jueves, septiembre 19, 2024
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In memoriam Wilson Borja Díaz

Era el testimonio vivo y el dedo acusador de la alianza macabra entre el Estado y el paramilitarismo por erradicar la oposición y las fuerzas alternativas. Tras el atentado, se tomó la palabra para no desprenderse de ella hasta no ver una figura de la talla de Petro posesionado en la Casa de Nariño, signos de esperanzas para un país martirizado y traicionado como el nuestro

*Pabloé

Tras el fallecimiento de Wilson Borja Díaz, el 6 de agosto pasado, se pierde uno de los testimonios vivos más significativos de la alianza macabra entre sectores del establecimiento y las fuerzas militares por imponer sus designios a sangre y fuego, página vergonzante de nuestra historia que el país todavía se niega a pasar.

Con dos cadáveres, dicha alianza salió a flote el 15 de diciembre del año 2000 cuando a primeras horas de la mañana, el entonces presidente de la Federación Nacional de Trabajadores al Servicio del Estado, Fenaltrase, fue atacado a tiros saliendo de su vivienda al noroccidente de Bogotá, con armas no muy convencionales en manos de un convoy de asesinos ligados al paramilitarismo bajo las órdenes de Carlos Castaño, pero también a la Policía y el Ejército nacional, algunos de ellos incluso activos de las filas al momento del atentado.

Mientras Borja Díaz iniciaba un lento proceso de recuperación gracias a la solidaridad del pueblo cubano, marcando, además, alguna distancia con las hordas que lo buscaban para asesinarlo, posiblemente por su condición de hacedor de la paz desde la Comisión de Conciliación, tal vez por haber contribuido a colocar muy alto ─como nunca antes, tal vez─ las demandas y necesidades de los trabajadores y funcionarios del Estado, quizá también por hacer parte de un reducido colectivo de sobrevivientes de la Unión Patriótica y militantes del Partido Comunista Colombiano, PCC, cuyo genocidio fue ordenado desde el Pentágono y las entrañas mismas del establecimiento.

Establecimiento que aún hoy se niega a asumir su responsabilidad en la inmensa mayoría de los casos de ese genocidio, incluido el atentado contra Wilson Borja, donde fueron sorprendidos “con las manos en la masa” gracias a la reacción de su equipo de seguridad al momento del atentado, como pudo comprobarse tras las huellas dejadas en el cuerpo y las pertenencias de uno de sus agresores, gravemente herido durante el acto y ultimado por sus compinches en la huida.

El segundo cadáver correspondía a una humilde vendedora de tintos que, luego de los seguimientos, podría identificar a sus perpetradores, por lo cual decidieron asesinarla. Tristemente, hoy hasta el mayor César Alonso Maldonado anda por ahí, libre, como si no hubiese tenido nada que ver en el asunto. Y lo peor, sin develar aún el rostro de los autores intelectuales del atentado.

Es tal la responsabilidad del establecimiento en este tipo de hechos que para el mayor Maldonado la “privación de su libertad”, por más de dos décadas, no debe haber significado gran cosa para él. Sólo una anécdota: cuando la opinión pública nacional e internacional suponía que este hombre se encontraba a buen recaudo y con grilletes, bajo la custodia de las guarniciones militares de Melgar, en alguna oportunidad el propio Borja se lo encontró, a boca de jarro, paseando en un centro comercial de Bogotá, como si se tratara del más inocente de los colombianos. El susto del implicado fue mayúsculo, pese a que estaba enseñado a ello.

Es que este mismo personaje ‘desapareció’ de las instalaciones de Tolemaida y, por lo menos, 30 militares de todos los rangos, supuestamente, fueron destituidos bajo la presidencia de Álvaro Uribe, cuando en realidad habían sido reasignados y trasladados, bajo la consigna del “tapen-tapen,” ¡con el matarife como director de orquesta, ni más ni menos! Borja y el Colectivo de Abogados José Alvear fueron acusados de la desaparición de Maldonado, recapturado posteriormente.

Pero regresemos a los días del atentado. Cuando todo estaba nubado para Wilson, allá en La Habana, cuando todo parecía indicar que su destino de ahí en adelante tendría que tejerse fuera de Colombia, desterrado también de Colosó ─municipio de Los Montes de María─ y Cartagena, las tierras que lo vieron nacer y lo acogieron en su crecimiento inicial, en el país continuaba forjándose una fuerza centrífuga generada, entre otros, con su propio aporte desde las entrañas del sindicalismo con el Frente Social y Político, FSP, y el exmagistrado Carlos Gaviria a la cabeza. Desde la distancia, lograron llevar a Wilson Borja Díaz a la Cámara de Representantes, con la segunda mayor votación de 2002 por la circunscripción de Bogotá. Y con repercusiones hasta el día de hoy.

El inusitado desagravio que, en la práctica, el pueblo capitalino le rendía a Wilson Borja, en un momento en el que ninguna fuerza política alternativa daba un peso por una curul en Bogotá, huérfana desde los días de Manuel Cepeda Vargas, constituiría la cuota inicial de la presidencia de la República, que este cúmulo de fuerzas marginales y opositoras obtendrían exactamente dos décadas más tarde. Ni más ni menos, así los entes especializados en la administración de justicia continúen negándose a pagar por el crimen que desde el Estado intentaron perpetrar aquel 15 de diciembre del año 2000.

El voto de opinión, con Mockus, había perdido la palabra en el Distrito Capital, con Wilson, luego del atentado, esa palabra retornaría por la fuerza para no desprenderse de ella hasta no ver una figura de la talla de Petro posesionado en la Casa de Nariño, signos de esperanzas para un país tan martirizado y traicionado como el nuestro.

Pese a su enorme resiliencia, es probable que tanta persecución, asedio y ataques contra Wilson Borja terminaran minándolo hasta devorárselo por cuenta de las células cancerígenas.

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