El ejemplo de resistencia y victoria de la Revolución Cubana, que reconoce en Martí a su autor intelectual, seguirá en pie, aportando señales que le han ganado la empecinada oposición del imperio. Pero también le han valido la admiración de los pueblos del mundo
Luis Toledo Sande
La vigencia del pensamiento y de los actos de José Martí se deben, por un lado, a los grandes aportes que él legó a la humanidad en política, justicia social, estética y ética, y se deben también, por otro lado, a la frustración, temporal, al menos, pero aún persistente, del propósito que él abrazó como su deber por excelencia: el “de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”, como el día antes de morir en combate escribió en carta que devino testamentaria.
En el juicio que se le siguió como jefe de la acción llevada a cabo el 26 de julio de 1953 por la vanguardia revolucionaria, que tomó el nombre de generación del centenario martiano, se le preguntó a Fidel Castro quién había sido el autor intelectual de dicha acción, y respondió que había sido José Martí. No lo hizo por emotividad pasajera. El afán de aquellos hechos, inspirados en Martí, era iniciar una nueva etapa de luchas para librar a Cuba de una realidad que reflejaba la mencionada frustración.
Calamidades
Desde 1898 el país sufría el dominio de los Estados Unidos que lo privaba de la plena independencia que merecía tener, y por la cual había luchado tenazmente. La república neocolonial constituida en tales circunstancias, negaba raigalmente los ideales de Martí. A la dependencia política y económica se sumaron otras calamidades agravadas con el yugo imperialista: persistían las relaciones de opresión venidas de la sociedad colonial, discriminación racial incluida, y pululaba la corrupción política y administrativa capitalizada por los gobernantes domésticos y la potencia a la que estos servían.
Las grandes conquistas de la Revolución que triunfó el 1 de enero de 1959 harían realidad, poniendo fin a la dominación imperialista, grandes logros que daban vida a los ideales de Martí. Ello se hizo ver en la lucha contra las distintas formas de opresión, en el desarrollo de la educación y la salud pública y en otros órdenes, y todo ello afianzaba el más importante de tales logros: la dignidad de la nación y de sus personas.
Derrota en Playa Girón
Habría sido iluso esperar que tales conquistas populares no hallaran la oposición de la potencia imperialista a cuyos desmanes puso fin en Cuba una revolución que, frente a la hostilidad -económica, política e incluso militar y terrorista- de dicha potencia se declaró, por boca de su máximo líder, Fidel Castro, obra de los humildes, por los humildes y para los humildes. La invasión mercenaria por Playa Girón, que el pueblo cubano aplastó en menos de setenta y dos horas, cuando en todo el territorio del país se llevaba a cabo la exitosa Campaña Nacional de Alfabetización, y las bandas de alzados contrarrevolucionarios financiadas por el propio imperialismo fueron, junto con el bloqueo que hoy sigue en pie, los elementos más visibles, no los únicos de la rabia con que pertinazmente los Estados Unidos han tratado de aplastar a la Revolución.
Otro rostro de esa rabia ha sido lo hecho por los imperialistas y sus aliados para aislar a Cuba. Pero, si a finales del siglo XX los países de nuestra América no lograron librarse de la injerencia o dominación estadounidense con la “respuesta unánime y viril” que entre 1889 y 1890, ante conferencias internacionales urdidas por el imperio, reclamó de ellos Martí para que conjurasen el peligro que se les venía encima, los años finales del siglo XX vieron surgir en esta parte del mundo hechos que no cesan y que han mostrado un acercamiento al logro de una actitud como la que Martí demandaba. Pero ese logro tropezaría con ingentes obstáculos.
Manipulando la opinión pública
Sabía que en otras tierras de nuestra América hallaría cómplices el imperio al cual él le reclamaba que no crease “sementales para la tiranía”, peligro al cual, en plena guerra, se refirió en el comunicado que dirigió a los Estados Unidos por medio de The New York Herald. Semejante siembra le sería posible a la entonces emergente potencia si conseguía romper en función de sus intereses expansionistas el equilibrio mundial que Martí procuraba salvar con la independencia de Cuba.
Con ese afán defendía también al pueblo de los Estados Unidos, al cual el equilibrio del mundo pudo haberlo librado de ser gobernado por un poderío que, a base de fechorías internacionales, edulcoraría cada vez más su realidad interna y crecientemente dañaría lo que el revolucionario cubano llamó “el honor dudoso y lastimado de la América inglesa”. El poderío nutrido con esas prácticas se haría sentir en el propio seno de los Estados Unidos.
En su tiempo vio Martí que los poderosos manipulaban criminalmente a la opinión pública de aquella nación, y de modo rotundo sostuvo que los opresores no manejaban a su electorado como a “corcel de raza buena”, sino como a una “mula mansa y bellaca”.
Maniobras del imperio
Los recursos imperialistas para manejar dolosamente a la opinión pública se extenderían, se extienden, al conjunto de nuestra América. La extrema derecha vernácula emplea suciamente contra sus adversarios acusaciones, como las de corrupción, y otras, que deberían lanzarse en primer lugar contra sí misma. Sirve así al imperio que la rige, y despliega o secunda todas las maniobras que le permitan desautorizar falazmente a quienes se le oponen, e impedir que se mantengan en el gobierno, o no lleguen a él, las fuerzas políticas que defienden a sus pueblos.
Duele ver cómo, ya sea por manipulación de las campañas electorales o por falseamiento del voto, el imperio y sus cómplices confunden a grandes masas. En semejante urdimbre es posible que los candidatos que intentan servir a sus pueblos sufran implacable persecución política. Mientras tanto, medran políticos de probada actitud dictatorial, dispuestos a volver a dar vida, tortura mediante incluso, a sanguinarias dictaduras y, en cualquier caso, a sumir o mantener a sus pueblos en la pesadilla de la ofensiva neoliberal.
En tales circunstancias el ejemplo de resistencia y victoria de la Revolución Cubana, que reconoce en Martí a su autor intelectual, seguirá en pie, aportando señales que le han ganado la empecinada oposición del imperio, pero también le han valido la admiración de los pueblos del mundo.