
La XLVII edición del torneo de selecciones más antiguo del mundo está planeada para realizarse en el mes de junio en Colombia y Argentina. En medio del tercer pico de la pandemia y con el país en pleno estallido social, han arreciado las críticas contra el Gobierno nacional y la Conmebol. El fútbol como distractor. ¿Por qué la iniciativa genera tanta indignación?
Yuldor Lizarazo
@aquelmancito
Esta sería la cuarta edición de la Copa en seis años, que bien pudieron ser cinco, ya que estaba programada para realizarse el año pasado, pero tuvo que aplazarse forzosamente por la pandemia. Esta atípica periodicidad hace pensar que la Confederación Sudamericana de Fútbol, Conmebol, organiza una copa cada que quieren dinero, tanto así, que en lugar de postergar un año la edición del 2015 para que coincidiera con la celebración del centenario, decidieron hacer dos torneos en años seguidos.
Los futbolistas no pueden opinar nada al respecto del poco descanso que tienen entre competiciones porque los dirigentes les echan en cara inmediatamente sus astronómicos sueldos, inflados por la burbuja especulativa que el fútbol-negocio ha creado. Pero la capacidad física de los deportistas es limitada por más dinero que tengan en el banco, y el espectáculo es el que pierde; no sólo por los futbolistas cansados y lesionados, sino porque la saturación del calendario hace que la gente pierda el interés en las competiciones.
Bien lo dijo el delantero de la selección uruguaya Edinson Cavani: “Somos macacos que debemos seguir las órdenes […] así como metieron la Copa Centenario en algún momento, nosotros nos callamos, pero si hay que aplazar algo, no se puede porque la tele, esto y lo otro. No se piensa en la salud de la gente, de los futbolistas. Se hacen malabares para organizar un fixture. Te sentís frustrado porque hay que agachar la cabeza, pero a veces está bueno dar la opinión”.
Monetizan la pasión
Tal como se representa desde la ficción en la serie El Presidente que se estrenó el año pasado por Amazon Prime y que se centra en Sergio Jadue, expresidente de la Federación Chilena de Fútbol, la Conmebol fue protagonista en el recibimiento de sobornos para la adjudicación de derechos de televisión, lavado de activos y otros delitos enmarcados en el escándalo conocido como Fifagate.
Y tras la captura de los corruptos dirigentes implicados, la nueva camada de dirigentes no es sino más de lo mismo como en el caso de la Federación Colombiana de Fútbol, FCF, donde Luis Bedoya fue reemplazado en la presidencia por Ramón Jesurún, involucrado en el caso de reventa de boletas para los partidos de la Selección Colombia en las eliminatorias al mundial de Rusia 2018.
Y aquí surge la primera pregunta: ¿Cómo lograron Iván Duque y la FCF la adjudicación de Colombia como sede del torneo? O mejor dicho ¿cuánto nos costó? El gobierno no cobrará impuestos por la realización del evento, así que todas las ganancias por patrocinios y derechos televisivos irán inmaculadas a las arcas de la Conmebol, pero esto parece insuficiente para el hambre voraz que han demostrado estos roedores, lo que nos permite sospechar que hay más regalitos por debajo de la mesa para pagar el lavado de cara que quiere hacer Duque a su desgobierno.
Si no hay pan, que al menos haya circo
Pero Duque y la Federación no contaron con el paro nacional que ha sido bastante inoportuno para sus intereses y que no tiene pinta de desaparecer pronto. Un escenario que a todas luces ofrece un panorama sombrío y turbulento para la realización de la Copa América en el país, teniendo en cuenta lo ocurrido en tres recientes partidos de la Copa Libertadores, organizada también por la Conmebol, donde hubo manifestaciones reprimidas violentamente afuera de los estadios que dieron mucho de qué hablar.
Cualquier gobernante sensato desistiría de realizar el evento para evitar una crisis de orden público, pero Duque es todo menos eso y ante la posibilidad que desistir del proyecto sea visto como una muestra de debilidad, no solo insiste en acoger la Copa América, sino que hace declaraciones que desconocen el paro nacional como si éste no existiera. “Sería absurdo que no se hiciera una Copa si se está haciendo una Eurocopa […] nosotros empezamos un trabajo ya hace más de dos años […] en este año 2021 hemos dicho que estamos firmes para adelantarla”, ha expresado el bufonesco mandatario.
Esto es un acto de clara provocación a los manifestantes que le puede salir muy caro; como le ocurrió a Piñera en el 2019 cuando le tocó cancelar la final de la Copa Libertadores y otros eventos después de haber ratificado su realización en medio de la gran movilización que protagonizó el pueblo chileno.
«Colombia tiene arraigado el fútbol en el corazón de la gente», dijo Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, en el evento de presentación de la canción oficial de la Copa, como un acto de confirmación de Colombia como sede. Un espaldarazo a la Federación Colombiana de Fútbol que espera quitarse el estigma de pésima anfitriona tras la renuncia a ser la sede del Mundial de 1986 y la nefasta Copa América del 2001 que se realizó sin la participación de las selecciones favoritas.
Pero también es un favor al gobierno Duque que espera utilizar el evento para desviar la atención internacional que han tenido las protestas y la represión estatal con la que ha respondido su gobierno, que incluye múltiples violaciones a los derechos humanos que son motivo de seguimiento de varias organizaciones.
A nosotros nos da igual
Por eso ante las críticas por la realización de la Copa, el gobierno ha respondido con la clásica bandera de la unidad nacional: “Me apego a las palabras de Nelson Mandela, quien decía que el deporte tiene la capacidad de inspirar y cambiar el mundo. Utilicemos la Copa América como un mensaje de reconciliación social”, dijo el Ministro del Deporte Ernesto Lucena. Palabras vacías de un gobierno que se ha negado a ofrecer soluciones reales a las exigencias de los manifestantes.
La realidad es que la gente que está en la calle no gana absolutamente nada con la realización de la Copa América en Colombia, la mayoría de los fanáticos del fútbol la vamos a ver por televisión y ahí todos los estadios se ven idénticos; nos da igual si se juega acá o en cualquier otra parte. Lo que sí es claro es que la gente no va a permitir que se silencien sus reclamos entre los gritos de gol y que se venda ante el mundo la idea de que este es el país de Cucaña y que aquí todo es felicidad, mientras aumentan los muertos y desaparecidos en las manifestaciones.