El 20 de agosto de 1994, cuando murió el poeta negro en la clínica del Seguro Social en Barranquilla, apenas se configuraban las trazas de una actividad reivindicadora que él había desarrollado durante toda su vida
Álvaro Suescún T.
Hace treinta años, el 20 de agosto de 1994, cuando murió Jorge Artel, en la clínica del Instituto del Seguro Social en Barranquilla, apenas se configuraban las trazas de una actividad reivindicadora que él había desarrollado durante toda su vida. El mundo contemporáneo empezaba a reconocer, por fin, el acentuado valor cultural aportado por los afrodescendientes a la configuración de una identidad regional en los sitios donde fueron esclavizados en el proceso cruel de la colonización en América.
Artel pugnaba por recuperar los derechos de su raza. Había nacido en una casa de mampostería en la plaza de La Trinidad, a donde concurría gente de oficios humildes, afrodescendientes casi todos, que al comienzos del siglo XIX la llenaron para marchar con sus gritos de protesta al palacio de gobierno en Cartagena, declarando la absoluta independencia de los españoles, el primer gesto de emancipación en nuestro país, hechos que debieran revalorar los documentos y actos conmemorativos de nuestra independencia nacional.
La casa de Artel aun está sobre el marco de aquella plaza, hasta allá llegaban los getsemanicenses a escuchar a su abuelo Agapito De Arco Orozco, albañil de recio carácter que ejercía con templanza sus dotes de liderazgo. De él heredó su nombre y apellidos de pila, sin embargo, sus travesías literarias tempranas tienen el anuncio de una nueva firma, la de Jorge Artel, que lo acompañaría el resto de su vida.
Influencias al comienzo
En aquellos tiempos, la escuela pública del sector respondía a un concepto tan deteriorado que sólo las familias de muy precario estrato social enviaban allí a sus hijos; los otros estamentos sociales eran alérgicos a las incomodas condiciones de aquel antro educativo que funcionaba en una casa de techos agujereados, sin sanitarios y sin las dotaciones requeridas. De manera que los buenos oficios de su tía Severina De Arco esquivaron los avatares de una azarosa educación primaria.
Negra menuda de talla, inquieta y divertida, resolvió el problema ejerciendo como educadora en su propia casa, sin más títulos que su coraje. Allí dio funciones a una escuela elemental mixta que, con el nombre de Instituto De Arco, educó con templanza a su sobrino y a una generación descollante de jóvenes.
Otra definitiva influencia se dio en los estudios secundarios. Los hizo en un establecimiento público anexo a la Universidad de Cartagena, bajo la regencia de Luis Patrón Rosano, “hombre de letras bien avenido con las humanidades y poeta cuando se abría un paréntesis en sus meditaciones filosóficas”, en descripción de Aníbal Esquivia Vásquez[1].
Lo que Artel denominó su “sensibilidad emocional” aseguraba haberla heredado de Aurora Coneo, su madre, de raza india procedente del Sinú. Así, nacido frente al mar, de india y negro ─Miguel De Arco De la Torre, su progenitor, lo era─ lo demás fue cuestión de cultivo del espíritu al cuidado de las hermanas de su padre. Aquí la otra clave para entender su formación: su otra tía, Carmen De Arco, muy allegada a los revolucionarios liberales que pugnaban por una estructuración del Estado desde los tiempos de la fracasada guerra de Los Mil Días.
Muy pronto prosperó su espíritu de rebeldía. Al llegar María Cano, “La flor del trabajo”, a Cartagena para buscar solidaridad con los obreros de las bananeras, encontró el apoyo de Jorge Artel a quien designaron secretario del primer partido obrero socialista creado en esta ciudad, así está documentado por Ignacio Torres Giraldo en el tomo I de Los Inconformes, las luchas de la clase obrera en Colombia.
Luceros en la noche
En Bogotá cursó estudios de derecho e inició una provechosa actividad entre los grupos literarios de avanzada, dictaba conferencias, fundó revistas y dio a conocer los brotes de su poesía. La separata sabatina de El Mundo Al Día publicó una semblanza que agrega a Siglo XV y Canción pierrotesca en gris y blanco[2], tímidos poemas de adolescencia. No es todavía el poeta de las negritudes, sino el poeta negro, adjetivo que obedece al color de su piel[3].
Poco después El Tiempo publica La Cumbia, el primer grito negro en la poética colombiana, junto con Añoranza de la tierra nativa, Sinfonía de la hora más gris y Sabática[4], con una muy sobria presentación del poeta magdalenense Oscar Delgado explicando las preocupaciones temáticas de Artel que rondan la negritud, y en estos poemas es explícita su preocupación por los temas de la afrodescendencia.
La poesía de Candelario Obeso, poeta nacido en Mompox 60 años antes que Artel, no puede ser considerada precursora de la poesía negra en nuestro país por el hecho de nombrar el “pobre negro” como esclavo y por el sentimiento que se desprende de su “negra el arma mía” que es casi amor de blanco.
Artel desgajó en la bohemia capitalina sus ideas sobre folclore y sus expresiones de poesía negra, denominación que utilizaba con reservas, pues gustaba más referirse a ella como poesía mestiza originada en la América mulata.
Un sacerdote africano
Poco a poco irrumpe con una lluvia de poemas que caen como antorchas iluminando la neblinosa oscuridad. Son ellos Cartagena 3.am, una construcción de fervor marinero; Barrio Abajo, escenas comunales de negrería; Danza mulata, la sensualidad desde el tambor al son languidecente de su raza; Meridiano de Bogotá en el que siente perder su grito ronco traído del horizonte Caribe; El minuto en que vuelven, el regocijante regreso de los negros después de las faenas marinas; Mr. Davi, un negro venido de tierras lejanas; Rincón de mar, postal de bogas rudos y pescadores negros.
Son poesías de contexto racial que van apareciendo en fechas sucesivas en El Tiempo bajo la tutoría de Jaime Barrera Parra, director de Lecturas Dominicales. En adelante fungirá como sacerdote de los ritos africanos haciendo explícito su dolor ancestral o en la descripción de las costumbres aldeanas, resaltando los valores culturales y los asuntos del folclor, y afirmando con orgullo su conciencia racial.
Modalidades artísticas
Por entonces, Artel estudiaba con ahínco las modalidades artísticas con influencias de lo afro, indagando el origen de la emoción negra, su carácter sociológico y las repercusiones de carácter estético. Estableció una ardua polémica desde las páginas de El Tiempo[5].
Conoció la cultura de los negros surgida en pueblos africanos como Sudán, Camerún, Sierra Leona y Liberia, descubrió en el idioma árabe obras de literatura escritas por autores negros, reconoce la expresión cultural de los reinos negros de Kharta, Ghana, Kongo, Etiopía y Dahomey, cuyos descendientes fueron transplantados al continente americano durante el cruento período de la esclavitud. Y concluye que la música y la poesía son las maneras esenciales con que se expresan los sentimientos raciales.
Al retornar a Cartagena se graduó en Leyes y dedicó la mayor parte de su tiempo a la defensa de pobres, como abogado de oficio. En 1939, visita Panamá, Costa Rica y Honduras, ejerciendo el periodismo. Al percibir que su voz poética no es divulgada con suficiencia y que Tambores en la noche, su libro de poesías, publicado en 1940, no tiene la difusión que merece, se lanza a la conquista de América dando inicio a una larga gira que empezó por Maracaibo y Caracas, en Venezuela, luego visita República Dominicana, Cuba, Nueva York, tres años aquí, y en México donde reside por cinco años, recorre finalmente toda Centroamérica hasta llegar a Panamá, periplo que inicia en 1948 y culmina poco más de 23 años después.
En ese largo recorrido, Artel acentúa la indagación y sus preocupaciones raciales, de tal manera que, además de su obra literaria, lo hace extensivo a otras manifestaciones como entrevistas, crónicas, recitales y conferencias utilizando los más disímiles escenarios, con gran interés en difundir su pensamiento.
Orgullo racial
En el oriente cubano, escribió Fenecida emoción de Cuba, Barlovento y Playa Varadero. De su período en Nueva York son El mismo hierro y Palabras a la ciudad de Nueva York, en Texas fecha La ruta dolorosa, todos poemas con trasfondo racial. Artel investiga las costumbres y realidades de los negros americanos, algunos de sus escritos reflejan ese entusiasmo por el jazz band. Sus poemas Dancing y Al drummer negro de un jazz-sesion son claro ejemplo de ello. En sus escritos hace homenajes a representantes de la raza negra como Josephine Baker, Camilla Williams, Paul Robenson, Mary Enderson y Paul Witheman.
Al tropezar en esta labor con la obra literaria de Langston Hughes, en su concepto el primero de los poetas negros de Norteamérica, forja una gran admiración. De su dolor ancestral, es esta expresión que hizo suya el poeta cartagenero: Yo también soy América / soy el hermano negro.
En Nueva York, se presentó en Columbia University como un poeta indomulato nacido a la orilla del mar. El tema central de sus disquisiciones fue el concepto del mestizaje como expresión genuina de lo americano. Insistencia en América es el título de esa conferencia. Apasionado como era por definir las características primordiales del hombre de nuestro continente, Artel continúa difundiendo su tesis acerca de las mezclas raciales para que Latinoamérica desarrolle su tipismo. Afirmaba su convicción de que América no ha logrado su ubicación histórica como producto resultante de su mestizaje racial[6].
El discriment y los asuntos raciales
En Estados Unidos, era fuerte la influencia musical del jazz en la poesía negra, entre burlas, ritmos musicales y extraños rituales se expresa una honda tragedia de siglos que Artel encontró palpitando entre sus comunidades. Sus escritores negros reflejaban la angustiosa situación de la discriminación por el color de la piel. No era tan marcada en República Dominicana, Puerto Rico o Cuba, donde el ritmo jugaba un papel especial en la poesía haciéndola apta para la danza visible en los textos de Manuel Del Cabral, Nicolás Guillén, Emilio Ballagas, Ramón Guirao, José Zacarías Tallet, poetas que evocaban el sentimiento negro apoyados en la característica estética del tambor.
Artel lo asimila y lo explica: la raza negra trajo del África, además de su música y sus danzas sensuales, un profundo dolor humano que debe interpretar el poeta y servir de puente emocional e histórico entre esos abuelos esclavos desparecidos y la humanidad presente. Esa es la misión social del poeta negro. Las voces onomatopéyicas dan una emoción parcial, pero no muestran la entraña misma de la raza negra, no muestran su angustia ni su hondo quebranto.
Artel publicará otros poemas sobre asuntos raciales, no tantos como seguramente hubiera querido, a juzgar por esa intención de acrecentar el contenido de su libro Tambores en la noche cuando hubo de corregir los escritos para una segunda edición, durante su estadía en México[7], trabajo que tenía la pretensión de articular de más significativa manera con el concepto de negritud, sin distorsión de la forma ni de los símbolos característicos de prolongada tradición.
El lenguaje popular
En la heterogénea y populosa concentración que habitaba las afueras de esa elitista ciudad amurallada que todavía es Cartagena de Indias, acontecieron numerosas causas reivindicativas que delatan la presencia de prácticas discriminatorias.
Desde entonces subsiste un soterrado empecinamiento de ciertos personajes, algunos fungen como redentores de una sociedad en franco declive, otros sostienen la lanza del racismo enhiesta, los de menor acervo se escudan en la crítica histórica o literaria, todos con la idea de sumir en la incertidumbre el gran valor de los aportes culturales de los afrodescendientes y, sobre todo, de este singular poeta cuya temática preferida ─quizás sea la escueta razón de esa peste del olvido─ eran los asuntos de la configuración de un pensamiento sobre la angustia y el dolor racial, como un concepto de humana filosofía.
Descalificado por otros escritores en Colombia por ese lenguaje puesto al servicio del ingrediente sentimental, inevitable según lo hemos explicado y, sobre todo, por el recurso ocasional de cierta estridencia prosódica que delataba la posible presencia de un lastre modernista, sus críticos acérrimos no ponen en la balanza el gran acierto de sus poemas más celebrados, cuando asumen el tono espontáneo del lenguaje popular.
De manera que es un desatino poner en entredicho la fuerza literaria que existe en poemas como El velorio del boga adolescente, Tambores en la noche o La voz de los ancestros. Ya lo había escrito el periodista cartagenero José Morillo: “Para ser artista negro se necesita imprimir con elocuencia las emociones ancestrales, el juego de los dolores, las esperanzas y los sueños suscitados en un pueblo”.
Artel se identificó a sí mismo como poeta negro, es cierto, pero en su discurso negó la posibilidad de que hubiera explícitamente alguna raza en estado de pureza, todas, incluso la negra, eran resultados mayores o menores de un gran proceso de mestizaje que se había iniciado hacía muchos siglos. Quedaba sí una expresión cultural, una herencia del dolor de sus antepasados, el orgullo ─en el aspecto literario─ de ser el más calificado representante de esa cultura genuina, de esa hibridación de resistencia dentro de los medios del poder.
Poesía esencial
No obstante su empecinamiento, es evidente que en Jorge Artel la preocupación temática no era tan solo el asunto racial. Su poesía y sus indagaciones, lo sabemos ahora, fueron también los asuntos de la marinería como lo evidencia su deseo de hacer siempre una recopilación de sus poemas con este temario[8] y son también las escenas cartageneras las que hacen presencia en su voz.
El propio Artel lo confirma al dedicar su libro iniciático al marinero que él hubiera sido y luego extiende la dedicatoria a sus abuelos negros. Otro vestigio lo constituye el examen de la composición numérica de este volumen donde aparece aún más evidente: los poemas de temas negros son quince; y treinta y uno los de índole marinera. Unos y otros dan una visión amplia de Cartagena, desde sus muelles hasta sus murallas fortificadas.
A estas pesquisas habría que agregar las poesías de tema social, en su esencial formación como miembro del Partido Comunista, preocupación que distrajo buena parte de su tiempo y que dejó consignada desde cuando publicó por vez primera uno de sus poemas, El amolador[9], hasta el último de sus libros en el que recopila sus Poemas con botas y banderas.
Jorge Artel fue un gran poeta. La suya era emoción pura que consultaba la honda realidad de una raza encarnecida. Descubrir en el dolor y en la angustia su abierta visión del mundo fue un gran acierto. Por ello, su acento, intransigente ante el dolor de su raza, es una mayúscula sugerencia de un ideal remoto: el retorno a los orígenes maternos de la africanía para recuperar su mundo primigenio.