
El PSOE y Unidas Podemos (de la que forma parte el Partido Comunista) han llegado a un acuerdo para elegir a Pedro Sánchez presidente del Gobierno de España con la participación de la izquierda. Los buenos augurios y las enormes expectativas no pueden hacer perder de vista los desafíos que ello implica
Roberto Amorebieta – Enviado especial Madrid
@amorebieta7
Los españoles han regresado a las urnas para elegir al parlamento tras siete meses de negociaciones fallidas entre los partidos de izquierda, tras las cuales ha sido imposible formar gobierno. El pasado 10 de noviembre, el resultado electoral ha dejado dos grandes conclusiones: el ascenso de la ultraderecha representada por el partido Vox y el apretado triunfo del Partido Socialista. Ambas circunstancias han presionado a este último a pactar rápidamente con el partido de izquierda Unidas Podemos, UP, y por primera vez en la historia reciente de este país se conformará un gobierno de coalición. Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué significa?
La quiebra del bipartidismo
El sistema político español es parlamentario, es decir, el pueblo no vota para Congreso y presidente (como en Colombia) sino solo una vez. Elige al parlamento y éste elige al Gobierno. Para que ello sea posible debe existir una mayoría parlamentaria, la cual solo se logra cuando un partido obtiene la mayoría absoluta del voto popular, lo que es bastante raro. Normalmente, los partidos más votados reciben alrededor del 30%, lo que les obliga a pactar con otros partidos y así conseguir la mayoría necesaria. Es lo que se llama un gobierno de coalición. Es lo frecuente en Europa.
En España, desde 1978 –año de la promulgación de la Constitución y del tránsito definitivo de la dictadura franquista al actual régimen representativo– siempre se habían conformado gobiernos de partido único, Unión de Centro Democrático, UCD (centroderecha, ya desaparecido), Partido Socialista Obrero Español, PSOE (liberal progresista) o Partido Popular, PP (conservador).
En la práctica, el bipartidismo PP-PSOE había dado al sistema político gran estabilidad pues cada partido tenía claro que gobernaba en solitario y la oposición también se ejercía en solitario. Así, las fuerzas transformadoras quedaban en minoría sin afectar la estructura de control del poder ni el régimen de acumulación de capital.
El resultado electoral del pasado 28 de abril fue más apretado que de costumbre a causa de la aparición de nuevas fuerzas políticas, UP a la izquierda y Ciudadanos y Vox a la derecha. Esta aparición es a su vez producto de la descomposición del bipartidismo, salpicado por numerosos casos de corrupción y por su indolencia al gestionar la crisis económica que aún no cede del todo. El PSOE ganó las elecciones pero no le alcanzó para obtener mayoría y tuvo que sentarse a negociar con UP. No obstante, tras siete meses de negociaciones no fue posible que el PSOE accediera a compartir el gobierno. Su pretensión era que UP le diera los votos para elegir a Pedro Sánchez –líder de los socialistas– a cambio de nada.
Una coalición obligada
La imposibilidad de formar gobierno en esas condiciones fue presentada por los medios como una “excesiva ambición” de UP y su líder, Pablo Iglesias. Por otro lado, el analista Jorge Armesto sostiene que en realidad la intención del PSOE era desgastar a UP y al electorado con el fin de destruir el nuevo partido y mantener para los socialistas el monopolio del espacio simbólico de la izquierda, incluso a riesgo de permitir el ascenso de la ultraderecha, como efectivamente al final ha sucedido.
Sin embargo, el plan no ha resultado como se esperaba porque UP y PSOE han bajado su votación y Vox, el partido de ultraderecha fascista y xenófobo ha tenido un crecimiento impresionante. En otras palabras, la destrucción de UP ha tenido que ser aplazada y Pedro Sánchez se ha visto obligado a pactar en dos días la coalición, lo que implica dar a Pablo Iglesias la vicepresidencia del Gobierno y varios ministerios. Es decir, las “líneas rojas” que se trazaron con enorme mezquindad durante siete meses se han borrado en cuestión de horas.
Para el analista Brais Fernández, la apuesta del PSOE era restaurar el bipartidismo pactando con el PP o, en su defecto, emprender un camino transformista que cambiara algunas cosas accesorias mientras se conservaban los dispositivos básicos del poder. Es decir, como en la novela de Giuseppe di Lampedusa, El Gato Pardo, que todo cambiara para que todo siguiera igual.
El preocupante –pero no por ello sorprendente– crecimiento de los neofascistas de Vox ha obligado al PSOE a conceder a UP lo que cualquier partido europeo hubiese concedido desde el principio. Pero claro, aquí no se trataba de formar gobierno sino de destruir la competencia dentro del espectro ideológico de la izquierda.
El abrazo del oso
A primera vista, el resultado parece bueno porque un partido de izquierda formará parte del Gobierno de España por primera vez desde la Segunda República (1931-1939), cuando el Partido Comunista gobernó durante varios años del periodo republicano como miembro del Frente Popular.
No obstante, para el jurista y miembro de Anticapitalistas, Héctor Rivera, el resultado es agridulce. “La invitación a formar gobierno es el ‘abrazo del oso’ para UP. Con este pacto se cierra el ciclo político del 15M, cuando miles de españoles se tomaron la céntrica plaza de la Puerta del Sol en Madrid para protestar no solo por la pésima gestión de la crisis sino por más democracia”.
“Podemos, y luego Unidas Podemos –la coalición entre Podemos e Izquierda Unida–, continúa Rivera, quería encarnar el espíritu del 15M, pero entrar al gobierno es de alguna manera una claudicación. Al final, UP será un subalterno del PSOE. Ello viene bien a corto plazo porque tendrá la posibilidad de hacer gestión, ocupar ministerios, influir en las políticas y manejar presupuesto, lo cual sin duda contribuirá al fortalecimiento de la organización, pero a largo plazo será contraproducente para UP porque no existe un solo caso en Europa donde el partido minoritario haya salido beneficiado con una coalición de gobierno”.
Ciclo de centro izquierda
“De todas maneras, sí hay alivio porque a pesar de su crecimiento, los neofascistas no han logrado convertirse en un socio posible para un gobierno de derechas. Lo más preocupante es que no existe un ‘cordón sanitario’ contra Vox por parte de los medios de comunicación. Allí se les naturaliza, se les entrevista, se les dan horas de televisión y se termina normalizando su presencia en el parlamento. Mientras que, por ejemplo, las Candidaturas de Unidad Popular (CUP, anticapitalistas independentistas catalanes) son presentadas como unos peligrosos antisistema que ponen en riesgo la democracia, los ‘fachas’ de Vox son presentados como un inofensivo partido de derechas”, concluye Rivera.
Se abre, pues, un nuevo ciclo político en España con un gobierno de centro izquierda. Las expectativas son enormes. Ya se habla de subir el salario mínimo a 1.200 euros, reformar la ley laboral que quita derechos a los trabajadores, fortalecer las políticas de promoción y protección a la mujer, garantizar los derechos a los inmigrantes y aumentar los impuestos a las grandes fortunas. A pesar de que los poderes fácticos españoles (la Iglesia, los empresarios o los militares) ven con recelo esta nueva realidad, PSOE y UP aún tienen que demostrar que harán los cambios que necesitan los pueblos de España y que no serán un mero gobierno de trámite donde todo cambie para que todo siga igual.