
Si no hay cambios estructurales, desde una transición a otro modelo y sistemas económicos, la existencia de la vida en la Tierra está en peligro
Sergio Salazar
@seansaga
Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, el nuevo Gobierno de los Estados Unidos pone otro acento en su postura sobre el cambio climático. Tal como lo anunció, tanto en campaña como presidente electo, una de las primeras acciones en el primer día de su mandato fue volver al Acuerdo de París y considerar como prioridad las acciones de la administración para enfrentar la crisis climática y atender las problemáticas ambientales.
Sin lugar a duda es toda una declaración de intenciones para el primer país del mundo con mayores emisiones de dióxido de carbono (uno de los principales gases de efecto invernadero, GEI) durante el período 1850-2011, y ahora segundo después de China, pero el primero en la actualidad en términos de emisiones por habitante. Sin embargo, ¿tal declaración de intenciones es un aporte efectivo a las soluciones globales para frenar el calentamiento global?
Los acuerdos frente al cambio climático
De la Cumbre de Río de Janeiro de 1992 se derivó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la cual en 1995 realizó la primera Conferencia de las Partes (COP por sus siglas en inglés) y abrió paso al primer instrumento jurídico: el Protocolo de Kyoto de 1997. Dicho acuerdo, que no fue firmado por Estados Unidos, entró en vigor en 2005 y estableció objetivos vinculantes de reducción de las emisiones para países industrializados y la Unión Europea para el período 2008-2012, con mecanismos de verificación rigurosos.
No obstante, su prórroga hasta 2020 con la enmienda de Doha en 2012, y los vaivenes de las diferentes sesiones de la COP (mediadas por los intereses económicos), limitaron un acuerdo global de mayor envergadura que solo fue posible en la COP21 con el Acuerdo de París de 2015. Este segundo hito de amplio respaldo político, firmado hasta por Estados Unidos, marcó como objetivo a largo plazo “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C sobre los niveles preindustriales”, intentando, “limitar el aumento a 1,5 °C, lo que reducirá considerablemente los riesgos y el impacto del cambio climático”.
La involución en tiempos de Trump
En 2017, el gobierno de Estados Unidos en cabeza de Trump anunció la salida del Acuerdo de París, la cual fue efectiva en noviembre de 2020. La salida de Estados Unidos de los compromisos de dicho Acuerdo tendría un gran peso ya que es el responsable de cerca de un tercio de las emisiones de dióxido de carbono a nivel global, y el compromiso era reducir sus emisiones entre un 26 y un 28% en relación con los niveles de 1990 para el año 2025.
Coherente con tal decisión, el gobierno Trump inició un proceso de desregulación del camino andado por la anterior administración (la de Barack Obama) y emprendió más de 100 acciones legislativas y administrativas tales como: nombrar altos cargos de temas ambientales abiertamente negacionistas del cambio climático, eliminar de todas las páginas oficiales lo relacionado con cambio climático, permitir la exploración de gas y petróleo en un lugar de alta biodiversidad como el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, relajar el cumplimiento de la normatividad ambiental en tiempos de pandemia, autorizar las obras polémicas de expansión del oleoducto transnacional Keystone, reducir la eficiencia energética de aparatos eléctricos domésticos y de automóviles, eliminar la obligación de las empresas de petróleo y gas de medir las emisiones de metano en sus pozos, acabar con el plan de conversión a energías limpias fomentando centrales de carbón más eficientes.
El cambio de la administración Biden
Además de la vuelta de Estados Unido al Acuerdo de París en el primer día de mandato de la Administración Biden, este emitió una orden ejecutiva para cancelar definitivamente el proyecto Keystone y ordenó el restablecimiento de las más de 100 acciones de desregulación ambiental emprendidas por Trump. También desde la Casa Blanca se anunció que entre las prioridades de dicha administración está la de tomar «acciones rápidas para enfrentar la emergencia climática y se asegurará de que cumplamos con las exigencias de la ciencia, a medida que empoderamos a los trabajadores y negocios estadounidenses para liderar la revolución de la energía limpia«.
Con ello se está anunciando el cumplimiento de la promesa de campaña electoral de realizar una inversión pública en torno a los dos billones de dólares en la próxima década para cumplir con el objetivo de convertir a Estados Unidos en un país con cero emisiones de GEI en 2050. Ojalá tal promesa se convierta en acción, lo cual ayudaría en el objetivo global de reducción de emisiones de GEI a la atmósfera.
La necesaria transición
Si bien las medidas adoptadas en los tiempos del gobierno de Obama pueden ser en parte responsables de la reducción en un 12% de las emisiones de GEI en Estados Unidos en el período 2005-2017 (según un estudio del Centro para el clima y soluciones energéticas – www.c2es.org), la meta marcada por el Acuerdo de París no parece ser viable si no hay cambios estructurales. Luego de cinco años del Acuerdo de París, se siguen marcando récords sin precedentes en los indicadores del calentamiento global. Según la Organización Meteorológica Mundial, la década de 2011 a 2020 será la más cálida de la que se tiene registro, siendo el período 2015-2020 el más cálido hasta ahora registrado.
Igualmente, el calor oceánico ha alcanzado niveles récord y se dieron temperaturas extremas altas especialmente en el Ártico. También, durante 2020 de presentaron fenómenos como incendios de gran escala y un alto número de huracanes. Dicho organismo anunció que 2020 será alrededor de 1,2 °C superior a los niveles preindustriales (1850-1900) y existe una probabilidad no despreciable (1/5) de que supere temporalmente los 1,5 °C en 2024.
De hecho, en el informe de 2020 de la brecha emisiones de gases de efecto invernadero de Naciones Unidas se concluye que a pesar de la ligera reducción en emisiones de dióxido de carbono producida por la pandemia de la covid-19, las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero se siguen incrementando, lo que significa que se llegaría a un aumento de la temperatura planetaria en más de 3°C en este siglo.
Es definitiva, es evidente el fracaso de la agenda internacional de acción por el clima. La economía global sigue dependiendo del uso de energías fósiles, la agroindustria y la concentración de población en áreas urbanas siguen siendo parte del paradigma dominante. Si no hay cambios estructurales, desde una transición a otro modelo y sistemas económicos, la existencia de la vida en la Tierra está amenazada.
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