Pablo Arciniegas
No habrá justicia para Anderson Arboleda, que quería ser futbolista antes de que los policías lo mataran a bolillazos, en frente de su mamá, en Puerto Tejada.
Ni para Camilo Hernández, que murió en una balacera en Verbenal. El cuerpo de Camilo se desangró en la calle porque los patrulleros que disparaban no dejaron que su hermana lo recogiera.
Tampoco para Cristian Caycedo. El Esmad lo persiguió hasta el punto que prefirió lanzarse del puente de la calle 183 en el norte de Bogotá.
No habrá justicia para Julieth Ramírez, que solo tenía 19 años cuando una bala de la Policía le atravesó el pecho. No habrá justicia para Julieth, pero sí una biblioteca popular en La Gaitana, con su nombre.
No habrá justicia para Jaider Fonseca, de 17 años, que amaba montar cicla y dejó una esposa y una hija. No la habrá, pero sí habrá torres de libros que duermen en un sótano del Parkway.
No habrá justicia para Dilan Cruz. Ni pagará un día de cárcel su asesino, el capitán Manuel Cubillos. La justicia, en cambio, dice que Dilan se lo buscó por ser mal estudiante.
No habrá justicia para Cristian Londoño, de 21 años, preso en la estación de Policía de Tunjuelito, que supuestamente se clavó una navaja en la clavícula mientras estaba esposado.
Ni para Fabián Peña, a quien los tombos le dispararon en la cabeza, en el Tintal.
Nunca la habrá.
No habrá justicia para Paula Torres, que fue golpeada, violada y apareció ahorcada con sus cordones en la UPJ de Puente Aranda, el día que cumplió 28 años.
Ni para Gilbar Orduz, ni para William Balcero, que misteriosamente también se estrangularon con su propio pantalón delante de nuestros valientes uniformados.
No habrá justicia para Cindy Contreras, que antes de que le metieran un balazo en las manifestaciones del 2020, en Suba, soñaba casarse con Tatiana Vaquero.
Ni para Lynda Michelle Amaya, de 15 años. A Lynda, Medicina Legal prefirió hacerla pasar por una adicta al bazuco, con tal de no abrir una investigación por su homicidio y secuestro.
No habrá justicia para Diana Devia y su novio, que saliendo de una fiesta en Soacha fueron secuestrados y torturados por patrulleros que cubrían su identidad en el CAI Hogares.
No habrá justicia para ninguna de las víctimas de Llano Verde. Solo quedará su sangre salpicada en los cañaduzales que se muelen para hacer gaseosas.
Ni habrá justicia para los ocho pelados de Samaniego, masacrados por los hombres de las Toyotas blancas.
Tampoco para los nueve detenidos de la estación de Policía de San Mateo, a los que les prendieron fuego. Para ellos, solo los gritos de desesperación de sus familias.
No habrá justicia para Lina Maritza Zapata, porque sus compañeros agentes prefirieron dispararle a la cara por denunciar la ‘Comunidad del anillo’.
Ni para Ismael Caldera, un venezolano de 21 años, que murió a patadas dentro la estación de Policía de Teusaquillo.
No habrá justicia para Dubán Aldana, de 15 años, a quien lo mató el Esmad, por la espalda, mientras lo obligaban a desalojar su casa en Soacha.
Ni para Orlando Mesa, de 82 años, que fue presentado en Montes de María como un falso positivo por el glorioso Ejército. A don Orlando no le bastó la vida para ver la paz.
No habrá justicia para Danna Liseth, que no alcanzó a enviar su tarea por WhatsApp, porque primero le llovió una bomba de alta tecnología de la Fuerza Aérea, en Guaviare.
Ni la habrá para los otros 18 niños rematados por el Ejército en Caquetá. Para ellos no hubo justicia, solo la soberbia de un rancio ministro.
No habrá justicia para Sandra Liliana Peña, ni para el Cauca, ni para ninguna de las naciones indígenas a las que los militares les violan sus hijas. No habrá, y todavía se preguntan: ¿Por qué tumban las estatuas?
No habrá justicia para Lucas Villa. Pero, “uno cómo no va a salir a marchar”, nos dijo.
Ni habrá justicia para Santiago Murillo, de 19 años. Para Santiago quedan los lamentos de su mamá, que prefería morirse con él, en el hospital de Ibagué.
No habrá justicia para Alejandro Zapata, de 20 años. Alejo era un estudiante becado, pero el 10 de mayo murió porque un proyectil del Esmad le destruyó la cabeza, en Kennedy.
Ni para María Jovita Osorio, de 73 años. María era una abuela y madre comunitaria en Cali, hace una semana murió ahogada, en su casa, entre lacrimógenos.
Ni para Elvis Vivas, de 24 años, a quien los antimotines lo mataron a golpes en Madrid.
No habrá justicia para Dylan B. Lion. Pero a su talento y sus rimas ninguna tanqueta de la Policía podrá pasarles por encima.
No habrá justicia para Alison. No habrá justicia para Sebastián. No habrá justicia para Popayán.
No habrá justicia para el papá de Nicolás Neira, que tuvo que exiliarse para limpiar el nombre de su hijo. Ni para los hijos de Javier Ordóñez habrá justicia.
No habrá justicia para los 6.402 falsos positivos. Ni para nuestros millones de desplazados. Ni para los casi mil desaparecidos que se cuentan desde el 28 de abril de 2021. Ni para todos los que faltan por nombrar.
No habrá justicia, ni soldados que vayan a rescatarlos, ni monumentos, ni Historia.
Pero sí memoria y resistencia.