miércoles, abril 24, 2024
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Lance Armstrong: ¿inocente o culpable?

Ricardo Arenales

La semana pasada, el atleta colombiano, de 19 años de edad, Diego Palomeque, fue suspendido por dos años en el ejercicio de su actividad deportiva, acusado por la Federación Internacional de Atletismo de dopaje con testosterona. Como Palomeque no es una estrella connotada a escala mundial, la noticia no tuvo mayor repercusión.

Lance Armstrong
Lance Armstrong

El escándalo mayúsculo en el mundo, en materia de dopaje en el deporte, fue protagonizado por el ciclista norteamericano Lance Armstrong, quien reconoció acudir a estas prácticas ilegales, después de haberlo negado por muchos años.

El texano, de 41 años de edad, reconoció en un prestigioso programa de televisión con la periodista Oprah Winfrey, el uso de sustancias prohibidas en su carrera deportiva, tales como testosterona, cortisona, hormona del crecimiento, entre otras. A la opinión pública le indignó que Armstrong hubiera reconocido el delito apenas ahora, y no antes cuando se le preguntó con insistencia.

Aunque la noticia en sí no fue una gran sorpresa. De ello se venía hablando en los corrillos del deporte. De la misma manera que se reconoce que el fenómeno del dopaje no es nuevo. Hay episodios descollantes por los ribetes de show publicitario, por ejemplo en el caso de Maradona, de Ben Johnson, el velocista canadiense, y de una larga lista de competidores en las más diversas disciplinas.

Industria de millones

El problema se complicó a partir del momento en que el deporte dejó de ser amateur y se transformó en una gran industria transnacional, penetrada por los grandes capitales interesados en vender masivamente tenis, camisetas, pelotas, vestidos de baño, publicidad multimillonaria y aun la compra y venta de jugadores.

El fenómeno del dopaje, por cierto, se ha incrementado en las últimas décadas y está ligado a la descomposición social propia de los países capitalistas. Y como las reglas del mercado determinan la actividad humana, el deporte no escapa a esta lógica.

El capitalismo se alimenta del lucro, no sabe de ética, de valores, de solidaridad. Lo importante es que hay que ganar. Así en la farándula, en el cine, en los negocios. En Estados Unidos no sólo está de moda ganar a toda costa, sino mezclar el ánimo competitivo con el consumo de drogas alucinógenas. Ambas cosas son light, son chic.

Triunfo seductor

Estas prácticas son expresión de un medio que obliga al éxito a toda costa, hace del triunfo un fetiche. El triunfo seduce, no el trabajo honrado. El obrero, o el campesino, que trabajan 20 años en una empresa, o en la tierra, doblegados por los años y sacan adelante sus hijos en medio de penurias y sufrimientos, ¡esos no son héroes!

La estrella es Pablo Escobar, convertido en ícono a través de telenovelas. Es el presidente de Interbolsa, un hombre audaz en los negocios. Se triunfa a través de capital especulativo, del narcotráfico, del dopaje. Ese mismo ánimo de triunfo, es el que ha llevado a los Estados Unidos de Norteamérica a invadir a Irak, a Afganistán, a cualquier rincón de la tierra donde haya oro, petróleo, platino, no importa que haya que bombardear, destruir el paisaje, someter a la especie humana.

Lance Armstrong, en últimas, lo que ha hecho es reproducir el modelo. Y aunque, en medio de sus confesiones, mostró un espíritu de superación, develó también el tinglado de una poderosa industria del dopaje, que para tener éxito, no puede estar en manos de una sola persona.

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