viernes, abril 19, 2024
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La complejidad de ser persona

Nelson Lombana Silva

Mientras caminaba despacio por la estrecha vereda la sorprendió la pregunta que habría de cambiar su rumbo mezquino de vida, no teniendo otra alternativa que regresar a casa inmediatamente. Pasó el antejardín rápido y recorriendo el largo corredor se encaminó al cuarto de su abuelo Prudencio, quien ensimismado miraba la labor de las arañas sin impacientarse.

Foto: ¡Carlitos via photopin cc
Foto: ¡Carlitos via photopin cc

Sin dejar hablar al abuelo preguntó atónita: “¿Quién soy?”

El abuelo se estremeció e incorporándose caminó despacio hasta la chambrana para mirar desde allí el verdoso prado que ante sus ojos se le solía presentar hacía más de 60 años, pero que él contemplaba la naturaleza con entusiasmo pueril, es decir, como si fuera la primera vez.

La pequeña insistió tanto que Prudencio se convenció del deseo ferviente de saber la niña. “Vamos a caminar por la vereda, vamos a responder semejante interrogante”, le dijo mientras se colocaba las botas y empuñaba el bastón. Era un día húmedo y taciturno. Caminaron y caminaron entre bromas, chistes y consejos, que la niña escuchaba y olvidaba en un santiamén. La animaba su pregunta que consideraba era imposible de resolver.

El abuelo desde un instante captó el interés de la pibe, pero decidió llevarle la corriente. Había leído a Paulo Freire, quien solía decir que “nadie educa a nadie, nadie se educa solo, todos se educan en comunión”. Cruzaron el arroyo de aguas cristalinas y se internaron por el bosque frondoso hasta llegar a la cima de la colina. Allí, se acomodaron en un tronco de madera y mirando a su alrededor Prudencio, preguntó: “¿Qué quieres saber?”

La niña, que rodaba los 13 años, repitió su interrogante. “¿Está dispuesta a escuchar el discurso completo?”, preguntó Prudencio acomodándose la chaqueta para protegerse del frío. La niña sonrió. Su mirada infantil iluminó su rostro de facciones graciosas y se mantuvo altiva ante su abuelo para contestar sin rodeos y claridad diáfana. “Sí”, dijo.

El abuelo sonrió y colocándole una mano en su hombro la invitó a sentarse. La niña que siempre solía llevar la contraria, en aquella oportunidad obedeció, sin exigir mayores explicaciones. Aquel interrogante la había transformado de cabo a rabo. Aquello hacía parte de la complejidad de ser persona.

“Esa pregunta – dijo el abuelo – te lleva a un nuevo escenario de vida. Deja de ser animalito y comienza a ser humana, es decir, persona. Es una pregunta inteligente y no fácil de contestar”. Para hacer más complejo el tema el abuelo comenzó por plantear otras preguntas igualmente difíciles de contestar: “¿De dónde vengo?” “¿Para dónde voy?” “¿Cuál es mi misión?” “¿Qué soy yo ante la sociedad?” “¿Qué debería ser?” “¿Cómo llegar a ser?”.

La niña no pudo ocultar su enfado; estaba convencida que su pregunta era la única imposible de resolver. Pronto se dio cuenta que igualmente había otros interrogantes tan complejos como el que ella había concebido. “Tú abuelo, ¿Puedes contestar correctamente esos interrogantes?”, preguntó con ojos abiertos y expresivos. El abuelo sonrió y contestó así: “Nadie tiene la última palabra, la verdad revelada. Te podría dar mi opinión para que tú niña armes tu propia opinión. Con más no me podría comprometer, sería mentiroso y petulante de mi parte”, contestó dejando escapar una sonrisa rápida.

Aquella respuesta cayó en la niña como un terremoto. Dimensionó la complejidad, pero por primera vez no se dio por vencida. Por primera vez abandonó la pereza y el facilismo y asumió la vida como una complejidad maravillosa. “Abuelo – dijo – quiero dejar de ser animalito que me dejo llevar por los instintos, quiero guiarme por la realidad”. El abuelo la abrazo y le dijo: “Debes dejarte llevar por la razón, hijita”.

El abuelo Prudencio armó un esquema para explicar de la manera más sencilla la naturaleza del interrogante planteado por la bebé. Comenzó por algunas premisas elementales: El movimiento y la cientificidad. “Todo está en movimiento. Todo está cambiando constantemente y no hay nada sobrenatural, todo es natural, explicado a través de la ciencia”, dijo.

Estas afirmaciones estuvieron acompañadas de ejemplos claros y convincentes. Señaló que el ser humano está integrado por dos partes: Una material y una inmaterial, que actúan simultánea y permanentemente. “¿Qué es material y qué es inmaterial? Preguntó la pequeña.

“Lo material hace relación a la materia, lo físico, lo que se ve a simple vista y se puede tocar, palpar y dimensionar. Por ejemplo, un árbol, un carro, una cicla, un ser humano. Yo te puedo tocar. Tú me puedes tocar. Lo inmaterial es lo que no se percibe a la vista material pero existe. Por ejemplo, la ira, la alegría, el miedo, etc. ¿Tú lo puedes ver? Pues no, pero existe, es una realidad que a diario tú experimentas”.

La materia mantiene en constante movimiento. Es decir, evolucionando. De tal manera que lo inmaterial es producto del desarrollo de la materia, materia que en el caso del ser humano alcanza singular desarrollo sobre todo de una parte importante de su cuerpo: El Cerebro.

Al desarrollarse el cerebro, el ser humano se diferencia de los demás seres de la naturaleza por su capacidad de razonar, es decir, de pensar, tener la capacidad de lanzar juicios y transformar su entorno. Note que los animales se adaptan al medio, en cambio el ser humano tiene la capacidad de adaptar su medio ambiente a sus intereses.

¿Cómo lo hace? A través del trabajo. Eso quiere decir que quien realmente “creó” al ser humano fue el trabajo. El trabajo nos humaniza, el trabajo nos hace crecer, el trabajo nos hace útil a la familia, a uno mismo y a la sociedad. Mediante el trabajo somos personas y sociedad en conjunto feliz.

Hay que tener en cuenta que el ser humano está predestinado a ser feliz. Pero esa felicidad se construye, se crea y se desarrolla mediante el trabajo. La felicidad no se encuentra a la vuelta de la esquina, ni se construye sin esfuerzo. Un señor decía: “Quiero ser famoso sin que me cueste nada”. Debe entender que nada en la vida es gratuito. Nada, absolutamente nada. Todo es producto del esfuerzo personal y del esfuerzo colectivo. Entre otra cosas, porque el ser humano tiene razón de ser en función social. Solo me es imposible existir.

“Mira el riachuelo de aguas cristalinas – le dijo el abuelo Prudencio a la niña, señalándolo con el índice izquierdo. Nadie se puede bañar dos veces en esa quebradita”. La niña reaccionó diciendo que eso era mentira. El abuelo sin perder la calma le contestó: “Mira, el agua baja y baja. Si tú te bañas hoy y mañana vuelves a hacerlo, tendrá que bañarte en aguas distintas a las de ayer. ¿La razón? El agua no está quieta fluye permanentemente”. “No había pensado en eso”, contestó la menor.

El ser humano es un proceso que tiene varias etapas, todas importantes y necesarias para la formación de la personalidad. La infancia, la adolescencia, la mayoría de edad y la vejez. “¿Por qué cambiar el curso de la historia evolutiva del ser humano? ¿Por qué pretender saltar etapas?”, se preguntó el abuelo Prudencio y acudió a una frase popular en el medio: “¡Cada día tiene su afán!”.

Después de tanto hablar y hablar y de soportar constantes interrupciones por parte de su nieta, el abuelo Prudencio, remató su plática, llamando a defender la unidad familiar y su identidad de clase. Además, explicó la razón de estudiar y formarse más para compartir que para competir. “Lo más importante que uno tiene es la familia. Sea como sea. Tenga muchos defectos o muchas cualidades, pero la familia es lo más importante”, dijo.

“En segundo lugar, hay dos clases sociales en el sistema que nos regenta: Ricos y Pobres. Nosotros hacemos parte de la clase social del proletariado. No debemos avergonzarnos de ello, tenemos que querernos entre nosotros y luchar por un sistema humano donde no haya ni ricos ni pobres, sino que todos seamos una gran familia feliz. Hay que tener un proyecto de vida. Saber de dónde se viene, qué se hace y para dónde se va. Si no pensamos así cualquier bus nos sirve, dice el dicho popular”.

“Para comprender toda es complejidad y dar una respuesta consecuente debemos Estudiar, debemos luchar, debemos unirnos para transformar la realidad angustiante que a diario vivimos. Debemos trabajar y derrotar la pereza, de lo contrario, estamos condenados al fracaso”, subrayó.

El abuelo se incorporó y empuñando el bastón comenzó su regreso a casa. La pequeña lo siguió sin poder ordenar los conocimientos recibidos. Era demasiado. Sin embargo, recibió aquello como un reto y desde ese día miró a su familia como la mejor del mundo y el estudio como el único camino maravilloso para encontrar la verdad y la felicidad. “Si quiero ser feliz debo luchar, debo estudiar”, dijo. Su abuelo la miró expectante: “Esa es mi verdad, ahora, busca tu verdad”, dijo. La niña sonrió y se marchó por el largo corredor exultante, llena de sueños y retos por superar.

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