jueves, marzo 28, 2024
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La guerra no es nada buena

Historia de Jerson González quien lleva 27 años en las FARC y está presente en la X Conferencia Guerrillera.

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Desde que salimos de San Vicente del Caguán hacia los llanos del Yarí, contamos unos diez retenes del ejército, protegidos con tanques de guerra y grandes trincheras. Es un reflejo de la larga batalla que en esta región se ha librado durante 52 años. Luego de muchos kilómetros de viaje, desaparecen los soldados y empiezan a aparecer las FARC. También saludan, pero con más timidez.

Todo está dispuesto para recibir a los periodistas para la X Conferencia guerrillera. La última que hará las FARC como grupo armado. “Hace mes y medio que estamos aquí en la organización de todo el evento. Trabajamos de siete de la mañana a seis de la tarde y luego viene el relevo de la noche. El trabajo es de tiempo completo. Son trescientos guerrilleros en la logística”, dice Jerson González, mando de frente en Cundinamarca.

Desde hace ocho meses están en un curso nacional de cuadros en el Yarí. Por eso es que Jerson se encuentra en esta zona. “Estamos mirando lo nuevo que se nos avizora. Los cuadros serán los encargados de coordinar al resto de los guerrilleros”. De cada tropa hay delegados, por cada cincuenta guerrilleros viene uno en representación. Aquí Jerson nos cuenta su historia.

Sin posibilidades económicas

Soy campesino boyacense de pura raza. Viví allí hasta los diez años, después me fui para Bogotá con mi mamá y mis tres hermanos. Estudié hasta séptimo de bachillerato. Mi madre no tuvo dinero para darme más estudio. Me puse a lavar carros. Tenía catorce años. Mi mamá trabajaba como chef en un restaurante en el norte de Bogotá. Yo abría los carros que llegaban, me daban propinas, pero me pagaban poco por el trabajo.

Conocí la plata y eso me borró el estudio, empecé a salir, a tomar cerveza, a conocer el mundo. Mi mamá lloraba porque no tenía con qué darnos el estudio. Nos tocaba era el rebusque.

Vino luego el cuento de la mafia. Un primo me decía que la plata estaba botada por el suelo, que era sino recogerla. Nos fuimos para el Guaviare a raspar coca. Yo ya tenía quince años. Al principio sufría, no conseguía para la comida. Luego me adapté y me volví un duro. Lo que conseguía era para beber, para gastar.

Sin embargo quería hacerme una caleta de dinero para irme a Bogotá para ver a mi mamá y ayudarle con algo. Le dije al jefe, que era el dueño del cultivo, que me guardara la plata, para ir teniendo unos ahorros. Cuando se la pedí no me la quería entregar, me iba a robar. Un amigo me dijo que fuera donde los compañeros, como le decían a los guerrilleros, y que les planteara la situación, para que hicieran que me pagaran la plata.

Por esos días llegaron tres guerrilleros a conseguir plátano. Me daba miedo hablarles porque decían que si uno se metía en problemas con los cocaleros, lo mataban, desaparecían mucha gente por robarles, pero tomé valor y fui. Resulta que era un comandante. Me escuchó y dijo que me apoyaba y me echó el cuento, que por eso ellos estaban ahí, buscando la igualdad, por un mejor país. A los ocho días me pagaron. Le agradecí luego al comandante y él me invitó a pertenecer a las FARC, yo ya tenía 16 años. Le dije que no pero me quedó sonando.

Amor a primera vista

Fui a Bogotá, vi a mi mamá y regresé con la decisión de entrar a las FARC, soñaba con ellos, como un amor a primera vista. Entré en confianza con ellos y empecé a hacerles favores. A mi me gustaban mucho las armas, pero no la policía, no los podía ni ver. Me dijeron que fuera miliciano. Ahí fue donde conocí las armas, recibí muchas charlas políticas, abrí los ojos.

Fui miliciano por tres años y luego entré de verdad a las FARC. Ingresé en el séptimo frente. Luego me mandaron para Cundinamarca, yo estaba feliz porque podía estar cerca a la familia.

Fui un tiempo a la ciudad a trabajar en lo urbano, dormía en la casa. Cuando le conté a mi mamá lo que hacía, ella lloró, me dijo que no estaba de acuerdo. Le dije que entonces no me podía volver a ver más, porque me iba para otro lado. Ella al fin aceptó y dijo que me apoyaba.

Pero hace quince años que no tengo comunicación con ella. En un bombardeo allá en Cundinamarca perdí todo, el teléfono, los contactos. He tratado de buscarlos por distintos lados, pero nada.

Heridas que no se olvidan

De niño tenía esa euforia, ganas de pelear, de enfrentarme en un combate, quería saber qué se sentía disparar un arma. La primera pelea, estando en la guerrilla, fue un hostigamiento. Ya había hecho tres cursos básicos. Esa vez sentía que el corazón se me iba a salir.

Así es la guerra. Al principio uno se asusta mucho, pero cuando todo revienta, todo se acaba también, es un momento en que nada importa, ya uno está metido ahí, no hay tiempo para recordar nada ni a nadie. Es donde la muerte está más cerca.

Tengo una herida de guerra que casi me mocha el brazo, fue un rafagazo. (Se quita la camisa y muestra su brazo izquierdo lleno de cicatrices y huecos). Estuve en varias tomas, la de Miraflores, la de La Uribe, Guayabetal.

Las mujeres son hasta más frescas, hay veces toca es regañarlas porque se van con toda. Son muy fuertes. Pero sea como sea, la guerra no es nada buena.

Una guerra por terminar

En los últimos meses se ha respirado tranquilidad. Creemos en el pueblo. Vamos a crear un nuevo movimiento que abra las expectativas. Lo más difícil es pensar, tener argumentos, es el gran reto, porque las armas, al fin de cuentas son fáciles de manejar.

Aquí va a valer la conciencia, la lealtad y responsabilidad. Sabemos que salen muchos a la vida civil, perderemos a unos cuantos de ellos, pero también sabemos que hay mucha gente que quiere entrar y estar con nosotros, entonces no es que quedaremos tan solos.

La paz es tan romántica, es un fin de un conflicto con nosotros pero hay hambre, desigualdad en todo el país. Los problemas no se resuelven tan fácil, pero si logramos dejar de matarnos, todo puede ir cambiando.

Hay una gran preocupación después de todo este proceso y es que nos maten o que la barriga esté vacía. Contra el saqueo de los recursos nos queda es salir a protestar, a la movilización contra los megaproyectos y prepararnos para defender el territorio.

Perspectivas civiles

Me gustaría ser un líder agrario. Me quedaría en el campo cultivando. La guerrilla es una universidad, donde se aprenden cosas que no se ven en ninguna parte. Aprendemos la historia de Colombia, del mundo, la verdadera, porque afuera todo es distorsionado, acomodado a los intereses particulares.

Terminé de leer un libro de Atilio Borón, América latina en la geopolítica imperial. Ahí nos muestra el interés que tiene Estados Unidos sobre Latinoamérica. En el imperialismo no hay que creer nada. Nos quieren quitar del mapa porque somos un estorbo. Ellos siguen haciendo la guerra. Quieren continuar con el sometimiento. Vienen por el agua, por todos los recursos.

Le hice un poema a mi fusil. Me da mucha tristeza. El arma es una extensión de nuestro cuerpo y en cualquier momento nos separamos de él. Sabemos que son más importantes las ideas que las armas, pero es nuestra única defensa. Nos va a dar muy duro separarnos (se encoge de hombros y la mira con ternura), son 52 años con ellas al hombro, los que llevamos menos tiempo, igual hemos recibido la herencia.

Tengo un hijo con una civil. Ya tiene catorce años. Lo vi cuando tenía cinco meses y no lo he vuelto a ver. La mamá no le ha dicho que tiene un padre guerrillero, pero hace un año hablé con ella y me dijo que iba a tratar de contarle.

En guerra las condiciones son distintas a lo que estamos viviendo ahora, desde hace unos meses. Ya la vida no va a tanta velocidad como antes. Podemos quedarnos más tiempo en un solo punto. Inclusive tenemos más cosas dentro de los morrales porque ya los carros entran hasta aquí.

Antes los sueños eran pesados. Soñaba que estaba herido, muerto, tiroteado, cuando me despertaba me daba cuenta que estaba vivo. Después de algún enfrentamiento quedábamos con traumas hasta por cuatro días. Ahora estoy durmiendo tan profundo que no recuerdo mucho lo que sueño. Pero he soñado en la ciudad, mirando al hijo, a la familia. Un día soñé que estaba en la ciudad con el fusil, estaba muy preocupado porque ya habíamos dejado las armas y que me iban a coger.

Decidimos que entren los periodistas a la X Conferencia porque no hay secretos, que nos conozcan como en realidad somos. Vino Salud Hernández, yo le preguntaría que si tanto nos odia, por qué vino, por qué nos odia si no nos conoce. Pero bueno que venga y se estrelle con la realidad y vea cómo vivimos, la atendemos bien, le damos agua, comida. Pero es que ella trataba muy mal a Manuel, a nuestro padre y eso a nadie le gusta. Habla muy mal de nosotros. Vamos a ver qué va a decir ahora.

Agencia Colombiana de Prensa Alternativa

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