Cada vez que se acerca la fecha de conmemoración de los disturbios acaecidos en el bar Stonewall Inn de Nueva York en 1969, aumentan y se crispan las tensiones entre los distintos enfoques que habitan el movimiento LGBTIQ+. Empezando por el debate sobre las identidades y su papel en las luchas contemporáneas
Nixon Padilla
La derecha ha sabido construir un doble discurso, que actúa como tenaza inmovilizadora. Por un lado, abre un frente de batalla desde su flanco más conservador, radicalizado y fanático, la mayoría de las veces desde posturas con sesgos religiosos y otras con opiniones seudocientíficas desde la biología y la medicina, usadas para impedir cualquier reconocimiento o resarcimiento de derechos conculcados debido a la orientación sexual o la identidad de género.
Por otra parte, desde los sectores liberales se desarrolla una estrategia de asimilación y normalización, que extiende un manto para ocultar las razones estructurales de la opresión de la sexualidad. Esta estrategia va acompañada de acción permanente para despojar al movimiento de su capacidad de transformación social, haciendo énfasis en los aspectos identitaristas, particularistas y fundamentalmente simbólicos de las reivindicaciones.
El identitarismo, termina reduciendo la acción social colectiva a grupos cada vez más pequeños, hasta terminar en el individuo solitario que desde las trincheras de las redes sociales se bate contra una difusa “sociedad opresora” ocultando así, las contradicciones estructurales en las que se basa la opresión de la sexualidad.
Colores sin sentido
Cuando la reivindicación pone su acento en el marco de lo simbólico y lo meramente discursivo, parecerá disruptivo al inicio, hasta revolucionario, pero será fácilmente engullido por la normalidad del sistema y colocado a su servicio. Resulta importante que las empresas se vistan de colores, contraten trabajadores racializados y vinculen cada vez más mujeres en cargos de dirección, pero no podemos dejar de observar cómo esta lógica de “inclusión”, termina en un proceso de normalización en que, los individuos incluidos y modelados para la aceptación social, solo sirven para penetrar mejor en los mercados de las poblaciones minorizadas y sectores medios, manteniendo intactas las condiciones de dominio de los cuerpos, siempre en función de la explotación del trabajo y en beneficio de la acumulación del capital.
Esta tenaza también tiene otra consecuencia, la de privilegiar el gueto esencialista, donde solo las personas con orientaciones sexuales o identidades de género que disienten de la “normalidad”, pueden y tienen derecho a expresarse sobre estos temas, como si la opresión sexual, por sus propias características, no actuara como una domesticadora de la sociedad en su conjunto. Otra cosa es garantizar que la representación necesaria del sujeto colectivo para lograr la incidencia política recaiga en sus propios integrantes.
Un ejemplo de este aislacionismo identitarista resulta de la idea de llamar a votar solo por mujeres, por homosexuales o por personas con alguna otra identidad marginalizada, por la única razón de tener esas particulares características, independientemente de su programa político, proyecto social o comportamiento ético, regresando al esencialismo que se dice combatir cuando se denuncia la naturaleza de los roles de género o de las caracterizaciones raciales, terminando en una postura tan conservadora y reaccionaria, cómo la de sus contradictores.
No es inclusión forzada
Los derechos de las personas LGBTIQ+, no pueden observarse como derechos particulares de unas identidades, sino como derechos universales que le son negados a una población por sus orientaciones sexuales o identidades de género. Razón por la cual las luchas políticas y sociales por las garantías de los derechos, sociales, ambientales, culturales y económicos de los sectores sociales que son excluidos de los mismos, son también parte de una lucha inescindible, que le compete a la población LGBTIQ+.
Mientras la globalización neoliberal se impone y adquiere contornos adaptativos ante las realidades regionales, étnicas, ambientales, culturales, religiosas, distintas formas identidades de género y de orientaciones sexuales en cualquier lugar del planeta, eliminando derechos a la inmensa mayoría de la población mundial, incluyendo a las personas LGBTIQ+, en beneficio del capital, el identitarismo insiste en colocarle al movimiento, una venda que lo ciega ante esta realidad y solo le permite mirar los elementos superficiales, fundamentalmente los que están en el mundo de lo simbólico cultural, escondiendo los elementos estructurantes del sistema que causan la desigualdad.
Es tal la arrogancia y la idea de superioridad que se gesta en el identitarismo, que rompe con los valores que le sirven de base al movimiento LGBTIQ+ para la exigibilidad de derechos. Cuando preguntan por qué apoyar al pueblo palestino, cuando se supone que allí se violenta de manera bárbara a las personas LGBTIQ+, en vez de apoyar a la civilizada Israel, asumen que solo pueden disfrutar de derechos humanos, quienes asumen que si respetan los derechos LGBTIQ+, los demás dejan de ser humanos y, por tanto, no hay problema si son víctimas de genocidio.
Despojarnos del identitarismo, supone enmarcar la lucha por los derechos de las personas LGBTIQ+ en las luchas generales de los pueblos por la soberanía, por la paz y contra la guerra, por el disfrute de derechos sociales, económicos y políticos, por la construcción de un Estado democrático. Por lo tanto, es vital tejer alianzas con los sectores populares y democráticos, para coadyuvar en la lucha por superar la desigualdad neoliberal.