El primer año del Gobierno del cambio ha significado un revolcón en las formas de hacer política y ha revelado fracturas en la clase dominante. El reto para la izquierda es consolidar un proyecto democrático y popular
Federico García Naranjo
@garcianaranjo
Uno de los hechos más importantes de este 2023 que termina es que se cumplió el primer año del primer gobierno de izquierda en Colombia. Claro, el primero de izquierda al menos desde 1854. En cualquier caso, ha sido una experiencia nueva para todos los actores de la sociedad colombiana y con unos alcances que muchos todavía no alcanzan a comprender.
Los de siempre
Para los sectores más ultraderechistas del Establecimiento ha sido la primera vez que están en el duro y frío asfalto de la oposición. Porque, no nos digamos mentiras. Ni con Barco –que declaró el esquema gobierno-oposición–, ni con Samper –que tuvo que soportar una tenaz crispación política que casi lo tumba–, ni con Santos –que fue convertido por el uribismo en su sparring de ocasión–, la extrema derecha perdió sus cuotas de poder, sus ministerios y su partida presupuestal. Buena parte de la pantomima que hemos sido como democracia es que desde siempre, la misma clase política liberal, conservadora y uribista se ha repartido históricamente este país, sin importar quién haya ganado las elecciones.
Ahora, por el contrario, lo que vemos es una casta tradicional viuda de poder, que perdió su “mermelada”, se quedó sin un programa para proponerle al país, con una dirigencia de un bajísimo nivel intelectual y que no tiene otra opción que echar mano de la mentira, la tergiversación y la conspiración. Cabalgar sobre el miedo y el odio es la única forma que tienen para mantenerse vigentes.
El capital
La clase empresarial colombiana también ha experimentado una nueva relación con el Gobierno nacional. Por primera vez, el gran capital ha tenido que leer el manual de cómo formar un grupo de presión y cómo tramitar sus demandas ante el Estado, porque se les acabó eso de llamar a regañar al ministro de turno. Ahora no, ahora las políticas económicas se concertan, se negocian y se acuerdan. Ahora los grandes empresarios, los cacaos y los gremios pagan los impuestos que les corresponden –al menos de momento– y son tratados sin privilegios como cualquier otro actor de la sociedad.
Más interesante aún es que esta nueva manera de conducir la política económica ha revelado profundas fracturas en lo que llamamos la “clase empresarial”. En efecto, nos hemos dado cuenta de que en el grupo de propietarios de los medios de producción en Colombia hay de todo: representantes del capital monopolístico, pequeños y medianos empresarios, latifundistas improductivos, comerciantes, constructores, proveedores de servicios, transportadores, en fin, una amplia gama de actores que no siempre defienden los mismos intereses.
Lo anterior ha revelado, a su vez, que el modelo económico neoliberal que se impuso en todo el mundo desde el decenio de 1990, en Colombia ha sido convenientemente implementado solo en beneficio del gran capital. Mientras los zapateros del barrio Restrepo en Bogotá tiene que competir contra el calzado chino, los arroceros del Huila contra el arroz tailandés o los paperos boyacenses contra las industrias paperas belgas, los dueños del azúcar, de las aerolíneas, de la cerveza o de la televisión nunca han tenido que competir con nadie. En Colombia no ha habido neoliberalismo, ha habido corporativismo.
El pueblo
A pesar de la cantinela de los medios de comunicación que insisten todos los días en que el país se va por el abismo y todo por culpa de Petro, la verdad es que la popularidad del presidente no desciende porque por primera vez un gobierno ha abierto espacios de interlocución con los sectores populares y les ha tratado con respeto.
Los logros en política social son innegables, como el aumento de las partidas para las familias más vulnerables, el incremento en el presupuesto para la educación y la matrícula cero en las universidades públicas o la distribución de bienes que está haciendo la SAE, orientada por criterios de reparación, justicia y eficiencia.
La gente se siente identificada con Petro y con Francia. Es evidente en cualquier escenario popular donde son cálidamente recibidos, escuchados con atención y vitoreados como héroes. Por primera vez hay un gobierno con una vocación realmente democrática que busca resolver las grandes contradicciones de nuestra sociedad y, a pesar de la impaciencia de algunos, empieza a ofrecer resultados que impactan positivamente en la vida de la gente.
La izquierda
Tal vez quien ha tenido que aprender más cosas en tan poco tiempo ha sido la izquierda. Ya no estamos en el momento de la euforia por el triunfo electoral, ahora estamos en la evaluación de nuestro primer año siendo gobierno y para contribuir a esta evaluación, más que caer en devaneos autocomplacientes, es más responsable señalar algunos aspectos que deben mejorarse.
Las comunicaciones: Tal vez uno de los lunares más preocupantes de la gestión del Gobierno. Felizmente, los nombramientos de Nórida Rodríguez y de Hollman Morris en RTVC, aunque tardíos, parece que están dando resultados. No es casual que los medios públicos estén subiendo rápidamente en las consultas en internet, pero todavía hace falta consolidar una estrategia que tiene como uno de sus componentes más importantes el posicionamiento del noticiero como el referente informativo de confianza en el público. Algo parecido a lo que hace la BBC británica o la DW alemana.
Lo que se juega aquí es el relato. Algo particularmente difícil porque tenemos al frente una formidable máquina de desinformación que gota a gota, día a día, insiste en imponer la idea de que el Gobierno todo lo hace mal. Por ello no basta con que el presidente sea un agudo influenciador en las redes sociales –Gustavo, por favor, sigue trinando— , es necesario que el Gobierno tome la iniciativa de orientar el relato y la agenda mediática y no se desgaste en responder a la infamia del día.
La coordinación: Muchas personas que por primera vez han accedido a un cargo en el Estado en nombre de la izquierda, han referido que la falta de experiencia de muchos de los nuevos funcionarios ha impedido que se establezcan mejores comunicaciones entre las instituciones públicas. Y no nos referimos solo a la descoordinación o a las contradicciones públicas entre algunos ministros, sino a que en el día a día de la gestión ha sido difícil articular las iniciativas entre las distintas instituciones, lo que suele retrasar la implementación de las políticas públicas.
Los funcionarios: Finalmente, uno de los obstáculos más importantes de este año largo de gobierno ha sido la relación con los funcionarios y servidores que provienen de administraciones anteriores. Porque no ha sido solo la conocida lentitud burocrática –algo inevitable en cualquier acción estatal– sino muchas veces la negligencia, la “operación tortuga” o directamente el sabotaje en que han incurrido algunos de los funcionarios “heredados” de gobiernos anteriores.
El propio Gustavo Bolívar denunció, por ejemplo, que el reciente hackeo a las cuentas de RTVC fue llevado a cabo por funcionarios de la misma entidad, algo que deberá investigarse. En cualquier caso, también es un reto para el nuevo funcionariado de izquierda reconocer la experiencia y responsabilidad de los muchos funcionarios que, sin ser de izquierda, cumplen a cabalidad con su compromiso con el Estado.
No es fácil, nadie dijo que lo fuese. Llevamos poco más de un año y falta mucho por hacer. El Gobierno del cambio debe hacer los ajustes necesarios. Aún está a tiempo.