Gaitán tuvo prominente actividad en las luchas agrarias de Sumapaz, al lado del periodista y dirigente socialista Erasmo Valencia, a quien sucedió el legendario líder campesino Juan de la Cruz Varela
Reinaldo Ramírez García*
Fue como un meteorito que atravesó el alma popular colombiana. Su caída abrió un profundo cráter y sus efectos se sienten todavía. No vino de los espacios siderales. Tratándose de un fenómeno político, Jorge Eliécer Gaitán surgió de la entraña popular, se forjó en el ardor de las luchas estudiantiles, campesinas y obreras; en los estrados judiciales, en los escenarios electorales; en el periodismo como orientador del diario “Jornada”; en el parlamento.
En la administración capitalina como Alcalde Mayor; en los gabinetes de la República Liberal como ministro de Educación y de Trabajo, en la docencia como profesor y rector de la Universidad Libre, pero, sobre todo, como líder de multitudes, con dotes oratorias sin parangón en nuestro ámbito latinoamericano y con un bagaje doctrinario al que no era ajeno el socialismo científico que estudió con particular interés.
Así lo indican sus lecturas de juventud, cuyo resultado más acabado es la tesis de grado “Las ideas socialistas en Colombia”, su amistad con Luis Tejada, el fundador del primer grupo comunista que existió en nuestro suelo y la tajante afirmación que hizo en sus conferencias sobre Rusia y la democracia: “No es que la falta de moral esté minando este ciclo de civilización que hemos convenido en denominar capitalista, es que el mundo capitalista está minado por dentro y por eso tiene el índice de la inmoralidad”.
Rodilla en tierra ante el oro americano
Su sentido patriótico, plasmado elocuentemente en la frase “…dolorosamente sabemos que en este país el gobierno tiene para los colombianos la metralla homicida y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro americano”, pronunciada durante el debate parlamentario sobre la masacre de la United Fruit Company en las bananeras y la formulación en la Plataforma del Teatro Colón de mantener relaciones en pie de igualdad con los Estados Unidos, no intervención en los asuntos internos, comercio mutuamente ventajoso y no confundir “a las grandes fuerzas democráticas que en esa nación batallan por el mismo ideal de los demás pueblos con los grupos imperialistas cuya actividad es funesta tanto para la democracia del Norte, como para la de otros países”.
Su previsión de los horrores que se avecinaban al consignar en la misma plataforma: “el liberalismo luchará contra las fuerzas de regresión que traten de imponer una política fascista o falangista en nuestro país”; su preocupación por la urgencia de modernizar la economía, comenzando con la democratización de la propiedad agraria e impulsando la industrialización. mejorando las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, la depuración de la contratación estatal de la corruptela, todo lo cual quedó inserto tanto en el Plan Gaitán como en la Plataforma del Colón, esbozo de su programa presidencial para las elecciones que debían realizarse en 1950.
Soy un pueblo
Así, pues, concluía sus discursos con las consignas de campaña: “Pueblo, contra la oligarquía liberal-conservadora, ¡a la carga!” y “Por la restauración moral de la República, ¡a la carga!”
Gaitán tenía la íntima convicción de que interpretaba los intereses populares y predicaba que el pueblo es superior a quienes lo dirigen. “Yo no soy un hombre, yo soy un pueblo”, reiteraba en sus arengas. Era la aplicación a la praxis política del concepto marxista de que son los pueblos quienes hacen la historia y no los reyes o caudillos.
Su única hija, Gloria, relata que la palabra “jega”, formada por las letras iniciales de los nombres y apellido del jefe liberal, significan pueblo, multitud o muchedumbre en el idioma griego antiguo. Este detalle él lo citaba frecuentemente con orgullo y llegó a utilizar ocasionalmente el término la Jega para designar a su círculo cercano en la conducción del movimiento.
Apoyado en la fuerza popular
A la par de otros intelectuales colombianos que sí se declaraban comprometidos con las corrientes marxistas, Gaitán consideraba que el desarrollo colombiano tenía como obstáculos a salvar, apoyándose en la fuerza popular, el creciente dominio de los sectores claves de la economía por parte de los monopolios foráneos, predominantemente norteamericanos y la apropiación de las tierras cultivables por una reducida y ociosa casta terrateniente.
En ese 1948, el 23 de enero, Jorge Eliécer Gaitán Ayala cumplió 50 años. Había nacido en el tradicional barrio popular Las Cruces de Bogotá, en el hogar formado por Manuela y Eliécer, una maestra de escuela y un modesto librero.
Colombia era un país agrario con diez millones de habitantes, de los cuales apenas tres millones poblaban las cabeceras municipales. En Bogotá vivían quinientos mil. Casi medio millón de personas ocupaban Medellín, Barranquilla, Cali, Bucaramanga, Segovia y Barrancabermeja, las cuales junto con la capital, constituían los principales centros industriales. Ellos albergaban organizaciones sindicales que en más de quince años libraron importantes batallas por mejorar los salarios, las condiciones de trabajo y las libertades públicas.
Comienza la violencia
En ocasiones los obreros organizados, en cuyo liderazgo se destacaban comunistas y socialistas, apoyaron las luchas campesinas e indígenas por la toma de la tierra en las regiones de Sumapaz, Tequendama, Tolima y Cauca, principalmente. Gaitán tuvo prominente actividad en las luchas agrarias de Sumapaz, al lado del periodista y dirigente socialista Erasmo Valencia, a quien sucedió el legendario líder campesino Juan de la Cruz Varela. Las ocupaciones de tierra frecuentemente eran reprimidas por la policía.
Transcurrido poco más de un año del gobierno de Ospina Pérez, la violencia oficial contra el campesinado liberal, en los enclaves gaitanistas de Santander, Boyacá, Tolima, Valle, Caldas, Antioquia y otras regiones, había cobrado ya 15.000 vidas y el despojo de sus tierras. En Tuluá, el Norte del Valle y el occidente de Caldas “el Cóndor”, “Lamparilla”, “El Águila” y otros numerosos “pájaros” comenzaron a imponer el terror entre la oposición liberal.
En las tierras del norte de Boyacá, en la vereda Chulavita del municipio de Boavita, surgió una comunidad de conservadores caracterizados por su fanatismo político-religioso y su crueldad. Allí se prepararon las patrullas de la “policía chulavita”. cuya saña asesina se extendió por todo el país, a los gritos de “viva Cristo rey”, “viva el partido conservador”, “mueran los collarejos y los comunistas ateos”. Por su parte, la oratoria greco-caldense de Silvio Villegas buscaba adoctrinar a la intelectualidad anticomunista de su partido: “Hay que matar al áspid en su cuna, en el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo”.
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