El jueves 9 de noviembre pasado fue anunciada la nómina de integrantes de la Comisión de la Verdad que tiene la misión de esclarecer los hechos y sus responsables en el conflicto colombiano de más de medio siglo, que enfrentó a la entonces guerrilla de las FARC-EP y al Estado colombiano. Sin embargo, no puede tener una temporalidad estrecha, pues el conflicto estuvo antecedido de causas históricas que tuvieron que ver con la violencia ejercida desde el poder por la clase dominante a lo largo de la historia republicana.
En Colombia se instauró un poder dominante que siempre se apoyó en la violencia y en instrumentos represivos para impedir el ejercicio de la oposición y el goce de los derechos humanos y de las libertades democráticas. Ello apoyado en el anticomunismo y en todo tipo de leyes de seguridad nacional para coartar el ejercicio de la participación ciudadana. La violencia fue el instrumento del bloque hegemónico de turno en el poder, mediante el cual se cometieron todo tipo de atropellos a los derechos y se adelantó el terrorismo de Estado.
La integración de la Comisión de la Verdad es garantía de su ecuanimidad y rigor histórico en el ejercicio de las funciones que le corresponden. Entre los nombrados resaltan intelectuales como Alfredo Molano, el padre Francisco de Roux, quien será su presidente, Saúl Franco, Alejandro Valencia Villa y la periodista Martha Ruíz, acompañados de Lucía V. González, Alejandra Miller. María Tobón Y., Mario A. Salazar, Carlos Guillermo Ospina y Carlos Martín B.
Como era de esperarse desde la extrema derecha rechazaron a los integrantes de la Comisión, como lo han hecho en todos los actos de la paz en Colombia. Prometieron hacer trizas el Acuerdo Final de La Habana. El general Jaime Ruíz, presidente de la Asociación Colombiana de Militares en Retiro (Acore), un siniestro personaje de la caverna nacional, que siempre de forma agresiva rechaza la posibilidad de la paz y se pronuncia en favor de la guerra y de las salidas de fuerza, puso en duda la imparcialidad que tendrá la comisión y se refirió con desprecio a los miembros que provienen de ONG porque los considera enemigos de los militares y de la policía.
En contraste, otras voces serenas, aun del establecimiento, destacan la calidad de sus miembros y respaldan el trabajo que asumirán, que deberán hacerlo con profesionalismo e imparcialidad. Sin desconocerles el derecho a tener su propia opinión. Como lo dijo el padre Francisco de Roux con la franqueza que lo caracteriza, “me gusta la teología de la liberación porque nos pone al lado de los pobres en este país tan desigual”. Seguramente, para el sacerdote, esta razón social es una de las causas del conflicto que deberá superarse con reformas de fondo en las condiciones de vida del país y de menor concentración de la riqueza por un pequeño grupo de privilegiados y avivatos.
En Colombia, a diferencia de otros países en donde hubo acuerdos de paz entre las fuerzas enfrentadas, parece muy difícil la reconciliación. Mientras las víctimas sí lo demuestran y desean la paz con vehemencia, porque es una necesidad para superar la violencia de tantos años, algunos personajes del establecimiento, no solo militares, destilan odio y ánimo de venganza, revanchismo contra los guerrilleros a los que quisieron eliminar en la guerra, de la faz de la tierra. “Es una especie de trauma social muy profundo”, dice el padre De Roux desde su conocimiento de las ciencias sociales. Superarlo será difícil y a ello puede ayudar la Comisión de la Verdad, estableciendo las causas reales del conflicto, sus hechos trágicos y sus responsables en cada caso. Hay que superar la idea de que los únicos responsables son los guerrilleros de las FARC, porque realmente también lo es el Estado -¡y de qué manera y dimensión!- y los empresarios, caciques políticos regionales y nacionales, entre otros. La idea que fomentan los grandes medios de comunicación que le hacen tanto daño a la verdad es que son los jefes guerrilleros los únicos que deben responder y con desprecio no quieren verlos en el Congreso, mientras allí permanecen inamovibles, senadores y representantes comprometidos con la violencia y el despotismo del poder.
La labor de la Comisión de la Verdad será no solo histórica sino también pedagógica para ganar la conciencia de la gran mayoría del país para la reconciliación y entre todos construir un nuevo país con tolerancia y aceptación de todas las ideologías. De alguna manera será un trabajo complementario al que presentó la Comisión de Historia, cuyos resultados también fueron rechazados, como era de esperarse por el general Ruíz y la extrema derecha recalcitrante. Esa fauna jurásica nunca desaparecerá en el país, pero debe ser aislada y sus opiniones irreflexivas no pueden convertirse en un obstáculo para la paz y el progreso social.