Pietro Lora Alarcón
En su contraofensiva internacional autopromocionada “Duque es la víctima”, se muestra como el ciudadano convencido de la democracia y la ley, que intenta salvar a su país en medio de voraces lobos de oposición vilmente aprovechadores de la crisis. La verdad es que, entre murmullos o gritos, las imágenes de las acciones criminales de la fuerza pública para el control bélico de las ciudades, la acción contra la juventud y la violencia de género, desmoronaron el mito de un histórico Estado colombiano democrático y sin dictaduras, sometiéndolo a la crítica moral y política de actores tan importantes como la propia ONU. A Duque no le resta sino salir. Los ojos de la dignidad de mucha gente, esparcida por el mundo, lo responsabilizan.
Cuestión interesante es que en estos días fue recolocado en diversos escenarios un debate sobre el arquetipo de régimen político colombiano. Quedó claro, en vivo y en colores, que en el ejercicio de la administración del Estado se conjugan históricamente el contubernio civil-militar, el control cruel y letal de las regiones y la precariedad de los derechos sociales. Solo quien no quiere entender, niega la realidad y el resultado, que no podía ser otro sino las protestas que se acumulan en el tiempo, reciente y antiguo, y que hoy desembocan en la impresionante movilización popular, multisectorial, multifactorial y marcadamente legítima. Sin el maquillaje democrático estatal, sectores de la opinión internacional se preguntan, aterrados, cómo amparados en lo estatal y paraestatal, militar o paramilitar, fracciones dominantes del país deciden quién puede vivir o debe morir.
Para la cancillería es “preocupante” -para decir lo mínimo- que otros también se pregunten como en una audiencia pública ante la Corte Interamericana, realizada en febrero, el Estado solamente reconoció 219 víctimas de la UP en más de una década de su flagrante exterminio y tan solo 60 días después, las organizaciones de derechos humanos denuncien internacionalmente el triple de víctimas por agentes estatales en las protestas ciudadanas que estremecen al país. Eso parece propio de un Estado enfermo y doliente y no de uno democrático. Le queda difícil a Duque, en el idioma que le plazca, decir que es víctima cuando la protesta supera el miedo al covid-19, al Estado y al hablar bandolero y rotulador de Uribe.
Por eso, mientras en el plano interno los emisarios del Gobierno tratan los pliegos de los trabajadores burocráticamente, sin tomar decisiones sino mandándose documentos unos a los otros y prometiendo exhaustivas investigaciones que ya sabemos dónde van a parar, internacionalmente la cancillería y los embajadores, que asistieron a más de 300 manifestaciones hasta el sol y las lunas de hoy, tocan puertas y entran por debajito, pidiendo permiso, intentando explicar cómo mientras la crisis sanitaria corría suelta, eran preparadas desastrosas reformas tributarias y el aumento del IVA, se intentaba privatizar lo que queda de la salud pública, se hacen “trizas” los acuerdos de paz, eran silenciados asesinatos de excombatientes, se volvía al glifosato, se condenaba la educación y se construía un escenario de copamiento de los formales mecanismos de control republicano.
Como estamos en Brasil la conversa es: – ¿(…) más ese tal ES…como es señor embajador? – Embajador: ESMAD señor Ministro…explico: ESMAD, es un aparato que tenemos preparado para dar plomo y contener esos terroristas. Ministro– isso, mais disso. Ya JB lo va a atender, tome-se otro “cafezinho marca Rey Pelé”.