La más reciente portada de la revista Semana es prueba de un declive en la calidad del periodismo que hacen los medios tradicionales
Pablo Arciniegas
El último número de Semana deja claro que el sentido de la revista ya no es hacer periodismo, sino servir de megáfono a la administración de Iván Duque. ¡Basta ya!, escribe Vicky Dávila en la portada, justo debajo de la foto de Gustavo Petro (modificada para hacerlo parecer un villano de una película de espías) y, a continuación, le suplica al senador que deje de incendiar el país y abandone su ambición de ser presidente. Mismo reclamo, que si le quedara algo de ética periodística, debería hacerle a Álvaro Uribe.
El caso es que vista desde todos los ángulos, esta fue una decisión editorial nefasta, porque no solo puso en riesgo la vida de Petro y de los miembros de la Colombia Humana, al convertirlos en objetivo militar de los fanáticos de las camisas y Toyotas blancas, sino que amplifica el sonsonete oficialista de que todos los males del país son culpa de un enemigo interno: llámese el narcotráfico, las disidencias, los venezolanos o la oposición, y hacerlo a estas alturas, es echarle leña a la candela. Todavía más, si coincide con la publicación de la autoentrevista de Duque, en la que dice lo mismo, pero en inglés.
Sin embargo, esta portada es apenas el síntoma de un malestar mayor, porque lo cierto es que no es Semana únicamente. En general, algo está matando al periodismo en Colombia, y si no fuera por aquellos que se atreven a informar en las redes sociales, lo que los medios tradicionales tienen al margen de sus agendas, el despliegue de violencia contra el paro nacional, y sus manifestantes, pasaría desapercibido, como ha pasado por muchos años.
Maquilas de noticias
La debacle de Semana es algo que le viene sucediendo a los medios nacionales desde que se convirtieron en páginas de Internet que venden pauta digital y, por lo tanto, buscan atraer visitas. Pero en el caso de la revista, este deterioro lo aceleran dos factores. Uno, el abrupto cambio de su espíritu investigativo por la necesidad de producir artículos que se vuelvan tendencia en las redes sociales. Y dos, la familia Gilinsky y la dirección de Vicky Dávila.
Lo primero es preocupante porque en el afán de mantener un flujo constante de personas entrando al portal, hoy su redacción debe funcionar como una maquila de noticias. Es decir, sus reporteros ya no se encargan de escribir análisis y crónicas con profundidad, algo que toma tiempo y talento, sino que durante lo que dura el turno están encargados de producir la mayor cantidad de notas, de acuerdo con las tendencias que se popularizan en Internet. De hecho, dependiendo de qué tan viralizados se hagan estos contenidos es que sus jefes miden el rendimiento del periodista.
Por supuesto que esta presión impacta la calidad de lo que se escribe en la revista, y da pie a que, por encima de la primicia o el desarrollo de una noticia, se posicione el titular que despierta morbo y pasiones, y que rápidamente se comparte en Facebook, Twitter o WhatsApp. Lo curioso es que El Tiempo, El Espectador, Pulzo e Infobae vienen haciendo desde hace años lo mismo, pero ninguno se ha ido a pique tan pronto como la revista Semana, y ahí es donde entra el segundo factor.
Enceguecido uribismo
Si bien los medios en Colombia hoy pertenecen a familias con el poder económico suficiente para interferir en la política, sus dueños son lo bastante astutos para entender que no pueden irse en contra de las audiencias. Hasta Sarmiento Angulo que, a propósito, puso a la Unidad Investigativa de El Tiempo a hacer un ‘aterrador’ reportaje sobre los grafitis del paro, sabe que hay demasiada indignación como para maquillarla, y por eso mantiene, quizás por disimular, a un pequeño panel de columnistas que son capaces de frentearlo.
En cambio, la familia Gilinsky, hoy dueña de Semana, no ha aprendido a hacer esta lectura, y cree fielmente en ese país de fábula del que Iván Duque hablaba en su entrevista en Caracol Noticias, en el que no hay escándalos de corrupción, no se matan ni se desaparecen manifestantes, y en el que todos los ciudadanos se sienten políticamente representados. Precisamente, para darle voz a esa utopía es que existe Vicky Dávila, y también para levantar una voz de indignación contra el enemigo interno de turno.
Vicky, como directora de Semana, reproduce la propaganda que criminaliza la protesta, los bloqueos y cierra el diálogo. Vicky se ha prestado para atizar la crisis social que tanto necesita Uribe en el 2022, en la que se venderá como redentor. Y Vicky, tan emprendedora, es quien está por sepultar una revista colombiana con más de treinta años de trayectoria, y convertirla en una línea de ensamblaje de contenidos, sin el mínimo valor periodístico.
Vicky, contagiada de un enceguecido uribismo, ya no recuerda cómo ser periodista, y no ve que a la fachada de su revista la llenaron de pintura roja, como símbolo de la sangre con la que están manchadas sus manos.
La contrainformación
Eso es lo que está matando al periodismo en Colombia: el hecho de que, como toda industria en este país, la de hacer noticias y conectar con las personas, hoy está tomada por unos miopes que no saben o no quieren desarrollar el potencial cultural de un oficio tan necesario para construir una sociedad justa. Estos sujetos, por el contrario, se han prestado para que dementes que están dispuestos a masacrar colombianos tengan un parlante y gocen de respaldo.
Aunque es en este escenario tan oscuro, cuando más se ha levantado la voz de la prensa alternativa e independiente. Hoy, el periodista José Alberto Tejada de Canal 2, en Cali, dice que más que una labor de información está cumpliendo con una labor de contrainformación, porque se ha dedicado a darle el micrófono a la juventud de las primeras líneas, al tiempo que denuncia los crímenes de la ‘gente de bien’, que le alteran las placas a sus camionetas para salir a matar manifestantes, como si estuvieran de safari por el Valle del Cauca.
Notíteres24 es otro ejercicio de contrainformación para sintonizar por YouTube, porque no solo se mete de lleno en los enfrentamientos con el Esmad, sino que recientemente publicó una fuerte entrevista a un policía que rechaza el despliegue de violencia ordenado por Duque. Lo más creativo del noticiero es que es presentado por marionetas que “nadie maneja”, como expresa su corresponsal Democracio. Y tampoco se puede pasar por alto el papel que han tenido varios actores y cantantes de la farándula criolla, que desde sus redes sociales, transmiten entrevistas y denuncias que jamás saldrían en RCN o Caracol.
Pero el verdadero protagonista de esta resistencia informativa ha sido la ciudadanía, que únicamente armada con la cámara de su celular documenta y transmite en vivo la indignación, el dolor y las esperanzas de quienes salen a marchar y del resto de la otra Colombia que no aparece en la revista Semana. Si no fuera por este trabajo, el discurso del gobierno se seguiría escuchando como un disco rayado. Lo bueno es que hoy nadie se lo cree o, por lo menos, lo duda.