jueves, marzo 28, 2024

La fuerza

Catalina Ruiz-Navarro

“¡Si me va a tomar una foto, que salga mi pierna!”, le gritó la periodista Lorna Bierman al encargado de registro de la Sijín, mientras se bajaba los jeans hasta la rodilla, dejando ver su muslo amorcillado y cubierto de sangre. Nadie tomó la foto.

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Esa mañana, 19 de agosto, anunciado el paro nacional agrario y popular, Lorna madrugó para llegar a la carretera Panamericana a hacer el cubrimiento de los bloqueos para la red de medios alternativos Remap. Lorna no quería arriesgarse y se ofreció a ser la encargada del envío de la información, junto con la periodista Milena Ricaurte. Cuando llegaron al kilómetro 78 a las 6:00 a.m., el Esmad ya hostigaba a la resistencia campesina que apenas se estaba formando. Antes de las 8:00 a.m. se rompió la resistencia de la población civil y el Esmad y la Policía inundaron la carretera como una pandilla de orcos, disparando gases lacrimógenos indiscriminadamente. Lorna debía subir a un lugar seguro pero vio que la gente venía corriendo cuesta abajo. Contaban que el Esmad estaba disparando arriba y que un chico de 16 años estaba herido (una bala le atravesó el estómago). Lorna y Milena vieron a los campesinos que escalaban una cuesta con la destreza de una nube de cangrejos. Decidieron hacer lo mismo. Con una Nikon en la mano, Lorna trató torpemente de escalar mientras le caían piedras y tierra en la cara. Los del Esmad gritaban “¡cójanla que tiene una cámara!”.

La cogieron. Le pegaron. La tomaron por las axilas y la arrastraron por toda la Panamericana. Le pegaron más, esta vez con un bolillo que extrañamente le atravesó el pantalón y le dejó tres pequeños huecos en la pierna de los que empezó a salir sangre. “Yo decía: ¡todo bien, todo bien! Lo cual es muy chistoso porque nada estaba bien”, cuenta Lorna. El lugar estaba lleno de policías vestidos de civil, con los tenis limpiecitos. Las empujaron, las insultaron: “Perras hijueputas, así las quería ver”. Un policía se acercó a Lorna y le robó la carterita en la que llevaba sus documentos, arrancándosela de un tirón. Las subieron a una camioneta descapotada y en ese momento vio pasar a un defensor de derechos humanos y le gritó. El defensor grabó un video que hoy rota en las redes sociales y avisó por ese mismo medio de la detención de Lorna y Milena.

Las llevaron a la estación principal de Buga, donde por fin vieron gente conocida. Allá estuvieron detenidas sin explicación hasta la tarde. La policía tenía a negros e indígenas metidos en un corral. La Sijín hacía minucioso registro de todo por todas partes. Hacia las tres las soltaron sin explicación alguna y un defensor de derechos humanos le dio para el pasaje de bus hasta Cali.

Así es la fuerza de nuestra Fuerza Pública: persigue y ultraja a una joven periodista sólo por tener una cámara; tras su intervención en un bar cerrado de Bogotá, tilda de “inexplicable” la explosión de los gases lacrimógenos que mataron a seis personas; sus policías son investigados por el asesinato de un joven grafitero y por el encubrimiento del mismo, y hasta aparecen en videos de Youtube matando y torturando perros. Es deseable que en una democracia el Estado tenga el monopolio de la fuerza, pero eso plantea altas exigencias sobre la manera en que se usa esa fuerza. ¿Para defender o para atacar los derechos humanos? ¿Para dar seguridad o miedo? Mucha de nuestra violencia está en que no confiamos en un Estado que nos roba y nos pega, que hace un uso descontrolado y abusivo de su fuerza y que a diario vemos representado en uniformados que parecen decirnos “la policía se respeta o le rompemos esa jeta”.

Catalina Ruiz-Navarro@Catalinapordios / | Elespectador.com

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