Ricardo Arenales
Los cambios políticos que se han producido en América Latina, con la llegada de gobiernos progresistas en Bolivia, México y Argentina y el creciente descrédito de otros que sustentaban al malogrado Grupo de Lima, han provocado que esta coalición de derechas pronorteamericana esté viviendo sus últimos estertores.
La característica principal de este proceso, que apenas ocupa tres años de la historia latinoamericana, es que no logró desestabilizar al gobierno bolivariano de Venezuela, ni facilitar una intervención militar directa de Estados Unidos, ni a través de terceros, y a pesar de que sí se prestó para infames sanciones económicas, financieras y diplomáticas, agenciadas por Washington, el proceso bolivariano renueva su vitalidad, como parecen insinuarlo las elecciones parlamentarias de este próximo domingo para renovar gobiernos municipales y provinciales.
El Grupo de Lima es una instancia multilateral que se estableció tras la Declaración de Lima del 8 de agosto de 2017, con presencia de representantes de 14 países, con el objeto de hacerle seguimiento a la crisis de Venezuela y buscarle “una salida pacífica”, pedir la “liberación de presos políticos”, “elecciones libres” y ofrecer “ayuda humanitaria” frente a la “ruptura del orden constitucional” en el país sudamericano.
Confabulación
De las anteriores declaraciones se desprende claramente que era un aparato político contra Venezuela y lo que representa la revolución bolivariana como ejemplo de dignidad e independencia de los pueblos frente a la dominación norteamericana. En realidad, la iniciativa de su fundación fue plateada por Washington, después de que la diplomacia norteamericana no logró una mayoría suficiente de votos en el seno de la OEA para impulsar sus planes intervencionistas en la patria de Bolívar.
Los socios más beligerantes del grupo, entre ellos Colombia, se comprometieron a lograr la captura y sanción a funcionarios y “testaferros” del “régimen” de Maduro, involucrados en el “apoyo a grupos armados y organizaciones terroristas”. En realidad, estaban siguiendo el libreto de la Casa Blanca. La denominada ruptura del orden constitucional en Venezuela era el pretexto para intervenir militarmente, objetivo que nunca se logró.
Los tiempos de la diplomacia
A estas alturas no, lograron el objetivo de “restablecer la democracia”, que en realidad era la democracia a la manera norteamericana. Ya el Grupo de Lima se quedó sin Peña Nieto en México, sin Mauricio Macri en Argentina, sin Jeanine Áñez en Bolivia, sin Martín Vizcarra en el Perú, y con el jefe de la banda, Donald Trump, de salida.
Otros socios, representantes de la extrema derecha, afrontan enormes dificultades políticas en sus países, y la movilización de amplios sectores de masas, contra la corrupción y la represión popular de que hacen gala. Tal es el caso de Chile, Colombia y Brasil.
“El Grupo de Lima está más que devaluado”, dice Carlos Aznárez, prestigioso analista argentino y director de la agencia Resumen Latinoamericano. El analista recuerda que el Grupo de Lima tuvo como objetivo cambiar al gobierno legítimo de Venezuela, subordinar a ese país a la lógica de las leyes del mercado, de los apetitos de las empresas transnacionales del petróleo y a la política exterior norteamericana. Ante su rotundo fracaso, ese esperpento de Washington debe ser condenado al olvido. Los tiempos de la diplomacia no son los tiempos de los pueblos.
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