Concha). Galarza y Carvajal no fueron sino dos sicarios a sueldo que ejecutaron un asesinato por el cual se les pagó una suma sustanciosa. Dio los nombres de los autores operativos de la conspiración: Los generales Pedro León Acosta y Salomón Correal, director nacional de la Policía; los sacerdotes jesuitas Rufino Berenstein, Marco A. Restrepo, Rafael Tenorio y Fernando Araújo (…) más arriba están los fraguadores del crimen a quienes señala como pertenecientes a la oligarquía liberal-conservadora”.

Rafael Uribe Uribe fue el primer insurgente desmovilizado, amnistiado y, finalmente, asesinado por la intolerancia guerrerista en el siglo XX. Pero su voz, sus ideas y su imagen ya se habían convertido en una presencia familiar insustituible para los colombianos.

El presidente Alfonso López Pumarejo reconoció su genio creativo al manifestar que sus mejores momentos los vivió en los discursos y programas de Uribe Uribe que le inspiraron la gran reforma de 1936 (Ley de Tierras) bloqueada por los liberales reaccionarios en alianza con los conservadores agrupados en la Acción Patriótica Nacional (APEN). Por su parte, Gabriel García Márquez dijo en memorable ocasión: “Mi personaje inolvidable es el general Rafael Uribe Uribe” y lo inmortalizó en su obra maestra bajo la insuperable metáfora del coronel Aureliano Buendía.

* Investigador en Ciencias Sociales y Estudios Políticos.

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