Jaime Cedano Roldán
@Cedano85
Hasta hace pocos años, en la “izquierda tradicional” española se pensaba que la quiebra del bipartidismo vendría de obtener los votos necesarios para cogobernar con el PSOE. Había en eso mucha ilusión. Pero llegó la crisis y España se coloreó de azul tras un arrollador tsunami conservador. Luego vinieron el 15M y las Marchas de la Dignidad, y desde la resistencia resurgió el discurso radical, anticapitalista y anticastas.
Nació Podemos y capitalizó electoralmente la indignación. También se levantaron las mareas por la defensa de los servicios sociales y empezó a cuajarse el hoy potente movimiento pensionista. Entonces se adopta desde la izquierda las tesis de la ruptura democrática y del proceso constituyente de carácter popular y republicano para romper con las dos patas bipartidistas que sustentaban el régimen del 78, que naciera de la transición tutelada por Franco y que pariera a la monarquía constitucional.
En las elecciones del 2015 diversos procesos unitarios trajeron los “ayuntamientos del cambio” a las principales ciudades del país, incluidas Madrid, Barcelona y Valencia y otra decena de importantes poblaciones. El asalto a las instituciones era un hecho y también la posibilidad cercana del asalto al cielo. Crecía la ilusión.
Pero en este ciclo electoral que ha culminado el 26 de mayo se ha producido una caída al infierno. Sucumbieron los ayuntamientos del cambio, un par de millones de votos se perdieron y se redujo a la mitad la presencia en el Congreso y en la Eurocamara, y se perdieron la mayoría de las curules en los congresos autonómicos.
El discurso rupturista estuvo ausente y volvió la idea del cogobierno. La ultraderecha llegó al Congreso y su voto es decisivo para formar gobiernos como el de Madrid. Esta vez el tsunami fue rojo y el PSOE seguirá en la presidencia aunque sin mayoría absoluta. La derrota del Partido Popular es atenuada por la posibilidad de recuperar la capital y no perder la comunidad autónoma de Madrid, haciendo las derechas mayorías absolutas, incluida la ultra, abiertamente franquista.
En medio de esa desolación Pablo Iglesias no se cansa de lastimar sus nudillos golpeando la puerta socialista pidiendo ministerios, que según él, hagan posible construir un “gobierno de izquierdas” y tener estabilidad. Cada día más voces se levantan en su propio movimiento y en los aliados para rechazar esa inexplicable y suicida estrategia. Votar la investidura de Sánchez ligándola a concretos compromisos programáticos y pasar a la oposición, es el coro que se está levantando.
Es hora de balances, autocriticas y profundos análisis para la reconstrucción de un proyecto radicalmente popular y transformador que vuelva a recrear la utopía y la ilusión. Pero propias.