jueves, marzo 28, 2024
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Goya, reportero de guerra

A través de los siglos, Goya nos ha legado un testimonio personal e implacable para nuestra historia

Leonidas Arango

Francisco José Goya y Lucientes es uno de los genios absolutos de la pintura universal. Nacido en el seno de una familia de mediana posición social en Fuendetodos en 1746, es un artista innovador tanto en la pintura –dominó todas las técnicas de sus días– como en los temas que planteó a lo largo de una vida intensa que lo llevó a ser pintor de cámara del rey, retratista mimado por la aristocracia, al mismo tiempo que fustigó los vicios y las injusticias de su tiempo.

Tras un lento aprendizaje en su tierra aragonesa, Goya viajó a Italia de donde regresó a España formado en el neoclasicismo e inclinado a cierto costumbrismo pintoresco. Entró a la Real Fábrica de Tapices y ascendió a la corte del rey Carlos III.

A lo largo de los años 1780 se convirtió en el retratista favorito de la alta sociedad madrileña ansiosa por quedar inmortalizada en sus lienzos exquisitos, e ingresó a la élite de la cultura española de la mano de amigos como el escritor Gaspar Melchor de Jovellanos, de la corriente progresista conocida como Ilustración. Con ellos se situó en el bando contrario al fanatismo religioso, a las supersticiones y a la Inquisición.

Goya asimiló el ideario del liberalismo ilustrado y comenzó a preocuparse por las clases populares. Una muestra es el cuadro El albañil herido, donde dignifica el trabajo manual y presenta a dos obreros que transportan en brazos a un colega que cayó del andamio. Una nota como esta era insólita en la pintura cortesana.

En 1792 quedó sordo por una enfermedad grave. Su carácter se agrió y el pintor comenzó a plasmar en su obra críticas directas a la sociedad de su tiempo. Por todo esto se le considera un precursor del Romanticismo.

A sus cuarenta y tres años ya era un profundo conocedor de la realidad política y social de España y fue nombrado pintor de cámara del  recién entronado Carlos IV. Asfixiado por el ambiente que rechazaba cualquier reforma liberal inspirada por la Revolución Francesa, en 1790 se alejó temporalmente de la corte.

Aplicó al arte toda su habilidad para adentrarse en la psicología de los personajes retratados y plasmar su visión personal sobre los distintos estamentos de la sociedad del Antiguo Régimen –nobles y clérigos– a los que sometió a una intensa crítica en cuadros y retratos de impecable factura que a veces escondían una carga de ironía. Por fuera de sus trabajos de encargo siguió haciendo pinturas en las que divulgaba la ideología de los ilustrados.

Los Caprichos

En febrero de 1799 sacó a la venta una colección de estampas grabadas que llamó Los Caprichos, una sátira visual sobre los vicios y los absurdos de la conducta humana con escenas fantásticas y delirantes, seres extraños y fisionomías deformadas. En ochenta estampas, la serie satiriza la necedad y la ignorancia y condena lacras fuertemente arraigadas en la sociedad como la mendicidad, el maltrato a la mujer, el matrimonio sin amor y la prostitución. Son temas que merecen un artículo aparte.

El blanco principal de los Caprichos fue la Inquisición, por lo que prefirió retirar la colección de la venta al segundo día porque, según sus palabras, «me denunciaron a la Santa [Inquisición]». Los Caprichos quedan como un documento social donde los privados de todo derecho, son hombres y mujeres del común, seres de carne y hueso.

De regreso a la Corte pintó en 1800 un gran cuadro de la familia del rey Carlos IV, una brillante alegoría de la monarquía inepta y podrida de los Borbones. Los retratados elogiaron la obra sin chistar porque Goya los arropó en sedas y terciopelo y los cargó de bandas y condecoraciones, pero no vieron que cada personaje mostraba su arrogancia vacía, su ambición o su estupidez.

Las ideas personales de Goya evolucionaron al lado de muchos ilustrados españoles. A ratos se puso del lado del reformismo borbónico y a veces evolucionó con el cambio de siglo hacia posiciones liberales, tomando partido por la Ilustración frente a las tinieblas del absolutismo.

En medio de grandes dudas afrontó el giro violento que impuso Napoleón a la Revolución Francesa. La invasión bonapartista a España lo desencantaría de posiciones que había defendido, aunque mantuvo en silencio su firme posición liberal en materia de costumbres y vida social.

Los desastres de la guerra

El 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se sublevó contra los invasores franceses y comenzó la llamada Guerra de la Independencia. Goya inmortalizó las jornadas iniciales en dos lienzos muy conocidos: la Carga de los mamelucos en la Puerta del Sol y los Fusilamientos del 3 de Mayo. En un viaje de Madrid a Zaragoza presenció varios hechos que le inspiraron una serie de grabados que llamó Los Desastres de la guerra, donde sintetizó el horror de la matanza que comenzaba. En ochenta y dos láminas pintó la guerra como si la fotografiara con pincel y buril, a manera de un reportero gráfico.

Más que la crónica patriótica de una lucha de liberación, los Desastres constituyen el alegato más formidable que jamás se haya hecho contra la brutalidad y el sadismo del ser humano. Son un mensaje universal que muestra el lado más abyecto de la guerra: el de los muertos y sus asesinos, de los indefensos y sus violadores, de los que sufren y los que disfrutan del dolor ajeno.

Ningún colombiano que contemple los grabados de Los Desastres de la guerra deja de establecer comparaciones con la actualidad terrible de nuestro país.

Napoleón impuso como rey de España a su hermano José, llamado injustamente Pepe Botellas, que intentó modernizar la administración en la península. Goya, de sentimientos contradictorios como patriota español y como liberal, fue de nuevo pintor de cámara y retrató a figuras destacadas del gobierno «afrancesado».

Bonaparte fue derrotado en Europa y en el trono de España fue instalado Fernando VII. Goya superó la purga de quienes habían servido a José I, –fue exonerado por ser «un viejo sordo que vivía encerrado en su casa»– y volvió crear arte público para el monarca y sus adeptos. En lo personal se concentraba en álbumes de dibujos donde señalaba la represión del rey contra los opositores y produjo otras dos series de estampas para vender al público: la Tauromaquia –en que el protagonista es el toro nunca sometido– y los Disparates.

Sordo, huraño y solo, al pintar para sí mismo nos estaba legando lo mejor de su producción: obras nuevas y arriesgadas como las geniales Pinturas negras que embadurnó con dedos y pinceles sobre las paredes de la quinta que compró cerca de Madrid. Revolucionario en el arte, se adelantó por décadas a cada uno de los movimientos pictóricos que surgieron en Europa: romanticismo, surrealismo, impresionismo y expresionismo. Goya es un auténtico precursor del arte contemporáneo.

La vida artística y pública del pintor en España concluyó con un gran cuadro religioso. En mayo de 1823, tropas de la monarquía francesa ocuparon Madrid y se desencadenó una nueva represión contra los liberales, que eran lo más avanzado de la época. Para eludir los efectos de la persecución, a mediados de 1824 llegó a Burdeos, donde residiría hasta su muerte el 16 de abril de 1828.

Francisco Goya y Lucientes fue, en consonancia con su extracción burguesa y su amplia cultura, un español ilustrado y un liberal moderado, pero un artista íntegro y comprometido.

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