Equidistancias

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Jaime Cedano Roldán
@Cedano85

La tensión política que se vive en España es de dimensiones desesperantes. Se ve en los debates parlamentarios, en los platós de televisión, en los estudios de radio y en los editoriales y columnas de los diarios. Y en los bares y en las casas. Se pensaba, en esa idea peregrina de que la pandemia nos iba a volver mejores personas, que la crisis sanitaria nos uniría y remaríamos todos para el mismo lado. No fue tal y como suele repetirse, lo que la pandemia hizo fue desatar los demonios.

En este escenario surgen llamados a la moderación y se llega a decir que en lo de la polarización son tan responsables la derecha como la izquierda, y señalando en este aspecto el estilo de algunas intervenciones de Pablo Iglesias, el vicepresidente del Gobierno.

Algo similar se conoce de Colombia donde sectores de opinión señalan o acusan a Gustavo Petro de ser un radical polarizador. Tanto allá como acá se agrega que la polarización es el problema, que los extremos terminan pareciéndose y que son tan dañinos los unos como los otros. Tengo la sospecha de que tendemos a confundir formas con fondo.

Es cierto es que Iglesias no se caracteriza por ser muy cuidadoso en sus maneras, pero no puede compararse esto con la andanada de improperios, falsedades y acusaciones temerarias que permanentemente están vomitando las derechas, con el desconocimiento, además, de la legitimidad del gobierno de coalición y con evidentes planes de desestabilización, y hasta con ilusiones golpistas. La lenguaraz andanada va acompañada de operaciones de fake news y de lawfare. No han tenido éxito, y seguramente no lo van a tener. Pero persistirán.

Los señalamientos que se le hacen a la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez por la detención de su hermano en un operativo antinarcóticos en los Estados Unidos tienden a centrarse en las formas. Que lo grave es que hubiera ocultado el hecho 23 años y no lo hubiera comunicado al país.

Sin embargo, hay quienes señalan de manera frentera que el tema es de fondo y que se trata de la reafirmación del carácter y composición de quienes conforman el bloque de poder en Colombia, que como lo señala el documento de propuesta del programa del PCC, son sectores permeados por las economías ilegales y el capital del narcotráfico.

No es descabellado pensar que aquel proyecto de copar la política como forma de autodefensa que pensara Pablo Escobar en momentos de persecución no se detuvo con su muerte. Obviamente ya no es un mecanismo de defensa, son alianzas para la acumulación de capital y de poder político, enlazado con proyectos regionales e internacionales de la extrema derecha envalentonada con las políticas de Trump.

En estos escenarios que se viven en España y Colombia, pero también en Ecuador, Brasil, Chile o Bolivia poco o ningún favor le hacen a la lucha por la democracia las posiciones equidistantes, no cuando confrontan con posiciones de ciertos líderes de la izquierda, o cuando se distancian de sus maneras, sino cuando se cae en el exabrupto de equiparar a la izquierda con la extrema derecha y de pensar que el problema se resuelve si las partes moderan sus lenguajes, sin observar, como lo pedía Martí, “la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos”.

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